Un pequeño homenaje a Juan Pablo II

Temas & noticias Sábado 2/04/2005
Sebastián Burr Cerda

Es evidente, que a través del proceso de su muerte, J.Pablo quiso reivindicar la dignidad de la vida y de la muerte, y también la trascendencia del trabajo humano hasta el último hálito. Su postrero y dramático intento de dar la bendición a los fieles apostados en la plaza de San Pedro desde la ventana de sus aposentos privados, fue pocas horas antes de entrar en shock séptico. No acepto que lo devolviesen a la clínica, pues estimó que la ciencia ya había hecho su trabajo y se preparó en absoluta paz “para retornar a la casa del Padre”. También dejó de manifiesto, que el dolor humano es un medio de superación y crecimiento y no de derrota y entrega, como de alguna manera lo asumieron los millones de peregrinos que lo acompañaron en su muerte. Juan Pablo II es la figura sociopolítica más grande de los últimos siglos, pues integra de un modo real todas las dimensiones humanas; en tanto individuo y miembro de la comunidad social y en aras de un nuevo mundo global.

Presentaré con todas las limitaciones de quién escribe éste artículo, una suerte de pequeña recopilación de las catorce encíclicas redactadas por el Papa para conocer un poco más a fondo su pensamiento.

A fines del S. XX, se enfrentaron tres grandes líneas de pensamiento; el economicismo liberal, el materialismo dialéctico e histórico de Marx y la espiritualidad humana desde su perspectiva mariana, cristológica, antropológica y práctica, defendida por J. P. II. El socialismo marxista, no obstante haber llenado de expectativas y brutales dolores a buena parte de la humanidad, cayo abatido por sus propias limitaciones y exiguos resultados sociopolíticos. JP II, no hizo otra cosa que poner en evidencia ese gigantesco déficit espiritual y sociológico. Sin dejar de insistir sobre las deficiencias del liberalismo económico cuando se excede éticamente (“capitalismo salvaje”.) Y no se abre al desarrollo moral, ético, profesional y social del hombre en el ámbito del trabajo.

JP II, (de formación fenomenológica), con su enorme maestría respecto de las estructuras de la experiencia, ha intentado validar la antropología filosófica del hombre, sobre todo a través de la praxis. Es decir a través de las enseñanzas que deja toda experiencia práctica, en tanto la persona desarrolle esa experiencia de un modo activo y más o menos libremente dentro del contexto social. El Papa, defiende un modo de interpretación integral, trascendente y participada del hombre en la realidad, de lo que deviene un cúmulo de valores morales y sociales; la defensa de la vida y de la familia, de la ecología, del trabajo al modo protagónico, de la vivencia de la verdad, de la justicia como base del bien común, de la expansión moral a través de la libertad individual y la solidaridad en el ámbito social. Valores a los que se le oponen casi todos los reduccionismos filosóficos modernos; el relativismo, el utilitarismo económico, social y político, el empirismo, el economicismo, el agnosticismo, el positivismo sociológico, el nihilismo etc. Y que de una u otra manera, han conformado el confuso y distorsionado paradigma cultural y sociopolítico actual.

La propuesta de JPII, a través de sus catorce encíclicas, tanto para el cristianismo como para el hombre común de la sociedad del futuro, es abrirse íntimamente a oportunidades de desarrollo moral, ético, práctico y trascendente, de un modo integral e igual para todos. Lo que plantea JP II es lo más real, extenso y profundo respecto de la espiritualidad y de la fe del hombre y sus infinitas posibilidades de grandeza.

Para una comprensión ordenada de dichos documentos serán presentados temáticamente. Entre 1979-91, redactó las encíclicas trinitarias; Redemptor hominis, (Redentor de hombres); Dives in misericordia, (sobre la misericordia del Padre); y Dominum et vivificantem (sobre la fuerza del Espíritu Santo). Textos de carácter trascendente, “que buscan afrontar el misterio de Dios, del hombre y de la creación”. “Y abriéndose a la dimensión del amor, el hombre mediante el bien sea capaz de vencer el mal” expresa J.Pablo II en estas encíclicas.

Redemptor hominis es el punto de partida, pues trata los temas que las otras encíclicas abordan específicamente. “En Jesucristo, Dios se inclina sobre el hombre para tenderle una mano, para volver a levantarlo y ayudarle a reemprender el camino con renovado vigor” dice J.Pablo II. Habla de la verdad y de la libertad desde la perspectiva de un mundo que ansía la vida y la libertad, pero que contradictoriamente, se ha ensañado contra la vida de aquellos por nacer y rechaza la verdad. Verdad de la que Cristo dijo “no es mía, sino del Padre que me ha enviado”. Menciona el amor de Dios a los hombres, expresado a través del don de la libertad, operable bajo un contexto de bien común y de desarrollo de las facultades humano superiores. Libertad que además debe fundarse en la responsabilidad moral, en la ética social y en las ciencias prácticas, y así evitar caer alienados bajo las seudo filosofías ya mencionadas. Ahí está a modo de ejemplo, el reemplazo del principio del bien común por el interés común o particular, que ha hecho desaparecer la base de la justicia y de los derechos sociales fundamentales. El interés Papal por el ecumenismo teológico y sus derivaciones de unidad cultural, son mencionados también en ese documento, la oración de Cristo en el Cenáculo, “para que todos sean uno, como tú, Padre, estas en mí y yo en ti”. El no matar y su devoción por la vida, tratado en Evangelium Vitae, intenta orientar y ligar el futuro con un Cristo y la Virgen María en tanto presente, e invita a la cultura, a la Iglesia y a los hombres a una renovación constante en todos los aspectos posibles.

Dives in misericordia, pone la misericordia de Dios en el centro de la fe y de la vida cristiana. El primer subtítulo de dicha encíclica tiene que ver con Cristo y el Padre; “el que me ha visto a mí, ha visto al padre”. Lo que en otras palabras dice, que quién comprenda a cabalidad el mensaje de Cristo, conocerá la trama unitaria y universal que encierra la vida y la intención de Dios Padre respecto la felicidad real del hombre en la tierra. En ella se explica también el rahamin derivado de rehem = vientre materno, y que se conecta a la misericordia de Dios, como rasgo del amor materno. Hace especial énfasis en la parábola del hijo prodigo, en la que la imagen del Padre se muestra en toda su grandeza.

Dominum et vivificantem; “el don de la verdad en la conciencia y el don de la certeza en la redención”, sana una naturaleza caída, purifica y potencia al hombre. Pues enseña a padecer y mediante ello a crecer, pareciera ser la síntesis de esa encíclica. “El camino de la Iglesia pasa por el corazón del hombre, porque ahí está el lugar del encuentro con el Espíritu Santo”. “… y que vincula a Cristo con los hombres”, “trae la luz y el descanso en medio de la fatiga del trabajo físico e intelectual”, “brisa” en pleno calor del día, en medio de las inquietudes, y peligros de cada época”, trae “consuelo cuando el corazón del hombre llora y es tentado por la desesperación”. Es el espíritu del Padre y del Hijo, de la verdad y de la gracia, la Santísima Trinidad.

También JPII, abordó temas eclesiásticos en Slavorum Apostoli (Obra apostólica) (1985). Redemptori missio (Mandato misionero) (1990), y Ut unum sint (Ecumenismo) (“Que todos sean uno”) (1995). Dentro de ese ámbito cabe mencionar la encíclica Madre del Redentor; Redemptoris Mater (1987), sobre el misterio de la maternidad y Maria Madre de la Iglesia; “Suplico sobre todo a María, la madre Celestial de la Iglesia, para que en ésta plegaria del nuevo adviento de la humanidad, se digne preservar con nosotros, que formamos la iglesia, el cuerpo místico de su hijo unigénito”. Para el Papa, en la mariología, se centran los grandes temas de la fe, y en cada una de sus encíclicas termina con una alusión a la Madre de Jesucristo.

Ecclesia de Eucaristía (2003) que considera a la Iglesia desde el interior y de lo alto, en orden a acoger a todos los hombres en comunión con la verdad y la mutua comprensión. Las tres encíclicas eclesiásticas, presentan los dos grandes ámbitos de relación de la Iglesia; el ecumenismo, como búsqueda de unidad del cristianismo y la de los bautizados, baja la lógica sobrenatural y natural de la fe y de la verdad. La relación religiosa entre occidente y oriente, entre cultura y fe que exploran y experimentan nuevas formas de unidad y de cómo restañar heridas históricas.

Otros tres textos pontificios de tipo doctrinal, relacionan a Dios con la antropología filosófica del hombre y su vida práctica. “Sólo quien conoce a Dios conoce al hombre” es la síntesis de la fusión antropológica con Dios y Cristo. Veritatis Splendor (1993), trata el gran tema de la verdad; dice que la raíz de los equívocos y del mal, está en la perdida del contacto humano con la esencialidad de las cosas, en la mentira y en el rechazo cultural de la verdad. JPII se afirma en la cita de Cristo antes de su crucifixión; “yo para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad”.

El “progresismo” liberal, intenta desterrar la palabra verdad, porque según ellos “es la causa de los conflictos sociales” (G. Vattimo.) La perciben como un ataque al “pluralismo y a la diversidad”, sin hacerse cargo de los riesgos sociales que implica su desafortunada tesis. Ni tampoco reparan en lo inadmisible de su propia contradicción, que es cuando intentan imponer el relativismo y el consenso como la formula “verdadera” que debe reemplazar la verdad. Pero dichos conceptos cuando carecen de fundamentos objetivos, pasan a ser auto-referentes y son fuente de grave injusticia. Pues de ese modo, es el económica y políticamente más poderoso el que determina que es lo “verdadero” y no el bien en si sustentado en la naturaleza moral del hombre, la justicia y el bien común. El mensaje cristiano es esencialmente unitario y universalista (participado en todos), en tanto las categorías naturales del entendimiento humano, del orden moral y de las ciencias prácticas rijan también para todos por igual.

La doctrina moral cristiana debe considerarse en su perspectiva positiva a partir de la esencia de la verdad y no como una lista de prohibiciones o imposiciones. Lo que demanda el apoyo de la filosofía, por lo que el Papa, ha dado nueva legitimidad a la perspectiva metafísica, pues estima ineludible expandir la conciencia y espiritualidad humana por su amplitud creativa. Única manera de expandir además la ética en la dinámica social.

Evangelium Vitae (1995), (el valor y carácter inviolable de todos los aspectos de la vida humana) se refiere a la vida moral, espiritual y eterna. Dice que la mirada vuelve espontáneamente a Jesús, “«el Niño nacido para nosotros», para contemplar en El «la Vida» que «se manifestó»”. En el misterio de este nacimiento, se realiza el encuentro de Dios con el hombre, y comienza el camino del Hijo de Dios sobre la tierra, senda que culminará en su propio abandono y la entrega de su vida, vencerá a la muerte y será principio de vida nueva. Quien acogió «la Vida» en nombre de todos y para bien de todos fue María, la Virgen Madre, quién guarda una relación estrechísima y personal con el Evangelio de la vida. El Papa ha sido muy enérgico en la defensa a la vida que comienza pues la entiende como base de los DD.HH. Haciendo insistentes llamados a los legisladores de todo el mundo, a evitar las legislaciones abortistas que han terminado por convertir el vientre materno en el lugar de mayor peligro para la vida humana. Este verdadero genocidio contra los que están por nacer, y que no tienen posibilidad alguna de defenderse, es peor que el holocausto nazi y del socialismo marxista contra los judíos, gitanos y campesinos rusos ha dicho el Papa.

Entre 1981 y 1991 redactó las tres encíclicas sociales; respecto del trabajo, Laborem Excersens; sobre el desarrollo moral, ético y práctico del hombre en la sociedad está Sollicitudo rei socialis; respecto del magisterio social de la iglesia se publicó Centesimus annus.

En los tres documentos se aprecia la ligazón de la antropología filosófica del hombre a la problemática social y cultural actual. Destaca la preponderancia del hombre sobre los medios de producción, del trabajo humano en relación con el capital y de la ética sobre la técnica, pues en el centro se encuentra la dignidad de la persona en cuanto única e irrepetible. “El trabajo es para el hombre y no el hombre para el trabajo” dice JPII. El Papa estima la cosa laboral, como la clave de toda la cuestión social, y dice que “el hombre debe ser sujeto y objeto de perfección moral y profesional mediante el acto de trabajar”. Y que el estado debe concurrir con su apoyo subsidiario a diversas formas de relaciones laborales. Presenta una novedosa forma de conciliación y analogación práctica entre capital y trabajo; “capital es trabajo acumulado y trabajo es capital en potencia” dice JP II. Con lo cual levanta un puente para resolver el secular antagonismo entre capital y trabajo. Esto en contraposición crítica con el materialismo filosófico marxista y el materialismo economicista.

Los aspectos de unidad y de futuro en la Iglesia, pasan por afianzarse en torno a la antropología filosófica del hombre y en su relación con el orden social. Preguntas como “quién es el hombre” y “como debe desarrollar su vida” siguen siendo centrales, toda vez que la convivencia social requiere de cierto marco de unidad, dentro de una dinámica global de creciente complejidad. Esa unidad, que de ninguna manera implica uniformidad, demanda deberes básicos y comunes para todos, rehuyendo la destructiva dispersión cultural actual. La cuestión antropológica desde luego, no es una cuestión puramente filosófica ni menos ideológica o nostálgica. Pues su carácter integral, participado dentro de un contexto de vida real y en sociedad, arranca de principios universales que son demostrativos por sí mismo y connaturales a la esencia fisiológica, moral y espiritual del hombre. La cosa antropológica del hombre es de carácter científico y racional, es lógica pues se fundamenta en concepciones objetivas del ser humano, de la libertad, de la verdad, de la felicidad etc.

La idea de Dios y la unidad espiritual no es desde luego monopolio de ninguna iglesia, pues se encuentran en las culturas más diversas y es anterior al cristianismo. La fe no ha surgido del mundo griego o latino, sino del mundo semita del antiguo oriente en el que estaban en contacto África, Asia y Europa. También tiene carácter pastoral, pues las mismas preguntas de los no creyentes son las preguntas de los cristianos, quienes no exentos de dificultades deben “navegar” por la vida, con un remo en la fe y otro en la razón.

Sobre la unión cognoscitiva de fe y razón aparece justamente la encíclica Fides et ratio (1998.) En mi opinión una de las más extraordinarias, pues no solo intenta resolver la falsa pugna entre racionalismo y fideísmo, sino que además propone una renovación teológica y filosófica ligando ambas disciplinas con la fe y la razón humana. Logrando una síntesis espíritu-racional que posibilita a toda persona actuar con la fuerza de la fe (natural y/o sobrenatural) y con la fuerza de la lógica y otros principios del entendimiento humano.

Como en el hombre no hay acción intelectiva o práctica, que no venga precedida de un acto de fe natural y de silogismos y otros elementos aportados por la razón, se dice que fe y razón son ambivalentes, pues interactúan y se apoyan entre sí. Se entiende dentro del concepto fe, la fe natural y sobrenatural. La primera, es aquella que utilizamos a diario para elaborar pensamientos y acometer acciones prácticas y resolver lo cotidiano. La segunda aporta el sustrato o eslabón inicial de la cadena de actos causales de fe natural. Fe sobrenatural que conecta al hombre con el sentido trascendente, del cual deviene el sentido de totalidad, de creatividad, de analogación, de proporcionalidad etc, todos elementos fundamentales para la comprensión y la acción humana.

Entendiendo que la razón humana, por naturaleza, busca siempre la verdad y brinda a la voluntad opciones para que cumpla con su principio natural de alcanzar bienes o fines. Pero a su vez, la voluntad incita a la razón a buscar la verdad, se dice que ambas facultades son también ambivalentes. Y si bien la razón está más asociada a la verdad, y la fe a la voluntad, fe y razón son una e indivisible. Ahora como la teología arranca de la palabra de Dios, y esa palabra para los creyentes se entiende como verdadera, intenta ponerla en relación con la filosofía y la búsqueda humana de la verdad. Y como en la persona la búsqueda de la verdad, se realiza dentro de una dinámica de escucha de la Palabra de Dios y del asombro suscitado en él por la creación, surge el “conócete a ti mismo”. Este autoconocimiento deviene en autodeterminación humana y hace posible que la propia subjetividad se haga presente de un modo distintivo y certero en cada acto personal. De este modo, la fe se perfecciona y el pensamiento se enriquece. Sin embargo dice El Papa, la filosofía no debe cerrarse en lo meramente propio e ideado por ella, pues junto con estar atenta a los conocimientos empíricos que maduran en las diversas ciencias, debe considerar también la tradición de las religiones como una fuente de conocimiento. De hecho no hay ninguna gran filosofía que no haya recibido de la tradición religiosa luces y orientaciones. E incluso el empirismo, que estaba convencido de la autonomía de la razón y consideraban esa autonomía como criterio último del pensar, hoy día se encuentra con que todas las estructuras físicas tienen una sobre-estructura común. Que echó por tierra su absolutismo racional. En rigor todo su pensamiento arranca de una estructura cognoscitiva dentro de la cual se encuentra la fe y los principios universales del entendimiento preexistentes a todo juicio o razonamiento. Incluso Marx, en su radical reinterpretación, vive de la esperanza que viene de la tradición judía, y bajo esa fuerza intenta plantear “coherentemente” su materialismo dialéctico e histórico. Esto queda demostrado también al constatar que las formas básicas del saber filosófico, están presentes en los postulados que inspiran las diversas legislaciones nacionales e internacionales para regular la vida social. Piénsese tan sólo, en los principios de no-contradicción, de finalidad, de causalidad, de identidad y de cualidad, introducidos en normas morales fundamentales y aceptadas en la vida social. Estos y otros principios indican que, prescindiendo de las corrientes de pensamiento, existe un conjunto de principios en los cuales es posible reconocer un patrimonio espiritual de toda la humanidad, creyentes y no creyentes. Esas formas, precisamente, porque son compartidas por todos deberían ser un punto de referencia para las diversas escuelas filosóficas y para un orden sociopolítico e institucional objetivo, solidarios e igual para todos.

Cuando la filosofía, apaga totalmente ese diálogo entre el “pensamiento” de la fe y de la razón agrega J. P. II, nos deja inmediatamente instalados en la desesperanza del nihilismo, la peor enfermedad que puede afectar a la filosofía, a la fe, a la razón; al espíritu humano. En su amor por la humanidad, el Papa señala que la Revelación introduce en nuestra historia una verdad universal y última que induce a la mente del hombre a no detenerse nunca. "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida": en estas palabras de Cristo según el Evangelio de Juan (14, 6) está expresada la pretensión fundamental de la fe cristiana señalada en las encíclicas papales.

 


 

 





 

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