Una ética de la participación laboral
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Sebastián
Burr Cerda
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El presente trabajo es una síntesis de mi segundo libro, REPARTIENDOSE
EL BOTIN. Una ética para la participación laboral, que se
encuentra próximo a publicarse. En cuanto versión sumamente
resumida de dicha obra, no recoge la multiplicidad de temas, alcances
y desarrollos allí abordados; pero he procurado seleccionar lo
que considero nuclear de ese diagnóstico y de esa propuesta, esperando
que proporcione una adecuada visión de sus fundamentos y articulaciones
concretas, en orden a llevar a cabo una reformulación eficaz y
auténticamente humana del mundo de la empresa y del trabajo.
Creo que la mejor manera de iniciar esta síntesis es exponer antes
que nada los objetivos esenciales a los que apunta la presente propuesta
de reformulación laboral. En realidad, se trata de un solo gran
objetivo, multidimensional y al mismo tiempo unitario: resolver en primer
término la problemática de fondo que hoy impide el auténtico
desarrollo del mundo del trabajo en nuestro país, es decir el desarrollo
del trabajador en cuanto persona y simultáneamente en cuanto trabajador,
lo que en ética se conoce como praxis y poiesis (la praxis es toda
acción voluntaria que implica intención y elección,
es el obrar moral, que genera desarrollo interior en las personas; la
poiesis, en cambio, es el hacer técnico, es producir algo que queda
fuera del ámbito moral del individuo). Y en segundo lugar, a partir
de la unificación de ambos planos o conceptos, desarticular los
bloqueos que, como consecuencia directa de esa compleja problemática,
obstruyen el desarrollo de nuestras empresas, de nuestra economía,
de nuestra institucionalidad social y de nuestro sistema político.
Este múltiple objetivo se sustenta en primera instancia en una
revisión crítica global de la realidad chilena, llevada
a cabo a la luz de filosofías realistas. Ese diagnóstico
nos revela que las estructuras y articulaciones que hoy rigen la vida
humana en Occidente y por ende en nuestro país, tanto en el ámbito
individual como en sus manifestaciones sociales, son contrarias al hombre
y al orden natural, porque proceden de un corpus filosófico materialista
y reduccionista que ha suprimido del acontecer contemporáneo las
dimensiones más profundas y esenciales del ser humano. La consecuencia
de esta deshumanización es que las instituciones fundamentales
y casi todos los dinamismos del mundo en que vivimos funcionan precariamente,
o funcionan mal, porque no están al servicio del hombre, y no coinciden
operativamente con su antropología filosófica. Necesitamos
por lo tanto revisar nuestra institucionalidad y sus sistemas operativos,
y averiguar qué requieren para insertarse definitivamente en el
orden natural. Creo que no existe otra manera de lograr el ansiado despegue
que todos deseamos para nuestro país.
La institución nuclear del mundo contemporáneo es el trabajo,
puesto que directa e indirectamente absorbe la actividad diaria del grueso
de la población, y constituye el proceso del cual se nutren todos
los demás planos de la actividad humana, tanto individual como
social. El trabajo, para la vida moral, económica y política
de las personas, en cuanto individuos y en cuanto partícipes de
la sociedad, es como la tierra para la agricultura. De ahí que
sea precisamente el mundo laboral el escenario principal de este proyecto.
Sin desmerecer el rol formativo que le compete a la familia, y el rol
de la educación a quien le corresponde desarrollar la arquitectura
del entendimiento y expandir los conocimientos de la persona.
Expondré este objetivo multidimensional contestando una pregunta
elemental de sentido común: ¿Qué se ganará
con acoger esta propuesta y ponerla en acción? ¿Qué
ganarán los trabajadores, los empresarios, la economía,
las instituciones sociales y el sistema político?
Los trabajadores ganarán autodeterminación individual. Y
la autodeterminación les permitirá generar por sí
mismos su propio y constante mejoramiento económico, incluido el
progresivo acceso a la propiedad de las organizaciones productivas, sin
que ese acceso lesione en absoluto los legítimos derechos del capital.
Elevará sustancialmente su productividad. Activará integralmente
sus potencialidades naturales bloqueadas por el antiparticipativo y enajenante
sistema laboral vigente: entendimiento e inteligencia práctica,
que devienen en creatividad, iniciativa, capacidad operativa, etc. En
otras palabras, hará emerger sus mejores energías físicas
y mentales, instalándolos en un proceso de permanente autoaprendizaje.
Hará desaparecer las frustraciones, los resentimientos y los antagonismos
que atrofian su rendimiento laboral y que son la causa del perpetuo y
estéril conflicto en el que están entrampadas desde hace
dos siglos las relaciones entre el capital y el trabajo. Por último,
hará posible su auténtico desarrollo humano, elevará
su autoestima, y esa expansión les permitirá construir por
sí mismos su futuro y cumplir sus propias aspiraciones respecto
al anhelo esencial de todo hombre: la felicidad. Por otra parte, la sindicalización,
en lugar de su rol exclusivamente reivindicacionista, pasará a
cumplir una función constructiva, en pos de mejorar la situación
general de los trabajadores de la empresa.
Los empresarios ganarán un incremento sustantivo de la productividad,
un mayor usufructo de sus infraestructuras empresariales, y por lo tanto
obtendrán una mayor rentabilidad. Todo eso redundará en
una mayor competitividad, sobre todo en cuanto a los crecientes desafíos
del mercado global. Podrán también establecer un yo común
con sus trabajadores, de modo que todos apunten a los mismos objetivos
y se beneficien proporcionalmente de los logros alcanzados. Verán
disminuir cada vez más los conflictos y las actitudes laborales
pasivas que asfixian y entorpecen la marcha de sus empresas. Podrán
indexar variablemente los costos laborales a las fluctuaciones negativas
y positivas de sus organizaciones, de la economía y del mercado
tanto nacional como global, y liberarse de los costos salariales fijos,
que no miden la entrega efectiva de los trabajadores y que llegan a hacer
inviables las empresas en los períodos de contracción económica,
y muy injustas en los períodos de expansión. Eso contribuirá
a disminuir los despidos, con los consiguientes efectos positivos para
el empleo y para la moral de los trabajadores. En suma, contarán
con empresas más justas, flexibles, competitivas, y capaces de
adaptarse rápidamente a los cambios internos y a los cambios de
todo orden que se suceden a velocidad creciente en el nuevo escenario
globalizado.
La economía experimentará un saneamiento general, porque
la variabilización de los ingresos de los trabajadores, que constituyen
la mayoría de los actores económicos, los hará participar
activamente en el proceso de generar la riqueza, igualándose así
bajo una misma categoría o género la oferta y la demanda
en el grueso del mundo laboral. Actualmente la mayor parte los trabajadores,
por su condición asalariada fija, están completamente marginados
de la oferta; sólo participan en la demanda. Esa dicotomía
es antinatural, y distorsiona todo el acontecer económico, haciendo
que incluso la demanda se vea afectada por una serie de conductas antieconómicas
de los trabajadores, lo que inevitablemente provoca anomalías y
estrangulamientos que perjudican el desenvolvimiento normal del proceso.
Ciertamente es un problema de conocimiento y aprendizaje: es imposible
entender la demanda sin practicar la oferta, y viceversa. La autodeterminación
laboral generará además una ética económica,
realista y eminentemente práctica, y en consecuencia más
eficaz que los parámetros avalóricos que hoy dominan este
ámbito de la actividad humana. La dimensión ética
se encuentra hoy completamente ausente de la economía, que es manejada
a partir de formulaciones teóricas desconectadas de sus articulaciones
naturales, y sobre todo del hombre real. El carácter materialista,
empírico, racionalista y avalórico de dichas teorías
es una de las principales causas de nuestras frecuentes crisis económicas.
Una reactivación auténticamente humana del mundo del trabajo
será la mejor forma de atenuarlas y avanzar hacia una economía
más estable y verdaderamente libre para todos.
Finalmente, nuestra institucionalidad social y nuestro sistema político
resultarán también enormemente beneficiados. En gran medida,
todos los conflictos que hasta ahora nos mantienen sumidos en un divisionismo
tan inoperante como estéril, tienen su origen en las frustraciones
provocadas en el grueso de los trabajadores por la categoría inferior
y dependiente en la que los ha instalado el sistema laboral vigente. Esa
condición marginada oscurece sus vidas, cierra sus expectativas,
inmoviliza su entendimiento y su voluntad, alimenta el resentimiento y
les impide entender, y menos percibir la idea del bien común, que
constituye el objetivo esencial del orden social y político. Ningún
programa ni ninguna gestión de gobierno, por bien inspirada que
sea, logrará mejorar nuestro escenario político ni alcanzar
la ansiada unidad nacional, si no se establece previamente la homogeneidad
de géneros valóricos y operativos en la base misma de nuestra
sociedad, en el mundo del trabajo.
Veamos entonces cómo esta propuesta puede contribuir al cumplimiento
de este gran objetivo, a primera vista tan difícil de alcanzar.
El primer paso es abordar un diagnóstico lo más lúcido
posible de nuestra actual situación laboral.
EL DEFICIT LABORAL DE CHILE
Cualquiera de nosotros puede conectarse vía Internet con el IMD
(Management Development Institute), y obtener allí el último
Informe de Competitividad Mundial, que analiza a los 46 países
más competitivos del mundo. Ese informe entrega datos dramáticamente
reveladores sobre nuestra productividad laboral.
Dentro de ese contexto, Chile figura actualmente entre los cinco países
cuyos trabajadores, individualmente considerados, permanecen más
tiempo en sus lugares de trabajo: un promedio de 2.256 horas al año.
Los de Taiwan y los de Hong Kong, situados al tope de la tabla, trabajan
sólo un 3,2 % más, es decir, un promedio de 2.320 horas
anuales; y los de Singapur, un 11% menos. Sin embargo, mientras cada trabajador
de Taiwan produce un PGB de US$ 13,25 por cada hora de trabajo, el de
Hong Kong US$ 22,31 y el de Singapur US$ 25,94, el chileno produce apenas
US$ 6,17. La economía de Singapur aparece en el ranking general
como la segunda más competitiva del mundo, detrás de la
de USA; la de Hong Kong, en el tercer lugar; y la de Taiwan en el lugar
número 16. La de Chile, en cambio, sólo alcanza el lugar
número 26.
En un rubro más específico, el de la industria, encontramos
que mientras un operario israelí produce al año un PGB
de US$ 73.094, y uno de Noruega US$ 72.027, el obrero chileno logra escasamente
un PGB de US$ 47.589. Pero hay algo más, y que resulta casi increíble:
mientras un trabajador agrícola israelí, laborando en medio
del desierto y con recursos hídricos muy inferiores a los nuestros,
produce un PGB de US$ 93.517, y uno canadiense, también con condiciones
climáticas relativamente adversas, produce US$ 57.357, el obrero
agrícola chileno sólo produce un PGB de US$ 20.068. Finalmente,
en el sector servicios tenemos el siguiente panorama: mientras un trabajador
irlandés produce un PGB anual de US$ 79.547, y un trabajador italiano
US$ 62.592, el trabajador chileno produce sólo US$ 34.333.
De acuerdo a estos indicadores, Chile ocupa el lugar 34 en cuanto a calidad
profesional de sus trabajadores. Eso significa que nuestro contingente
laboral se ubica en el tramo más bajo de competitividad de las
naciones denominadas “emergentes”, bastante lejos del lugar
26 que ocupa la economía nacional considerada en su conjunto.
¿A qué se debe este notorio contraste?
Respecto a los costos sociales del trabajo, el obrero industrial chileno
tiene un costo de US$ 4,84 por hora, y el de Hong Kong asciende a US$
5,13. Pero esta diferencia, de aproximadamente un 6%, no guarda ninguna
relación con el rendimiento que se da en uno y otro caso. Y si
nos comparamos con países culturalmente más parecidos al
nuestro y que además compiten económicamente con nosotros,
como Brasil, vemos que el costo social de cada uno de los 73,12 millones
de trabajadores de ese país no pasa de US$ 2,26 por hora, menos
de la mitad del costo promedio del trabajador chileno. Por otra parte,
Brasil pierde 4,8 días laborales al año por cada 1.000 trabajadores;
Alemania, 2,3; Francia, 8; Malasia, 0,2; y Singapur no pierde ninguno.
Chile, en cambio, pierde anualmente 33 días laborales.
De hecho, Chile es uno de los 5 países (entre los 46 del ranking)
con más baja tasa de aporte de sus trabajadores a su propia economía.
A más de alguien este desmedro laboral puede parecerle tranquilizador,
puesto que ser demasiado competitivo provoca a veces consecuencias muy
negativas para la vida humana. Según este criterio, tal desventaja
sería humanamente aceptable, considerando que nuestra menor tensión
competitiva debería traducirse en mayor equilibrio anímico,
individual, familiar y social, y por ende en modos más sanos de
vida. Desgraciadamente, eso no ocurre, y el Informe es también
elocuente al respecto: los trabajadores chilenos están ranqueados
dentro del grupo de los diez países que más abusan del alcohol
y de las drogas. Por último, en el plano psíquico, mediciones
hechas por la Organización Mundial de la Salud revelan que en la
ciudad de Santiago se encuentra una de las mayores acumulaciones de depresivos
de todas las capitales del mundo. Y esto sin siquiera ratificar ese dato
con lo que sostiene un organismo de las Naciones Unidas respecto a la
felicidad del chileno medio, que también nos deja muy mal parados.
El diagnóstico del mencionado Informe sobre nuestra actual situación
laboral coincide casi exactamente con las opiniones que he podido recoger
en las conferencias y seminarios que he realizado acerca del tema en diversas
universidades, y en mis reuniones con gremios empresariales, gerentes
de recursos humanos y confederaciones sindicales. Los participantes en
esos eventos han sido casi unánimes en declarar que a su juicio
la infraproductividad del trabajador chileno oscila entre un 40% y un
70%.
Un estudio de los economistas Engel y Velasco dice que la clave del mayor
crecimiento y del ingreso de los trabajadores no está en la mayor
inversión, sino en el aumento de la productividad. Subir la inversión
en 10 puntos del PIB rinde 1,3 puntos de crecimiento anual per cápita,
mientras que subir la productividad dos puntos rinde 2 puntos de crecimiento
anula per cápita.
Por último, mi propia experiencia me hizo enfrentar dramáticamente,
en los comienzos de mi actividad empresarial, esa precaria condición
de nuestros trabajadores, marcada no sólo por bajísimos
niveles de rendimiento, sino sobre todo por una pasividad crónica,
por una ausencia casi total de voluntad de trabajo. Ese choque con un
contingente laboral que resistía todos mis intentos de activarlo
fue lo que me indujo a indagar a fondo las causas de tan grave anomalía,
y a elaborar un sistema que pudiera revertirla, a partir del propio mundo
del trabajo.
La conclusión de las anteriores mediciones es que padecemos un
grave déficit laboral. Ese déficit constituye un pesado
lastre para nuestras pretensiones futuras, y seguirá pesando negativamente
en el plano humano, económico y político, a menos que hagamos
algo verdaderamente eficaz para cambiar de raíz la situación.
Evidentemente, la solución tiene que lograrse por la vía
de mejorar nuestra eficiencia y productividad, sin aumentar las horas
de trabajo y sin reducir los montos que actualmente constituyen el costo
base de las prestaciones sociales.
Pensemos además que a las economías emergentes del bloque
occidental se les están sumando otras que van a modificar nuevamente
todo el escenario mundial en los primeros diez años del próximo
siglo. Esas economías, como la de China, la de Rusia y la de India,
tienen un formato común: su enorme población laboral. Nada
menos que 1.262 millones de trabajadores en conjunto, y eso sin considerar
las reservas del continente africano. Ese conglomerado humano duplica
la fuerza laboral de Occidente, y a un costo promedio aproximadamente
23 veces menor que el de Occidente desarrollado, tasa que hace incluso
palidecer las 14 veces menos que paga el Occidente denominado emergente.
Así si nuestro sistema no evoluciona, corremos el riesgo de que
las empresas terminen externalizando todas sus contrataciones laborales,
con toda la precarización social que eso implica.
Ahora bien, si atendemos a otros indicadores de nuestra economía,
aparece un cuadro que tampoco tiene nada de alentador. Chile no posee
ventajas científicas ni tecnológicas, y su inversión
en ese campo es insignificante. La infraestructura chilena básica
(con excepción de la eléctrica) es una de las cuatro peores
entre los países analizados por el Informe, y nuestra tasa de inversión
y uso en aplicaciones computacionales, tanto en el plano individual como
en el área de los servicios y de la industria, es también
de las más bajas. Nuestra educación está lejos de
ajustar sus programas a las necesidades profesionales del presente, y
más lejos aún de entregar un tipo de enseñanza dirigido
a la comprensión de conceptos universales a través de los
cuales el individuo pueda abordar y manejar la compleja trama de circunstancias
puntuales y cambiantes que presenta la realidad. La inversión nacional
en educación es una de las diez más exiguas en el concierto
de los 46 países más competitivos —apenas US$ 105
per cápita—, mientras que Argentina gasta tres veces más,
Israel e Irlanda ocho veces, y Noruega y Suecia US$ 2.207. Se agrega a
eso el hecho de que los programas subsidiados de capacitación laboral
casi no se utilizan en nuestro país, y pareciera que a nadie le
interesa averiguar a fondo el porqué de esta contradictoria y extraña
omisión.
Una pregunta crucial surge de este panorama: ¿cómo se las
va a arreglar Chile, afectado por tantas carencias, para competir a nivel
mundial en el futuro? ¿Cómo se va a defender en el próximo
siglo, que nos enfrentará de lleno a una economía global
e informada al instante?
Para apreciar la magnitud del desafío que nos espera, consideremos
un solo caso de competitividad externa: el de Silicon Valley. A los quince
años de su creación, ese complejo industrial cuenta hoy
con 1,4 millones de trabajadores que laboran en no más de 50 millas
cuadradas, y ha alcanzado tan excepcionales niveles de eficiencia, que
su solo PGB supera con creces el de todo nuestro país. Siete mil
empresas de alta tecnología operan allí; once nuevas empresas
son fundadas cada semana, y cada 5 días una nueva compañía
entra en la bolsa. En 1997, Silicon Valley acumuló en el mercado
de capitales 450 billones de dólares, algo así como 15 veces
el total de nuestra deuda externa. Este es el conglomerado “fabril”
de empresas privadas más grande del mundo y con niveles altísimos
de productividad y resultados económicos. Sin embargo así
y todo se ven amenzantes nubes sobre Sillicon valley, pues la India está
decidida a arrebatarle dicha posición.
Los horarios de trabajo del complejo son completamente atípicos.
Hay gente que trabaja un día domingo y descansa el lunes, o bien
desarrolla un proyecto durante diez días seguidos, para después
interrumpir la tarea y descansar tres. Simplemente, se adaptan a las
necesidades. Eso demuestra que flexibilidad laboral, entendimiento y voluntad
activos, alta tecnología, capitales en riesgo y capacidad rápida
de asociación, son el sinónimo moderno de competitividad,
contrariamente a la creencia de que para ser competitivo un país
debe ser rico en recursos naturales y tener bajos costos laborales.
¿Qué puede hacer Chile ante tan colosal empuje, además
de tratar de incorporar a la mayor velocidad y en la mayor amplitud posible
los avances tecnológicos? Sacar el máximo partido de lo
único que tendremos disponible siempre: nuestro capital humano.
No podemos seguir basando el resultado de nuestra economía en los
recursos naturales, ya que muchos de éstos no son renovables, y
además resulta literalmente un desperdicio aprovechar exclusivamente
los dones otorgados por la naturaleza mientras nuestra población
laboral permanece sumida en la infraproductividad y en el letargo del
entendimiento y del desarrollo de la inteligencia práctica. Esas
facultades que sí son renovables y además susceptibles de
un ilimitado desarrollo, permitirá reducir drásticamente
la tasa de analfabetos funcionales, que bordea el 70% del estamento laboral
dentro del contexto de sociedad salarial.
El problema es cómo provocar ese vuelco humano en términos
prácticos y operables, de un modo que permita a los trabajadores
chilenos salir de su marasmo y alcanzar altos niveles de productividad,
sin alterar el funcionamiento normal de las empresas y de la economía,
respetando siempre la propiedad y la libre iniciativa, y además
dentro de un contexto participativo a través del cual mejoren significativamente
los ingresos de los trabajadores.
De partida, debemos descartar como inútiles todos los sistemas
de incentivos aplicados desde hace tanto tiempo en numerosas organizaciones.
Todos han fallado, y seguirán fallando en su intento de activar
las capacidades y rendimientos del mundo laboral y de eliminar el antagonismo
empresarios-trabajadores que aún subsiste en nuestras empresas.
La razón de su fracaso es que se trata de estímulos puntuales,
externos y materiales, que no logran llegar al ámbito en el que
en verdad se juega toda activación humana: el de la conciencia
y el del discernimiento reflexivo abierto, única instancia que
puede permitir al trabajador constituirse simultáneamente en sujeto
y objeto de su acción, es decir, en agente y destinatario de su
propio trabajo. Estoy hablando del ámbito valórico, donde
se juega el cumplimiento de todas las aspiraciones humanas.
Estamos condicionados por una cultura laboral que nos induce a creer que
la mayoría de los trabajadores asalariados no tienen más
aspiraciones que las que se refieren a su mejoramiento económico.
Pero las tienen, porque son seres humanos como todos, y gran parte de
su amargura nace de verlas bloqueadas por la estructura misma del sistema
en que llevan a cabo su actividad laboral. Mientras esa estructura no
se modifique a fondo, seguirán donde están, sin poder rendir
más, porque rendir más no les reportará ningún
beneficio económico ni valórico dentro del sistema actual
de salario fijo y de falta protagonismo y expectativas al que están
sometidos hoy.
Durante los primeros años de administración de mi empresa
—Titán Ltda.—, me pregunté muchas veces por
qué no lograba revertir la indolencia y los escasos rendimientos
de los 25 operarios que trabajaban allí entonces, pese a introducir
toda clase de incentivos y aplicar una tras otra todas las recomendaciones
de los expertos en recursos humanos de la época. Hasta que de pronto,
tras mucho rumiar ese enigma que parecía no tener explicación
ni tampoco solución, se abrió paso entre mis cavilaciones
un nuevo punto de vista que nunca me había planteado, y que tomó
forma definitiva al observar la desconcertante actitud del “Mazamorra”
Albornoz, uno de los trabajadores de la empresa.
Albornoz pertenecía al cuartel de bomberos de la comuna, y lo tenía
a mucho orgullo. Bastaba que escuchara la “música”
de la sirena del llamado de incendio para que automáticamente saliera
disparado a cumplir su altruista misión, sin siquiera pedir permiso
para ausentarse de su trabajo. Se entregaba en cuerpo y alma a esa tarea,
concurría a los llamados de día y de noche con inagotable
entusiasmo, arriesgando cada vez su vida, y volvía siempre con
los zapatos y la ropa chamuscados, pero desbordante de satisfacción
y de anécdotas, honrándose de pertenecer al noble Cuerpo
de Bomberos.
¿Cómo era posible que Albornoz amara tanto ese trabajo y
expresara tanta admiración por sus jefes y por la institución
que lo cobijaba, siendo que además de arriesgar su vida, sin ninguna
restricción de horarios, no recibía paga alguna? Por el
contrario, en su trabajo en la empresa, que era su fuente de ingreso económico,
la que le permitía mantener a su mujer y a sus hijos, se comportaba
como todos los demás, desdoblándose de un momento a otro
y convirtiéndose en un ser antagónico, sin la menor voluntad
de trabajo.
Esa flagrante contradicción terminó de darme la respuesta
que me faltaba. No era que los operarios de Titán no quisieran
trabajar; lo que ocurría era que, de algún modo, simplemente
no podían trabajar. Todo su antagonismo y toda su desidia eran
consecuencia directa del sino materialista, estático y antivalórico
en el que se hallaban entrampados por el sistema laboral vigente. En síntesis,
no les era posible mediante su propio trabajo desarrollarse moralmente
y crecer simultáneamente en el plano económico, profesional
y social. Ese sino, no lograba dotar de sentido al trabajo, impedía
que se activara su voluntad de trabajo y sus capacidades individuales.
En síntesis les faltaba ser héroes de sí mismo. El
trabajo era una cuestión de precio más no de valor, había
que integrar ambas dimensiones.
Estaba entonces frente a un problema que hundía sus raíces
en el mismo ser espiritual del hombre, y no ante un problema de incentivos,
como había creído erróneamente. El impasse era eminentemente
humano: la total desconexión entre el trabajador y los resultados
de su quehacer, entre el hombre y el significado intrínseco del
trabajo. Y esa brecha se situaba más allá de los mecanismos
motivacionales, economicistas y psicosociológicos con los cuales
había pretendido resolver la situación hasta ese momento.
Me di cuenta así de que no había otra salida que repensarlo
todo, y aplicar un sistema capaz de activar a fondo la voluntad de trabajo
en la gente de la empresa. Y que eso requería conectar directamente
al trabajador con sus rendimientos individuales, con los resultados globales
de la empresa, y sobre todo con su desarrollo personal, con una auténtica
autorrealización.
El mecanismo fundamental del nuevo sistema fue la sustitución del
régimen de salario fijo por un régimen de ingresos variable,
diferenciado y multidimensional. Es decir, se invirtió por completo
el orden: en lugar de ponerle precio al tiempo de permanencia de los operarios
en la empresa, le pusimos precio a su rendimiento individual o grupal,
por la vía de asignar precios, de acuerdo a mediciones de tiempo
objetivas, a los productos o a partes de ellos generados por su trabajo.
Y tomando también en consideración los precios e ingresos
salariales del mercado. Lo denominé “contrato de voluntades”.
Titán es una empresa cuyo giro industrial es realizar fabricaciones
especiales. Gracias al mecanismo variable, se fue dando una amplia apertura
de oportunidades, a partir de la cual los trabajadores pudieron entrar
en una praxis de activo y constante aprendizaje, y poner en juego sin
restricciones sus potencialidades de inventiva y creatividad, todo ello
dentro de un régimen de libertad que les permitía elegir
por sí mismos entre las diversas opciones de producción
que se daban en la industria, e incluso administrar flexible y razonablemente
sus horarios de trabajo. Por último, un adecuado control computacional
hizo posible manejar eficazmente las diversas variables y dinamismos que
iban generándose.
Lo que ocurrió fue realmente sorprendente: desde el comienzo mismo
de su aplicación, el nuevo sistema logró que esos trabajadores,
que hasta entonces eran un lastre para la empresa y que vivían
prácticamente “subvencionados” por ella, desarrollaran
una increíble voluntad de trabajo y revirtieran por completo su
actitud pasiva e incluso ciertas actitudes antagónicas, alcanzando
niveles de productividad que sobrepasaron todo lo que yo esperaba. Sus
ingresos y sus respectivas cotizaciones previsionales aumentaron hasta
dos veces sobre los promedios del mercado, varios de ellos compraron vivienda
y automóvil, y se generó además un ambiente laboral
abiertamente propicio a las iniciativas, los altos rendimientos, la responsabilidad
y la mutua cooperación.
Al cabo de catorce años de aplicación del sistema, y aún
sin un desarrollo integral como yo lo quisiera, (impedimentos de la ley
laboral, cuya esencia es antagónica) los propios resultados han
confirmado su eficacia en ambos sentidos: la activación productiva
y humana de los trabajadores, que ha redundado, como ya se dijo, en un
incremento sustancial de sus ingresos, y el crecimiento económico
y tecnológico de la empresa. Incluso los despidos, en los momentos
más duros de la crisis del año 1999, fueron relativamente
bajos en relación con lo que sucedió en otras empresas del
rubro. Tengo absolutamente claro que ninguno de esos logros habría
sido posible sin esta reformulación de la operatoria laboral, no
obstante que aún requiere una legislación que la regule
y una mayor adecuación y desarrollo.
Pero el cambio más notable es el que ha tenido lugar en los propios
trabajadores. En lugar de su antigua condición de simples empleados
y obreros, completamente subordinados a una estructura jerárquica
y enajenante, han ido entrando progresivamente en un proceso de participación
y autodeterminación cada vez más activo, cada vez más
favorable al establecimiento de un yo común entre ellos y el nivel
empresarial.
Con todo, más allá de los resultados obtenidos, me di cuenta
de que tenía pendiente otra tarea aún más importante:
averiguar por qué la experiencia había tenido éxito,
y qué le faltaba para consolidarla. En el primer caso, se trataba
de indagar si habían intervenido allí causas puramente circunstanciales
y fortuitas, o, por el contrario, causas objetivas, identificables y
susceptibles de ser manejadas en diferentes situaciones y contextos,
de tal manera que pudieran servir para generar un nuevo modelo de empresa,
válidamente aplicable a otras organizaciones.
Enfrentado a ese dilema, se me hizo claro que no había otro camino
que recurrir a la indagatoria filosófica, única disciplina
capaz de alcanzar las zonas de la realidad que escapan a la visión
puramente fenoménica y pragmática de los hechos humanos.
A través de ese abordamiento, que incluyó varios años
de estudios filosóficos e históricos, fui descubriendo
que la experiencia llevada a cabo en mi empresa estaba vinculada con un
trasfondo de causas muchísimo más vasto, y que dichas causas
se relacionaban con el ser humano en cuanto tal, con su praxis existencial,
con sus actuales modos de vida, con los modelos culturales que hoy conforman
sus ambientes mentales, y sobre todo con sus dimensiones éticas
y metafísicas. Y había causas tanto positivas como negativas.
Las negativas eran eminentemente culturales, es decir, constituían
visiones materialistas y parciales del hombre, sobre todo del hombre de
trabajo. Esto tanto por el aporte materialista del liberalismo economicista
y del humanismo materialista que propicia el sociologismo del socialismo.
De esas visiones emanaban los modelos de administración y las
normas legales que desde los comienzos de la Revolución Industrial
han confinado al mundo laboral en una categoría inferior y por
completo subordinada al empresario y a los intereses políticos,
generando así los conflictos, las frustraciones, las evasiones
y los magros rendimientos que tanto conocemos. Las positivas, que eran
las que habían permitido el éxito parcial de la experiencia,
eran de naturaleza valórica, y arrancaban de los constitutivos
esenciales del hombre: entendimiento e inteligencia práctica de
la persona, ejercicio de la libertad individual y social, autodeterminación,
conciencia y trascendencia.
Todo lo anterior, especialmente el tema de los modelos culturales, que
son los que a la postre configuran los ambientes mentales, psicológicos
y sociológicos en las personas, fue desarrollado en mi primer libro,
Apolo y Dionysos ante el siglo XXI, y constituyó su temática
fundamental.
Este nuevo libro, del cual entrego la presente síntesis, pretende
extender esa perspectiva, formulando y fundamentando una ética
de participación laboral capaz de asumir todas las dimensiones
contenidas en la antropología filosófica del hombre: su
praxis y su teoría, las necesidades económicas y el valor
intrínseco del trabajo, la activación del entendimiento
y de la inteligencia práctica, la creatividad y la autodeterminación,
y conectar todo eso con los requerimientos productivos y de responsabilidad
moral y social de la empresa, con los dinamismos del mercado y con el
ámbito político, y finalmente con todos los cambios que
el futuro demanda. Los empresarios y los trabajadores deben ser solidarios
en la mirada de la realidad y en los resultados que de ella emanan.
Pese a los grandes avances logrados por las llamadas ciencias humanas
—la economía, la sociología, la psicología,
etc.—, ese “extraño animal que llamamos hombre”
continúa siendo una de las mayores incógnitas de nuestro
tiempo. Esto ocurre porque en la Modernidad la esencia de lo humano ha
quedado fuera del alcance de las ciencias positivas, pese a su pretensión
de ser las únicas disciplinas que pueden entregarnos un conocimiento
válido de nosotros mismos. Esas disciplinas sólo registran
lo que el hombre ha sido y es empíricamente, no lo que el hombre
puede llegar a ser mediante la progresiva activación de sus potencialidades
superiores. De esta manera, su pretensión es ilusoria, pues en
último término la vida humana es un misterio metafísico,
y ninguna ciencia experimental puede alcanzar esas regiones. Salvo la
filosofía y disciplinas análogas.
Resulta sorprendente que, pese a los innegables esfuerzos que de una
u otra manera han hecho las diversas legislaciones laborales para mejorar
la condición del trabajador, y pese a ciertos logros parciales,
los legisladores no se den cuenta de que el problema es mucho más
vasto y arranca de una base mucho más profunda.
Hace poco la misma OIT emitió una campanada de alerta respecto
del futuro del mundo laboral en Occidente, augurando un sombrío
panorama cuyas soluciones no acierta a encontrar. ¿Cómo
se explica que este organismo, que creía tener absolutamente claros
todos los factores en juego, quede ahora atónito, sin atinar a
otra cosa que a hacer al respecto un diagnóstico casi apocalíptico?
Y ahí tenemos una realidad actúa, que es la precarización
del empleo, el fenómeno del out sourcing y la externalización
de la contratación.
En resumen, todos los intentos del mundo moderno de resolver sus crisis
más esenciales terminan invariablemente en un mero diagnóstico,
pero no en soluciones prácticas y eficaces, que apunten a las causas
y no a los síntomas. Sigue triunfando la enfermedad, y los verdaderos
remedios siguen sin aplicarse, por el temor de que provoquen trastornos
sociales imposibles de manejar. Pero si hay que pagar un costo social
importante, habrá que financiarlo entre todos, de manera que las
generaciones emergentes actuales, y sobre todo las futuras, entren en
una nueva y promisoria fase de desarrollo y autodeterminación.
Tan profundas son las raíces que originan los problemas contemporáneos,
que a mi juicio no hay otro camino que investigarlas hasta el fondo, y
en todas sus ramificaciones. Sería absurda la pretensión
de que cada trabajador intentase por sí solo montar su propia empresa;
pero eso no significa de ninguna manera que no pueda participar de la
condición propia de la libre iniciativa, creatividad, riesgo, ganancias,
errores, etc., en las proporciones correspondientes a su aporte, en la
misma empresa en que entrega su trabajo. Por eso esta propuesta, no obstante
las reticencias que pueda despertar en una primera aproximación,
hará el intento de despejarlas llegando a esas raíces, y
a partir de ellas tratará de esclarecer la problemática
del mundo laboral, y luego proponer soluciones para resolverla, pues de
ese mundo emanan la armonía y el buen funcionamiento de casi todo
lo demás.
Llevamos demasiado tiempo ensayando fórmulas erróneas, reduccionistas
y parciales, y aplicando mecanismos vagos, confusos y a veces hasta contradictorios,
que funcionan a medias y no dan los resultados prometidos. Así,
después de casi ciento cincuenta años, seguimos operando
con mecanismos de retribución laboral que, aparte de impedir la
colaboración mutua, determinan que los trabajadores, o son sujetos
de explotación por parte de las empresas, o bien son sujetos de
subvención de esas mismas organizaciones. Y tal anomalía
opera indistintamente para lado y lado, en forma totalmente aleatoria,
y ajena a los trabajadores y empresarios. Al final de cuentas, ambas partes
quedan con una fuerte sensación de injusticia, y todo sigue sin
resolverse. Esto indica que hay que seguir buscando, a fin de configurar
un nuevo modelo, de unidad y totalidad, sustentado en el orden natural
que rige el mundo, incluida la vida humana y todas sus potencialidades
de crecimiento.
Se trata, es cierto, de una aventura poco usual, pero que es indispensable
emprender. Si queremos que nuestras empresas sobrevivan a los cambios
que hoy se multiplican en el mundo y a las exigencias que inevitablemente
nos impondrán los años venideros, debemos activar urgentemente
nuestro principal recurso: el potencial humano. Lo que yo pueda decir
aquí al respecto será sólo una propuesta básica,
que requerirá ser completada por cada empresario junto con sus
trabajadores, considerando los factores propios de la actividad y del
sector en que se desenvuelven.
Lo que tenemos que remover definitivamente —y mientras no lo hagamos
nuestros trabajadores seguirán vegetando en la infraproductividad—
es el bloqueo estructural que los mantiene atrapados en una categoría
humana distinta, inferior a la del empresario. Esa categoría, que
inmoviliza la expansión de todas sus facultades, es artificial,
antinatura, atrofiadora de la vida, y sume al trabajador en una oscuridad
existencial que no le permite ver en su quehacer nada más que
un medio de subsistencia económica mediante una suerte de “prima
salarial”, que en lo esencial no tiene relación objetiva
con nada. Privado de toda expectativa de mayor alcance, es lógico
entonces que se repliegue sobre sí mismo, que inconscientemente
renuncie a poner en acción sus energías mentales, e incluso
físicas —¿para qué hacerlo?—, y que entonces
adopte como norma casi permanente de su trabajo la ley del menor esfuerzo.
Así, dentro de esa lógica, se cumple el conocido aforismo
de que el trabajador “hace como que trabaja” y el empresario,
de algún modo, “hace como que paga”. La infraproductividad,
el retraso intelectivo y los bajos salarios, de lo que se sigue la pobreza
material, no son sino la consecuencia directa de ese ciclo letal que después
de casi doscientos años no hemos sido capaces de romper.
El primer paso para romper ese ciclo es activar en el mundo del trabajo
las más potentes y ambivalentes facultades humanas: el entendimiento
y la voluntad o inteligencia práctica.
LA AVENTURA DEL CONOCIMIENTO
Muchos ejecutivos reaccionarían con sorpresa si se enteraran de
que la era de la informática se acerca a su fin. Esa es la inesperada
conclusión que un grupo de expertos japoneses difundió en
la edición de The Economist del 27 de mayo de 1995. El acopio e
intercambio de bases de datos a través del mundo como principal
insumo energético está cediendo paso al conocimiento creativo,
a la capacidad de “reinventar permanentemente la empresa.”
Más que de “estar al día” y de mantenerse al
tanto de los últimos avances, se trata ahora de que las organizaciones
alcancen un estado de “constante aprendizaje” que les permita
“anticiparse a los cambios”, aprovechando el recurso más
valioso del que disponen: la inteligencia del hombre de trabajo. En otras
palabras, se trata que el protagonismo sea ahora asumido por la facultad
del entender antes que la de conocer datos, de producir entendimiento.
Esto implica un vuelco total respecto del modelo tradicional de empresa,
una nueva óptica que no sólo requiere ser acogida por los
empresarios y los trabajadores, sino también por la legislación
laboral que debe extirpar su sino antagónico.
Pero ¿qué es entender? ¿En qué consiste exactamente
este proceso humano, en el cual se juega en definitiva el resultado de
todo lo que hace el hombre en su vida?
“Transformar una experiencia en conciencia, eso es ser hombre”,
escribió André Malraux.
Entender es entonces un acto de la conciencia. Consiste en captar lo que
está detrás de las apariencias del mundo físico
y de los fenómenos que en él ocurren, en percibir las estructuras
esenciales de las cosas, en descifrar las leyes que rigen su operatoria
y funcionamiento, y las interrelaciones que las vinculan unas con otras,
y de paso asumir y corregir los errores cometidos en las anteriores experiencias.
Esos planos de la realidad están ocultos a nuestros sentidos;
sólo pueden ser alcanzados por el entendimiento, a través
de su actividad propia, que es la abstracción. Según Aristóteles,
todos los conocimientos humanos se deben a la capacidad de abstracción
del entendimiento, y sólo pueden ser explicados por ella.
De esta manera, el hombre está abierto a dos tipos de conocimiento:
el sensitivo o empírico, que es el que le proporcionan sus sentidos,
y el intelectivo, propio del entendimiento abstracto. Y sólo el
conocimiento intelectivo le permite comprender el mundo, comprenderse
a sí mismo, y actuar para estampar un sello humano en la realidad
que lo rodea y en su propio ser. El conocimiento empírico, cuando
no es procesado por el entendimiento, queda sólo a modo de dato,
sin correlato y por lo tanto el sujeto de la acción no puede asociarlo
a su intencionalidad e integrarlo o analogarlo con otras dimensiones de
la realidad. De esto deviene que su creatividad o aporte queda anulado
y surge la frustración en vez de la satisfacción.
El conocimiento intelectivo es un proceso estrictamente individual, y
sólo se obtiene mediante una elaboración activa de la conciencia,
y en permanente intercambio con la realidad, en términos siempre
prácticos y en primera persona. No puede ser implantado desde fuera
en ningún individuo, y menos en forma sólo teórica,
aunque lo que se intenta transmitirle sea plenamente válido. El
sujeto tiene que hacerlo propio, a través de una experiencia vivida
por él mismo. Esa es una razón más del fracaso de
los programas de capacitación que pretenden producir por sí
solos y automáticamente nuevos conocimientos y dinamismos volitivos
en los trabajadores. Algo parecido sucede con la educación, cuando
el alumno está en clases y todo lo que le enseñan no roza
su subjetividad y su intencionalidad no se asocia a lo aprendido. lo que
significa que ni siquiera le aparezcan dudas o no se atreva a plantearlas.
Aunque parezca sorprendente, el conocimiento intelectivo, esto es, el
entender, está ausente en gran medida en el mundo del trabajo.
La mayoría de los trabajadores se encuentran condicionados por
un sistema antientendimiento, cuyo efecto inevitable es generarles una
estructura mental en la que sólo es posible el conocimiento sensitivo
o empírico. En consecuencia, sólo perciben las apariencias
externas de la realidad: de su trabajo, de la empresa, de la economía
y del acontecer social y político, sin lograr comprender la mayoría
de sus significados, ni tampoco los dinamismos que rigen cada uno de esos
ámbitos. Peor aún: muchas veces ni siquiera se entienden
a sí mismos, ni entienden su propia vida. Todo lo que sucede y
les sucede se les presenta como una sucesión de hechos y situaciones
empíricas en gran medida incomprensibles, en medio de las cuales
tratan de sobrevivir como pueden. Son unos verdaderos náufragos,
y muchos de ellos unos verdaderos héroes en medio de su nebulosa
intelectiva y su precariedad formativa. No es de extrañar entonces
que vivan desprovistos de significados y de conceptos sólidos sobre
ninguna cosa, aceptando pasivamente las reglas del juego que se les imponen
desde fuera, o detestando un sistema del cual lo único que entienden
es que los deja al margen de la verdadera vida. De esto surge todo tipo
de patologías anímicas, depresiones, alcoholismo, violencia
familiar etc.
¿Cómo conseguiremos trabajadores con un auténtico
yo, y funcionando en primera persona? ¿Cómo podemos esperar
que nuestras empresas lleguen a contar con trabajadores en constante aprendizaje
y anticipándose a los cambios, sin que hagamos algo radical para
activar intensamente el entendimiento en el mundo del trabajo?
El entendimiento no se activa en el vacío: requiere condiciones
teóricas y prácticas, y que el trabajador sea también
sujeto y objeto de su propia acción. Sólo así puede
despertarse en él el deseo de entender, que es el punto de partida
indispensable del proceso. Pero ¿qué beneficio personal
puede esperar el trabajador de la activación de su entendimiento,
si no tiene dónde aplicarlo? ¿Si el ámbito teórico
le pasa de largo, si se encuentra atrapado en una condición de
dependencia intelectiva, y también de dependencia en su praxis
laboral y moral, e inserto en un régimen de salario fijo que le
impide generar un mayor ingreso, no obstante quererlo y necesitarlo?
Es un profundo error creer que los trabajadores tienen casi por constitución
genética una inteligencia más limitada que la de los empresarios.
Lo que ocurre es que no pueden desarrollarla, porque carecen de espacios
para ponerla en acción. Y mientras no se les proporcionen esos
espacios seguirán donde mismo: en el marasmo intelectivo, que
es el origen último de los graves déficits laborales detectados
en nuestro país por todos los informes de Competitividad Mundial.
El empresario a su vez, independientemente de su mejor nivel de educación,
no es más inteligente porque nació con esa condición,
sino que se hizo más sagaz porque está permanentemente en
praxis, independientemente de que suele acumular otro tipo de distorsiones
que tienen que ver con una cultura economicista.
Empresas en constante aprendizaje y anticipándose a los cambios
implican como requisito ineludible un giro radical y definitivo del conocimiento
empírico al conocimiento intelectivo por parte de todos los trabajadores,
cualesquiera sean su nivel, cargo y funciones en cada organización.
Y ese nuevo proceso debe ser eminentemente activo, es decir, llevarse
a cabo en el propio trabajo, y en constante intercambio con la realidad
de la empresa, e incluso con los parámetros exógenos de
la economía. Requiere además asumir los riesgos de la propia
libertad en juego, e incluso las posibilidades de error y fracaso, en
busca de un resultado que no esté bajo ninguna circunstancia predeterminado.
La pretensión de asegurar de antemano un ingreso a los trabajadores
impide que registren y resuelvan adecuadamente los múltiples factores
implicados en cada situación real, que siempre tendrá un
margen más o menos amplio de imprevisibilidad.
Lejos de ser una utopía humanista, el acceso de los trabajadores
al entendimiento activo constituye una opción perfectamente posible.
Pero exige cambios de fondo en el sistema. Y esos cambios deben empezar
por nuestra legislación laboral, que atrofia intelectivamente al
trabajador al establecer implícitamente el capital y el trabajo
como dos categorías humanas distintas y antagónicas, con
destinos divergentes.
En resumen, el entendimiento humano sólo se desarrolla cuando tiene
motivos y dispone de espacios físicos, abstractos e integrados
para hacerlo. En el caso de los trabajadores, la aparición de esos
motivos y espacios depende de una amplia apertura de oportunidades en
las mismas empresas en que laboran, de su participación activa
en las instancias operativas de su propio quehacer y en las de la organización,
y de un retorno proporcional y variable de los resultados económicos
obtenidos en común, según una medición objetiva de
sus propios rendimientos y de los resultados de la empresa. Insisto, siempre
en proporción, dentro de la lógica del mercado, del aporte
individual y de los resultados de la empresa.
Sólo si ingresan en esa dinámica activa, entenderán
y querrán entender más, pues su subjetividad entró
en movimiento, y empezarán a hacerlo, cada vez con nuevos progresos.
Y lo seguirán haciendo por sí mismos, porque el entendimiento,
cuando encuentra dónde actuar y se satisface a si mismo, no conoce
límites en sus posibilidades de avance y crecimiento. De lo que
se trata todo esto entonces, es del gozo permanente del entendimiento
y de la satisfacción de la inteligencia práctica en torno
a una realidad propia, profesional, sociopolítica y económica.
UNA VERDADERA ETICA LABORAL
Paralelamente a la activación del entendimiento, es necesario formular
e implantar en nuestro país una auténtica ética del
trabajo.
Bajo la influencia de las ideologías modernas, la ética
ha sufrido una serie de desfiguraciones que la han vaciado de su significado
propio y natural. Hoy se confunde con el moralismo, con las convenciones
sociales, con normas de conducta colectivas impuestas desde fuera al individuo,
con el sometimiento a un sistema externo de obligaciones y deberes, etc.
Incluso hay muchos que propician abiertamente el relativismo moral, argumentando
que no existen fundamentos para establecer una ética de validez
universal, y que cada cual puede tener la moral que quiera, siempre que
no cause daño a los demás.
Pero la verdadera ética está por encima de esas desfiguraciones.
Es una emanación natural del ser del hombre, y de su necesidad
más profunda e inextirpable: la necesidad de ser feliz.
En esencia, la ética es la ciencia de la felicidad humana, e implica
un modo de vivir personal, una puesta en práctica de las acciones
que requiere cada individuo para avanzar hacia su propia felicidad. Comprende
así dos planos simultáneos: una visión teórica
–la ciencia moral, y una forma concreta de actuar en la vida,
una praxis.
Pese a que la felicidad es la aspiración suprema de todos los seres
humanos, todos nacemos desprovistos de ella; debemos conquistarla paso
a paso, a través de nuestras propias acciones.
Ahora bien, el viaje hacia la felicidad no puede hacerse de cualquier
manera, al arbitrio de cada cual. Está regido por leyes ontológicas,
emanadas de la naturaleza misma del hombre. Descubrir esas leyes es el
ámbito propio de la ciencia teórica; aplicarlas y constatarlas
en la propia vida es el territorio de la praxis, que siempre, y de algún
modo, debe ser recorrido en primera persona. De no hacerlo así,
se corre el riesgo de “ser vivido por otro”, y ha quedado
suficientemente demostrado que eso tiene un precio demasiado alto. Pues
la dignidad de la persona, radica justamente, en su unicidad e irrepetibilidad
como ser humano. Eso hoy, en el mundo del trabajo bajo el contexto de
sociedad salarial no está presente
Uno de los requisitos fundamentales de la felicidad es el pleno desarrollo
de sí mismo, de todas las potencialidades naturales de cada persona.
Y ese desarrollo debe ser generado por el propio sujeto, mediante un
permanente proceso de autodeterminación, sustentado en las propias
acciones.
Las acciones humanas proceden de otra facultad del espíritu: la
voluntad. Voluntad y entendimiento configuran una dualidad interactuante
e indisoluble, gracias a la cual el hombre puede desenvolver su existencia
en un plano superior al de los demás seres vivos: el plano propiamente
humano. Pero veamos paso a paso cómo funciona este doble dinamismo.
La naturaleza del entendimiento, es decir, su razón de ser, es
indagar permanentemente la verdad. La naturaleza de la voluntad o inteligencia
práctica, en cambio, es actuar siempre por un bien o un fin. Ambas
facultades se requieren y se asisten mutuamente, en una mágica
interacción, y sólo cuando esta indisoluble ambivalencia
opera simultáneamente ante una misma situación, el hombre
alcanza la plenitud que esa acción permite.
¿Cómo se entiende todo esto? Veamos. La primera fase en
todo proceso intelectivo se da cuando el entendimiento, después
de recibir un estímulo de los sentidos, explora y elucubra la verdad
en términos teóricos. Acto seguido pasa a una segunda fase,
casi más crucial que la primera: confirmar esa verdad teórica
en cuanto verdad práctica, poniendo en marcha la inteligencia práctica
a través de la acción. Sólo cuando esa verdad se
concreta en términos prácticos, el entendimiento cumple
ciento por ciento con su propia naturaleza. Verdad teórica y práctica
conformando un solo corpus ciento por ciento verdadero, ése es
el asunto. Si el entendimiento queda orbitando exclusivamente en el plano
teórico, esa verdad flota en el ámbito de lo imaginado,
provocando en el hombre una sensación de vacío y frustración,
pues así jamás sabrá si lo pensado alcanza la estatura
de verdad real, de su propia verdad real. Y si la voluntad no puede concretar
un bien o un fin, queda varada sólo en el deseo. Pero el deseo
carece de intención, porque no es racional, sino puramente material,
pues proviene de los sentidos. Así el puro deseo es también
incompleto y vacío. Sólo cuando la intención de
la voluntad es concretada en términos de verdad práctica,
la ambivalencia entendimiento-voluntad alcanza esa satisfacción
natural que es percibida por el sujeto como una experiencia de plenitud.
Y la plenitud de sí mismo es el plano más alto de la felicidad
humana.
Validando activamente y en términos prácticos su propio
entendimiento y voluntad, el hombre es feliz, pues confirma que es inteligente
pensando y obrando simultáneamente, en y por el producto de sus
propias acciones y capacidades. En ese ámbito exclusivo y privado
de voluntad y entendimiento activos es donde realmente se juega la verdad
del hombre. Sólo cuando el hombre percibe con su entendimiento
una expectativa de ganancia para sí mismo, es decir, de felicidad,
pone en acción su voluntad para conseguirla. Si esa expectativa
no existe, su voluntad permanece inerte, literalmente en punto muerto.
Esa articulación natural de la voluntad humana permite detectar
la causa de una segunda anomalía de nuestro mundo laboral: la escasa
voluntad de trabajo de la mayoría de los trabajadores, que reduce
en un alto porcentaje su productividad.
Pero no son ellos los responsables de esa nueva carencia. El responsable
es el sistema vigente, que no les proporciona espacios ni siquiera indirectos
donde cuajen la dinámica ambivalente ya mencionadas. Con lo que
se cierran las expectativas de mejoramiento de sus vidas y de sí
mismos, que es lo que mueve eficientemente su voluntad. Se cierra así
el círculo hermético que los mantiene varados en la inacción
y en la pasividad, sin encontrar punto alguno hacia el cual dirigirse
para salir de su estancamiento. Sólo trabajan para sobrevivir;
no tienen otros fines con los cuales puedan involucrarse, y eso explica
su disgusto para con el trabajo. Nadie que actúe sólo para
sobrevivir puede sentirse verdaderamente humano, ni dar de sí más
de lo que exige la mera supervivencia.
Sin ánimo de ser peyorativo, es como el caso del eunuco, cuya castración
lo deja impedido de toda posibilidad de relación de amor con una
mujer, al margen de todas las experiencias físicas y mentales que
el amor genera. Y eso lo sabe de antemano; por lo tanto, el impulso natural
que debería despertársele al ver y conocer a una mujer,
ni siquiera lo experimenta. Su mutilación biológica y psíquica
le impide entrar en interacción con lo femenino, y tampoco con
ninguna mujer concreta; literalmente, pasa de largo. Pues bien, así
como el eunuco no puede experimentar ninguna reacción ante las
mujeres, así al trabajador privado de fines valóricos propios
en su trabajo le es imposible comprometer su voluntad en lo que hace.
No es que no quiera involucrarse; simplemente no se atreve, puesto que
no puede.
Las consecuencias para la autoestima de un individuo impedido de actuar
por fines propios en su trabajo, es decir, obligado a trabajar sin involucrar
sus ámbitos de intenciones ni de elecciones, y sin emplear allí
todos los recursos de su entendimiento y su voluntad, configuran una especie
de muerte en vida, y esa postración de la personalidad desemboca
finalmente en un negativo condicionamiento mental, que se transmite inevitable
y mayoritariamente de generación en generación traspasando
la familia.
Cuando el trabajador no percibe fines que pueda hacer suyos en su actividad
laboral, tampoco puede generar ninguna intención de su voluntad
sobre lo que hace, y todo su dinamismo operativo queda abortado en el
punto de partida. De ahí en adelante, todo su quehacer se transforma
en un simulacro de trabajo, una pantomima mecánica y antinatural,
motivada exclusivamente por coerciones externas y por la expectativa
de un salario fijo que no guarda ninguna relación con la experiencia
de trabajar. El trabajo y el salario se le convierten así en dos
entes incomunicables, extraños el uno al otro, y el único
de los dos que conserva para él cierto valor es el salario, puesto
que al menos le permite seguir subsistiendo. El trabajo, en cambio, queda
vaciado de todo significado, y el mismo trabajador se vacía de
energías operativas, mentales e incluso físicas, porque
no hay a la vista ningún fin personal en virtud del cual éstas
puedan activarse. Y trabajar sin quererlo de verdad, y sólo por
deber, ciertamente afecta la voluntad.
Por supuesto, hay excepciones, en las que ciertos trabajadores asalariados
vislumbran expectativas mayores y a largo plazo, que activan su voluntad
de trabajo; pero esos casos se dan preferentemente en niveles socioeconómicos
de nivel medio hacia arriba. El grueso del mundo laboral está al
margen de ese juego de expectativas.
Este brevísimo análisis de la voluntad y de su atrofia en
el mundo del trabajo confirma la necesidad ineludible de implantar en
ese mundo un sistema que acoja de mejor manera las facultades superiores
del hombre, que proporcione a los trabajadores opciones reales y concretas
de conquistar por sí mismos crecientes niveles de felicidad. Requieren
entrar asociativamente con el empresario en el protagonismo. De eso depende
no sólo su acceso a mejores modos de vida, sino también
la productividad y competitividad de las empresas, y en último
término el futuro del país. Más aún cuando
Chile esta instalado con sus dos pies en la globalización y busca
hacerse espacios sin mayores ventajas comparativas, más alla de
nuestros productos naturales que Dios nos legó.
EL VALOR INTRINSECO DEL TRABAJO
Y EL INGRESO PERSONAL POR RESULTADOS
El filósofo español Leonardo Polo aporta una acertada imagen
que se ajusta a este tema. Dice que quien actúa simplemente por
una recompensa externa, sin autorrealizarse a través de lo que
hace, se comporta como un mono amaestrado. Tras un entrenamiento apropiado,
el primate es capaz de montarse y maniobrar en un patín, cosa
más absurda de lo que a primera vista parece, pues establece una
relación por completo extrínseca al ser y a la naturaleza
del mono. Entre el primate y su acción no existe un nexo natural;
se le ha vinculado artificialmente a ese artefacto. Entonces, ¿por
qué lo hace, e incluso desarrolla sorprendentes habilidades en
el patinete, desplazándose con gracia y elegancia? Por la sencilla
razón de que se le raciona el alimento y se le condiciona de manera
tal, que el mono se ve obligado a realizar sus piruetas para obtener
el alimento que le permite subsistir, pues en caso de no hacerlo regresará
a su jaula sin recibir nada. Una persona que se moviliza exclusivamente
por motivos materiales y extrínsecos actúa igual que el
mono sobre el patinete: trabaja porque no tiene más remedio que
hacerlo, y debe asumir esa fatalidad para vivir y no morirse de hambre.
Con el sistema de ingresoresultado se establece una relación natural
e intrínseca entre el hombre y su trabajo, midiendo lo que hay
de sujeto en el objeto, lo que hay de persona en el producto. Cada trabajador
recibe un ingreso que ya no es un monto impersonal asignado a un cierto
cargo o función, con independencia de quien lo ejerce y de la calidad
de su labor; por el contrario, ese monto es el resultado directo e indirecto
de su esfuerzo, conjugado con variables objetivas externas. Con el ingreso-resultado
la ineficiencia no tiene ya guaridas, pues se trata de un retorno personal,
del que cada uno es responsable, sin poder imputarlo al capricho del
empleador o del mercado. Más aún, todos los días
hay un comenzar de nuevo; por lo tanto, no caben las predeterminaciones
respecto a los trabajadores. Simplemente, su esfuerzo y su entrega serán
retribuidos siempre, con todas las variables de rendimiento consideradas
adecuadamente.
Un sistema variable, diferenciado y multidimensional arranca de lo que
la propia encíclica de Juan Pablo II señala; capital es
trabajo acumulado y trabajo es capital en potencia. Esto permite básicamente
medir a todos los miembros de la empresa con la misma vara valórica,
incluido el empresario y el capital; es decir, reúne todos los
factores en una misma categoría humana y matemática. Y en
los momentos de crisis la variabilidad ajustará por sí sola
gran parte de los componentes económicos que conforman la empresa.
Los trabajadores entenderán automáticamente las fluctuaciones
de la organización y del mercado, y la incidencia de sus propios
niveles de eficiencia y de su voluntad de trabajo en esas fluctuaciones.
Y los despidos masivos serán cosa del pasado, puesto que el ajuste
en los gastos por administración y/o mano de obra que la empresa
tiene comprometidos se producirá natural y espontáneamente,
en el inicio mismo de la crisis. Tenemos que ser capaces de asegurar económica
y naturalmente los puestos de trabajo, como también de asegurar
económica y espontáneamente la subsistencia de las empresas.
Y así parar la externalización y precarización del
trabajo que se desinserta de la trama social.
El sistema salarial fijo pone la carreta delante de los bueyes. Lo razonable
es que la remuneración sea una medición a posteriori, y
no su condición previa. Pero el efecto más grave del actual
esquema de remuneraciones es que sitúa al trabajador en dependencia
del empresario, en vez de situar a ambos en dependencia del cliente,
atentos a los desafíos del mercado. Ser asalariado es experimentar
que el ingreso que uno percibe no resulta directamente de la propia actividad
productiva, sino del criterio del empleador y del mercado, o de la mayor
o menor habilidad negociadora del sindicato al que se pertenece. Se trata
de un esquema parcial y a la vez confrontacional, de un “tira y
afloja” en el que prevalecen el poder o la coerción. O se
impone la astucia negociadora del empresario, que interpreta anticipada
y convenientemente para sí las señales del mercado y restringe
a toda costa los salarios, o se impone la coerción sindical, que
trata a toda costa de aumentarlos y asegurarlos, casi siempre sin ninguna
coherencia ni consideración de las demás variables, e importándole
muy poco las razones que dé el empresario para evitar esas alzas.
Sencillamente, los trabajadores que se mueven en esta “lógica”
estiman que esas razones no son de su incumbencia. “De dónde
va a salir el dinero, no es problema nuestro”. El empresario se
resiste por su parte a subir los salarios, porque si las condiciones del
mercado cambian —y de hecho suelen cambiar en forma importante
en un período no superior a dos años—, ya no podrá
disminuirlos sin el acuerdo del trabajador (puesto que la legislación
de nuestro país se lo impide), y de paso evita que su pasivo en
indemnizaciones por años de servicio se multiplique hasta en 11
veces por cualquier aumento salarial. Así los trabajadores dejan
de percibir montos de dinero que perfectamente podrían recibir.
En síntesis, es la propia legislación la que impide que
los ingresos de los trabajadores puedan crecer en los períodos
de bonanza. Así de paradójico. El mismo ente que promueve
los aumentos salariales impide que tales aumentos puedan hacerse en la
práctica. De esta manera, por la rigidez salarial impuesta por
la ley, el único expediente para los empresarios en medio de una
crisis es simplemente el despido, como se pudo comprobar en la denominada
crisis asiática.
El esquema ideológico que subyace bajo este modelo, y que impregna
nuestras leyes laborales, supone que de esa confrontación resulta
un equilibrio, pero el hecho es que siempre se impone el más fuerte,
y ése es el empresario. El trabajador simplemente queda fuera,
aunque gane algunas disputas transitorias; sin embargo, consciente o inconscientemente,
se cobra revancha, mediante un rendimiento laboral deficitario. Así
vemos cómo las mismas leyes laborales impiden hacer causa común
y formar empresas de colaboración, que sería lo natural
en hombres que poseen igual categoría humana. ¿Qué
otra cosa quisiera un empresario sino una causa común, a fin de
satisfacer rápida y eficientemente a sus clientes? ¿Qué
otra cosa quisiera el trabajador sino “repartirse el botín”
honesta y proporcionalmente con el empresario?
Más aún, ¿qué otra cosa querría el
trabajador, sino participar también proporcionalmente en la propiedad
de la eventual mayor riqueza de capital generada bajo un esquema de este
tipo? ¿Qué otra cosa querría el empresario, sobre
todo el mediano y pequeño, que tener asegurada la total colaboración
de sus trabajadores, reduciendo el riesgo de pérdidas, variabilizando
su gasto laboral, y de paso asegurando la subsistencia de su empresa?
La legislación positivista contiene esta contradicción fatal:
al tratar de evitar injusticias, encapsula la acción humana dentro
de moldes mecanicistas, y eso lapida las soluciones, generando una serie
de trastornos colaterales de los cuales ni siquiera tiene conciencia.
Sobre todo si dichas leyes se elaboran partiendo del supuesto de que ambos
grupos se quieren sacar los ojos. Tras esa manera confrontacional de organizar
las relaciones laborales se esconde una errada visión antropológica
del hombre y de la institución trabajo. El legislador supone que
el mal —la astucia engañosa, la mentira por acción
u omisión, el dolo— es lo propio de la naturaleza humana,
y que el bien es sólo una excepción que confirma la regla,
y suele no darse cuenta de que su obra legislativa implícitamente
enuncia lo que dice querer evitar, e induce a hacerlo. Es algo así
como la Crónica de una muerte anunciada, de García Márquez:
el anuncio provoca la muerte.
La suspicacia y el antagonismo son los implícitos básicos
de nuestra legislación laboral. Se olvida con ello que empresarios
y trabajadores tienen las mismas aspiraciones: ambos suponen que la felicidad
se consigue de similar manera, y ambos poseen naturalmente el mismo sentido
de coherencia, de manera que el éxito de los unos significa el
éxito de los otros. Pero la mayoría de las veces no se entienden
entre sí por la falta de unidad de géneros, en lo valórico
y en lo operativo, al interior de las organizaciones, en cuanto al reparto
proporcional de los resultados entre trabajadores y capital, y en cuanto
a la participación también proporcional en la propiedad
de la nueva riqueza.
En estricto rigor, el trabajo es una acción dotada de valor, después
de precio, y como el valor se antepone el precio es en función
de los resultados. Pero bajo el régimen de salario fijo, la acción
del trabajador es arrendada o comprada en forma predeterminada por una
persona igual a él, que por ese solo hecho adquiere una especie
de ascendencia y poder sobre su vida. Por el contrario, bajo el sistema
de ingreso-resultado, el acto de pagar desaparece: es la realidad la que
retribuye, y no la voluntad discrecional y de autoprotección del
empleador. Así se construye la solidaridad.
El trabajador moderno, impulsado por los interese partidistas, la lucha
de clases y la desidia empresarial por desarrollar el humanismo al interior
de las empresas, acepto una “protección” y cambio seguridad
por libertad. Lo que terminó por transformar el bien común
político en interés común, encabezado por un estado
benefactor, que configuró un menú de bienes mínimos;
educación, salud, vivienda etc.
Al trabajador hay que reinstalarlo en la verdad para que recupere su libertad.
Pues la libertad es un bien que encierra la dignidad humana, no puede
cederse a terceros, ni los terceros solicitarla a cambio de nada, pues
no habiendo libertad se hace imposible el desarrollo moral, familiar y
social de la persona.
La primacía del sujeto en el trabajo
Me parece conveniente citar lo que nos dice al respecto la encíclica
Laborem Exercens: “Suponiendo que algunos trabajos realizados por
los hombres puedan tener un valor objetivo mayor o menor, sin embargo,
cada uno de ellos se mide en sí sobre todo con el metro de la dignidad
del sujeto mismo del trabajo, o sea, de la persona, del hombre que lo
realiza. A su vez, independientemente del trabajo que cada hombre realiza,
y suponiendo que ese trabajo constituya una finalidad —a veces muy
exigente— de su obrar, esa finalidad no posee un significado definitivo
por sí misma. De hecho, la finalidad del trabajo, de cualquier
trabajo (aunque sea el trabajo más corriente, el más monótono
en la escala común de valorar), es siempre el hombre mismo.”
(Lab. Ex., II 6, p. 24).
El purpurado propuso el redescubrimiento de la ley natural como base para
una ética común: «Tenemos que volver a estudiar la
ley natural --quizá hace falta otro nombre, no lo sé--,
pero es necesario encontrar el fundamento para individuar responsabilidades
comunes entre católicos y laicos [no creyentes o que no inspiran
la ética en la religión, ndr.], para fundamentar una acción
que no sólo responda a la acción, sino también al
deber y a la moral».
. La moral se basa más bien en el orden interno de la propia realidad:
la creación lleva en sí la moral. Estamos comenzando nuevamente
a ver esto en los urgentes problemas ecológicos. Volvemos a darnos
cuenta de que no debemos hacer todo cuanto podemos hacer. Constatamos
que debemos respetar la dignidad de las criaturas. Con mayor razón
entonces debemos volver también a comprender que justamente el
ser humano lleva en sí una dignidad y un mandato interior que permanecen
a través de todos los cambios históricos.
Necesitamos, como lo demuestra la Encíclica moral del Papa, una
concepción de la libertad que esté ligada a la verdad
El cardenal alemán recordó que la ley natural es independiente
de la fe: «La fe puede ayudar a encontrarla, pero no depende de
ésta», esclareció
«El cristianismo debe convencer con sus fuerzas morales y debe
respetar ciertamente a las personas que no tienen el don de la fe»,
concluyó.
Así definido, el producto del trabajo viene a ser casi un “medio”
para el desarrollo humano del hombre; no se puede negar la radicalidad
del texto pontificio. Y algo nos está diciendo respecto al modo
de organizar la empresa. No son reflexiones abstractas, sino una perspectiva
ética, tanto humana como económica, que pretende reestructurar
la operatoria productiva, influir en la gestión de cada día.
Para la ideología economicista —que en su sentido amplio
incluye todo sistema que considere al hombre como “un instrumento
de producción”—, el trabajo es un factor más
de la dinámica económica, que sólo sirve para acrecentar
los medios productivos. La encíclica Laborem Exercens invierte
el orden de los términos: “... son los bienes instrumentales
los que están al servicio de un incremento personal y moral del
sujeto que trabaja. El trabajo es un medio para la autorrealización
de la persona.” El concepto mecánico y reduccionista de
la actividad humana, que la define exclusivamente como fuerza motriz,
y con carácter de objeto, es cosificante, y desconoce el sentido
íntimo y subjetivo de la praxis laboral. Y esta forma materialista
y extrínseca de valorar el trabajo, cuyos principios e inicio son
contemporáneos a la puesta en marcha de la Revolución Industrial,
continúa plenamente vigente hoy, en los albores del siglo XXI.
Se trata entonces de invertir los términos, para así obtener
mejores trabajadores, mejores personas y mejores resultados económicos.
Trabajo y capital son análogos, y por eso pueden diferenciarse
y volverse a analogar. En lugar de oponerse el uno al otro en las empresas,
deben conformar un cuerpo orgánico y unitario. La encíclica
acerca del trabajo plantea una “vinculación indisoluble”
entre ambos: “Este gigantesco y poderoso instrumento —el conjunto
de los medios de producción, que son considerados, en un cierto
sentido, como sinónimo de “capital”— ha nacido
del trabajo, y lleva consigo las señales del trabajo humano.”
(Lab. Ex., III 12, p. 46). Por eso, “de ningún modo se puede
contraponer el trabajo al capital ni el capital al trabajo, ni menos
aún los hombres concretos que están detrás de estos
conceptos, los unos a los otros.” (Lab. Ex., III 13, p. 47-48).
Aunque suene extraño, esta visión del mundo del trabajo
entregada por la encíclica es al final de cuentas tremendamente
económica, es decir, generadora de riqueza, e incluso más
rentable que la visión del más pragmático de los
hombres de negocios.
La apuesta de este libro es que, fijando este gran propósito objetivo-subjetivo
como marco de acción, las metas productivas y económicas
pueden alcanzarse mucho mejor y más rápidamente. Si este
proyecto de reformulación laboral es acogido y aplicado por un
número suficiente de empresarios, se habrá cambiado por
completo la óptica empresarial, y con una expectativa mucho más
alta de rendimientos productivos. En vez de un contingente de asalariados
tendremos en cierta medida una empresa de asociados, conectados momento
a momento con las variables de la realidad, y desplazando el acento cada
vez más hacia las dimensiones humanas y éticas del trabajo.
Es perfectamente posible establecer una ética común y que
no necesariamente esté ligada a la fe. Esa ética debe fundarse
sobre valores morales también comunes. ¿Pero quien puede
fijar las pautas de esa moral común, que no arranquen de un absoluto
divino, y al mismo tiempo, no queden neutralizadas por una razón
que a perdido validez en una cultura profundamente relativista? Ciertamente
no puede arrogarse ese rol, ninguna institución en particular,
pues a su postura filosófica se le puede oponer otra institución
determinada con lo cual vuelven a quedar las cosas en cero. Lo mismo
ocurre entre dos personas que estén intentando ponerse de acuerdo
sobre bases completamente relativas. ¿Será más válido
lo que sostiene Juan o Pedro? En ambos casos habrá una parcialidad
tácita o bien ningún peso relativo de sus argumentos por
el relativismo imperante. Todo este marasmo relativista es lo que hizo
que el mundo tomase el camino científico, es decir el camino de
la medible y cuantificable materialmente. Pero todo lo medible y cuantificable
sabemos que corresponde al mundo material, y las cosas humano-superiores,
sobre todo el desarrollo moral, no cae dentro de lo material, pues corresponde
al mundo de lo inmaterial; intelección, abstracción, especulación,
analogación etc. De manera que el camino científico no nos
sirve si queremos desarrollarnos en el máximo de nuestras posibilidades
morales, éticas y sociales.
Como no habrá acuerdo, los que surgen como “directores”
morales, inevitablemente serán aquellos que tienen el poder económico
o el poder político. ¿Y para donde se inclinará el
poder económico?. Seguramente a privilegiar aquellos factores
generadores de mayor riqueza y dentro de lo cual los económicamente
más ricos tienen una estructura de privilegio indiscutible. De
manera que tampoco puede el poder económico arrogarse el derecho
de fijar las pautas morales. Y entonces será el poder político
y que bajo la misma lógica anterior, intentará construir
una moral para conseguir y mantener el poder bajo los parámetros
que devienen del interés político partidistas y/o del sistema
democrático representativo y que se opone al sistema democrático
participativo asentada en el principio de bien común. Y así
los más pobres, que no pertenecen a los estratos del poder económico
y político, y que no han podido desarrollarse bajo la lógica
del mercado ni tampoco bajo las estructuras de la democracia representativa,
quién les asegura la justicia y sus necesidades de desarrollo humano
superior y a lo cual natural y moralmente tienen derecho? Hay que construir
un modelo, que les asegure a todos la justicia y la dignidad de cada cual,
un modelo solidario, profundamente libertario, fundado en la verdad y
el bien y que rija igual para todos.
No cabe duda entonces, que el único camino que nos queda para darnos
una estructura natural y que permita el desarrollo moral para todos por
igual, es aquella que emana de los principios diferenciadores, valóricos
y operativos que rigen el entendimiento, la inteligencia práctica
y la ley natural. Hay que recordar que la moral, entre otros aspectos,
es todo aquello que permite mejorar la vida. Afecta la conducta entera,
en cuanto pauta de valoración y/o diferenciación de las
cosas materiales e inmateriales, individuales y colectivas, teóricas
y prácticas. A partir de la función moral se conocen y actualizan
los principios valóricos y operativos que deben regir al hombre,
el trabajo, la economía, la vida familiar y social. El hecho de
que el desarrollo moral no esté presente, ni individual ni sociopolíticamente
es la pobreza intelectiva, funcional, económica y sicológica
la que predomina. Pobreza en todo su esplendor.
Como dice Ratzinger: “la moral se basa más bien en el orden
interno de la propia realidad: la creación lleva en sí
la moral. Estamos comenzando nuevamente a ver esto en los urgentes problemas
ecológicos. Volvemos a darnos cuenta de que no debemos hacer todo
cuanto podemos hacer. Constatamos que debemos respetar la dignidad de
las criaturas. Con mayor razón entonces debemos volver también
a comprender que justamente el ser humano lleva en sí una dignidad
y un mandato interior que permanecen a través de todos los cambios
históricos….Necesitamos, como lo demuestra la Encíclica
moral del Papa, una concepción de la libertad que esté ligada
a la verdad…. redescubriendo la ley natural como base para una ética
común”. “Tenemos que volver a estudiar la ley natural
--quizá hace falta otro nombre, no lo sé--, pero es necesario
encontrar el fundamento para individuar responsabilidades comunes”
La Encíclica insiste muy decididamente en que la moral no es cosa
de acuerdos. En los casos señalados estaría sometido al
juego de las mayorías bajo la lógica de la democracia representativa
y no necesariamente de acuerdo a la verdad y al bien. Sigue Ratzinger
“La moral se basa más bien en el orden interno de la propia
realidad: la creación lleva en sí la moral. Estamos comenzando
nuevamente a ver esto en los urgentes problemas ecológicos. Volvemos
a darnos cuenta de que no debemos hacer todo cuanto podemos hacer. Constatamos
que debemos respetar la dignidad del resto de las criaturas vivas. Con
mayor razón entonces debemos volver también a comprender
que justamente el ser humano lleva en sí una dignidad y un mandato
interior que permanece a través de todos los cambios históricos”.
El Papa Juan Pablo II, dice Ratzinger, muestra con gran poder de persuasión
en la Encíclica, dice que el problema fundamental de nuestro tiempo
es un problema moral. Los problemas económicos, sociales y políticos
seguirán siendo insolubles si no se encara esta realidad central.
Y el Papa demuestra que el problema moral no se puede separar de la cuestión
de la verdad Y todo esto es por que el bien y la verdad son vivencias
inseparables. Es un hecho que sólo hacemos el bien cuando estamos
en armonía con la lógica interna de la realidad y de nuestro
propio ser ontológico. Actuamos bien, cuando el sentido de nuestra
acción es congruente con el sentido de nuestro ser, es decir,
cuando hallamos la verdad y la realizamos. En consecuencia, hacer el bien
conduce necesariamente al conocimiento de la verdad. Quien no hace el
bien, se cierra también a la verdad. A la inversa, el mal se produce
a través del enfrentamiento de mi yo individual contra la exigencia
del ser y de la realidad. Esto es, el abandono de la verdad.
LA APLICACION DEL INGRESO VARIABLE,
INDIVIDUALMENTE DIFERENCIADO Y MULTIDIMENSIONAL.
Expondré ahora, en forma tentativa, un modelo técnico-práctico
a través del cual sea posible aplicar el sistema de ingreso variable,
individualmente diferenciado y multidimensional (VDM) que he propuesto
como la clave operativa básica de reformulación del mundo
del trabajo. Todos los replanteamientos antropológicos, cognitivos
y éticos que se han entregado a lo largo de esta síntesis
constituyen las claves de fondo que a mi juicio ese mundo necesita para
emerger de sus marasmos y alcanzar una real estatura humana; sin embargo,
para convertirse en experiencia práctica real de los trabajadores,
requieren un escenario concreto dentro de la empresa, una estructura
operativa en la que puedan cristalizar, y que esté plenamente
amparada por la ley. De lo contrario, por muy válidos que sean
en el plano teórico, no pasarán de ser elaboraciones que
no se sabe cómo aplicar en la empresa real.
La carencia de un modelo de aplicación práctica es la causa
de que las notables y coherentes propuestas teóricas del pensamiento
humanista y del realismo filosófico contemporáneo hayan
sido inoperantes en el terreno de los hechos. Lo mismo ha sucedido con
los extraordinarios esclarecimientos del Papa Juan Pablo II sobre el mundo
del trabajo y sobre toda clase de temas sociales del presente: no ha habido
pensadores ni hombres de acción que hayan logrado traducirlos en
proyectos concretos, en experiencias viables y visibles. Evidentemente,
no es ésa una tarea que le corresponda al Sumo Pontífice,
sino a quienes manejan en sus diferentes ámbitos los asuntos sociales,
políticos, y de administración de empresas. Así pues,
el hecho incuestionable es que esa tarea no ha sido asumida.
Es muy difícil desentrañar las causas de esa omisión.
Quizás se ha debido a que, en cierta manera, la praxis es más
ardua que la teoría, pues debe enfrentar el mundo de los hombres
tal como es, con todas sus circunstancias y complejidades, con todas sus
contradicciones, con todos los condicionantes estructurales, culturales,
políticos e incluso legales que se oponen de una u otra manera
a acoger las claves profundas de la naturaleza del hombre y del trabajar.
Y quién sabe si la situación es peor aún, pues es
tal la actual confusión institucional y jurídica, el relativismo
valórico y semántico, a lo cual se agrega cierta actitud
desesperanzada de la sociedad en general, que abordar esa tarea implica
simplemente rearticular demasiadas cosas, incluso de enorme arraigo y
peso cultural, con lo cual se transforma en una tarea colosal. No obstante
ese grueso muro, debemos intentar dar el primer paso.
El punto crítico, entonces, es encontrar un correlato práctico
de todo lo que aquí se ha propuesto, una articulación sistémica
a través de la cual las claves humanas puedan incorporarse naturalmente
a los dinamismos actuales del trabajo, de la empresa y del mercado, en
una simbiosis integradora que no distorsione ninguno de sus respectivos
fines y procesos. Es ahí donde radica el problema, en el paso de
la teoría a la praxis, y a menos que ese paso sea resuelto, todo
lo que pueda decirse en el plano de las ideas continuará siendo
estéril. Se estrellará siempre con esta pregunta elemental
del sentido común: ¿cómo hacerlo de un modo práctico
en las propias empresas? ¿Cómo hacer de lo complejo algo
simple, transparente y operativo? No cabe duda; lo simple es siempre difícil.
Pero eso no lo hace imposible.
Trataré de mostrar un “cómo hacerlo” que realmente
pueda ser aplicado al mundo laboral. No es un modelo dogmático,
ni tampoco standard, que pueda ser tomado como una receta uniforme por
las empresas que decidan incorporarlo a su estructura y operatoria. Cada
una deberá adecuarlo a sus propias características y circunstancias.
Pero sí pretende señalar los parámetros sustanciales
que a mi juicio deben ser considerados, cualquiera sea la configuración
definitiva que adopte el sistema en cada organización. Por lo tanto,
es un modelo primario, que requerirá una elaboración secundaria
por parte de cada empresa.
Creo que el primer paso para abordar la exposición de este modelo
es señalar los criterios epistemológicos y metodológicos
que han servido de marco para su diseño, y que deben servir también
de referentes para todas las adaptaciones que puedan llevarse a cabo en
las diferentes empresas.
El punto de partida es la necesidad de reconfigurar el mundo del trabajo
como una praxis, que permita expresar, articular y desarrollar en la
acción laboral del día a día toda la complejidad
y amplitud humanas: la libertad intrínseca y la libertad externa,
la subjetividad individual, los juicios de valor, la intencionalidad,
las elecciones y las conductas, y asimismo las emociones y sentimientos,
que cumplen también una función fundamental en las acciones
humanas. Y todo esto mediante la acción misma del trabajo, de un
modo directo o de un modo asumido, o bien mezclando proporcionalmente
ambas dinámicas. Lo que no puede seguir sucediendo es que esos
factores queden fuera del ámbito del trabajo. Siempre debemos
recordar que la praxis es crecimiento moral, autodeterminación
intrínseca, no exclusivamente perfeccionamiento técnico.
Por supuesto que el desarrollo técnico-profesional de los trabajadores
es también indispensable, pero la apuesta es que con una buena
praxis moral ese desarrollo se logrará en forma mucho más
rápida y eficiente, porque la renovación valórica
y afectiva del trabajador así lo permitirá. Tener buenos
trabajadores y buenos ciudadanos requiere como condición absoluta
que éstos sean previamente buenos hombres. Es perfectamente posible
tener buenos técnicos, sin que eso necesariamente implique tener
buenos hombres.
El trabajo tiene sus propios campos operativos, como también los
tiene la economía. Los dos deben ser traspasados por la libertad
externa e interna del sujeto. Por eso insisto en lo ya señalado:
es necesario incorporar a las mayorías asalariadas a la oferta,
para que se fusione en un mismo género con su propia demanda. Es
obvio que así también obtendremos el perfeccionamiento de
la demanda, puesto que al asociarse en una misma categoría con
la oferta entrarán ambas en una interacción correctiva y
enriquecedora permanente.
Pienso que la reflexión que se requiere para reformular el trabajo
en las empresas debe nutrirse en todo momento de la experiencia concreta
de los hechos reales. Es urgente desideologizar económica y políticamente
el tema laboral. La mediana y la pequeña empresa, que concentran
el 80% del empleo privado en Chile, se están constituyendo en una
especie en extinción, precisamente por la rigidez instaurada por
las ideologías políticas, económicas y administrativas
respecto al trabajo. Creo que debemos acudir decididamente al realismo
filosófico, que sostiene que toda visión teórica,
para ser válida, necesita arrancar de los hechos, de la realidad
tal como se nos presenta, y alcanzar plena concordancia con ella.
Aristóteles puntualiza que cada área del conocimiento debe
adecuarse en sus fines, en su método y en su grado de exactitud
o certeza a la naturaleza de su objeto propio. En el caso de las ciencias
teóricas, dice, el principio del movimiento está en el objeto
mismo, es directamente observable, y además el movimiento es regular
y uniforme, como ocurre por ejemplo con la física. Por eso es posible
alcanzar en ellas un alto grado de exactitud y certeza. Pero en las ciencias
prácticas —cuyo objeto son las acciones humanas— el
principio del movimiento no está en ellas; es intrínseco,
variable, y escapa a la observación directa, pues reside en la
libertad interior del sujeto, en la intencionalidad y elección
subjetivas de cada individuo. Sus resultados son así forzosamente
inexactos, o más bien una mezcla de certeza e incertidumbre. Están
siempre condicionados por la contingencia y las expectativas del sujeto
de la acción, que se encuentran a su vez conectadas con su propia
historia. Esto hay que asumirlo como condición natural de la libertad
de toda acción humana.
"Nos contentaremos con dilucidar esto —expresa Aristóteles
en la Etica a Nicómaco— en la medida en que lo permite su
materia, porque no se ha de buscar el rigor por igual en todos los razonamientos…
Por consiguiente, hablando de cosas de esta índole y con tales
puntos de partida, hemos de darnos por contentos con mostrar la verdad
de un modo tosco y esquemático; hablando sólo de lo que
ocurre por lo general y partiendo de tales datos, basta con llegar a
conclusiones semejantes… porque es propio del hombre instruido buscar
la exactitud en cada género de conocimiento en la medida en que
la admite la naturaleza del asunto. Evidentemente, tan absurdo sería
aprobar a un matemático que empleara la persuasión como
reclamar demostraciones a un retórico." "Todo lo que
se dice de las acciones debe decirse en esquema y no con rigurosa precisión;
ya dijimos al principio que se ha de tratar en cada caso según
la materia, y en lo relativo a las acciones y a su conveniencia no hay
nada establecido." Y al referirse a la imposibilidad de establecer
un orden legal perfecto, que cubra todos los posibles actos humanos: "El
yerro no está en la ley ni en el legislador, sino en la naturaleza
de la cosa, puesto que tal es desde luego la índole de las cosas
prácticas."
Si analizamos el articulado de nuestra legislación laboral, nos
encontraremos con una suerte de estructura exactamente contraria a la
índole de las cosas prácticas. Un cuerpo rígido y
aplastante, que no permite expandirse y que incita a antagonizar. Siendo
el trabajo esencialmente una praxis, es imprescindible darle el marco
propio de las cosas prácticas, algo así como libertad de
movimiento. Permitir a todos los sujetos que trabajan manejar, jugar y
asumir las condicionantes que van apareciendo aleatoria y novedosamente
en el transcurso de la misma acción. Más aún cuando
la nueva era global es un hecho real que llego para quedarse.
Si uno medita bien estas palabras de Aristóteles respecto a la
índole de las acciones prácticas, se le hará evidente
que para encontrar modos eficaces de colaboración y participación
entre trabajadores y empresa hay que ampliar el ejercicio de la libertad.
Analogar en proporción las semejanzas, y buscar la exactitud sólo
en la medida en que lo permita cada asunto. No podemos pretender una precisión
absoluta, pues hay que generarle espacios a la subjetividad humana, y
en el plano de las acciones "no hay nada establecido", ni nunca
lo habrá; por lo tanto, es imposible establecer un orden técnico
ni un orden legal perfectos, que cubran todos los dinamismos del mundo
del trabajo.
He insistido en que es indispensable promulgar una nueva legislación
laboral, basada en criterios antropológicos y éticos, pero
la elaboración de ese nuevo marco legislativo debe complementar
las consideraciones estrictamente teóricas con criterios idóneos
para el desarrollo de la actividad laboral en términos de praxis.
La ausencia de criterios prácticos es la causa de que el diseño
de la estructura laboral no calce en absoluto con la acción, y
de que al fin de cuentas la empresa y el orden sociopolítico no
cuenten con trabajadores reales. Todo eso es la causa de la infraproductividad
en que estamos sumidos. También es la causa de las estructuras
mecanicistas y rígidamente jerárquicas al interior de las
empresas. El trabajo no es sólo un medio para que las personas
resuelvan exclusivamente cuestiones económicas; es también
un medio de desarrollo interior del sujeto, dentro del cual se encuentran
las capacidades de actualización de todos los mecanismos que permiten
resolver las cuestiones prácticas que van apareciendo en la medida
en que las cosas cambian.
En síntesis, se reúnen en el concepto de trabajo cuatro
ámbitos extraordinariamente importantes para la vida del hombre:
el moral, el técnico, el económico y el político.
Desgraciadamente, a nuestra legislación, de la manera en que está
concebida, sólo le interesa el aspecto económico, y nada
más. Y esto es fácilmente observable en los períodos
de crisis, puesto que no acepta que los salarios sean reducidos cosa
absolutamente lógica si la economía cae en una recesión
o decrecimiento agudo; prefiere la cesantía, con lo cual se echa
encima cuatro problemas en vez de uno. En el caso de la reducción
salarial, es evidente que se provoca un problema económico, que
por lo demás no es tan grave si se considera que en una economía
recesiva también caen los precios en general. Por lo tanto, la
reducción salarial resulta menor que el descuento aplicado, y
además la situación puede ser revertida inmediatamente que
las cosas recuperan el equilibrio. Pero el despido del trabajador, es
decir, la cesantía, además de provocar un problema económico
radical, genera un serio trastorno moral, una desactualización
técnica, y como si todo eso fuera poco, origina por último
un problema político. Cuatro crisis en vez de una, sin mencionar
la descomposición familiar. Y ni hablar del daño que le
causa a la empresa el despido de personal. Todo el tiempo y dinero invertido
en esas personas cesantes, que se llevan información valiosa y
muchas veces inaplicable en otro lugar, se pierde en forma irrecuperable.
Volviendo a las consideraciones acerca de la metodología de la
ciencia práctica, Aristóteles señala: "Sin duda
se ha de comenzar por las cosas más fáciles de conocer;
pero éstas lo son en dos sentidos: unas, para nosotros; las otras,
en absoluto. Debemos, pues, acaso empezar por las más fáciles
de conocer para nosotros." Lo mismo puede aplicarse cabalmente al
ámbito laboral, pues también el trabajo se aboca a definir
y resolver cosas humanas, y otras en absoluto. Por eso Aristóteles
recomienda tomar incluso en cuenta las opiniones particulares y las experiencias
de los individuos, es decir, su praxis concreta, ya que es ahí
donde se juegan en último término los hechos y sus resultados.
Pero esa recomendación aristotélica no significa ninguna
invitación al relativismo; al contrario, es absolutamente categórico
al declarar que todo lo que se extraiga del contacto con los individuos
reales debe ser procesado a la luz de los constitutivos esenciales y
naturales del orden moral. Y cuando ciertas cosas absolutas entran en
contacto con la acción humana, a esas cosas absolutas hay que aplicarles
cierto grado de subjetividad individual, para incorporar a la acción
la intencionalidad y dentro de lo posible la elección, que emanan
del mismo sujeto de la acción. En otras palabras, se trata de que
el trabajador haga propia la razón de la acción y tenga
espacios de libertad para elegir los medios a través de los cuales
concretarla eficazmente.
Finalmente, Aristóteles resume todas sus observaciones sobre el
método de la ciencia práctica en una especie de regla de
oro: "Buscar los elementos de los entes sin haber distinguido sus
varias acepciones es hacer imposible el hallarlos." Es decir; sin
definir previamente la esencia de una cosa y sus especies, es imposible
encontrar las diferencias que la conforman, y sin saber eso es imposible
separar para luego reordenar proporcionalmente.
En las distintas comisiones que trabajaron en el IV Foro de la Productividad,
efectuado entre el gobierno, los trabajadores y los empresarios, los
diversos panelistas que representaron a esos tres ámbitos insistieron
mucho en que había que respetar la diversidad. Eso está
bien, y así debe ser, pero aceptando que toda diversidad, del género
que sea, siempre es parte de su marco propio de unidad. La diversidad
abierta a la pura dispersión, sin referentes causales y últimos,
es relativismo, y con claros síntomas de nihilismo. Cosa que se
comprueba cuando el proceso laboral, pese a sus evidentes desequilibrios,
jamás ha podido encauzarse, no obstante las millones de denuncias
decenas de revoluciones que se han hecho al respecto. Existen las diferencias,
pero dentro de las especies, y existen diferentes especies, pero dentro
de un género, y los distintos géneros también existen,
pero dentro de grandes órdenes –físico, metafísico,
biológico, etc., y éstos últimos dentro de un todo
planetario, y así sucesivamente, hasta llegar a lo universal. He
ahí el desafío: conocer, separar y volver a unificar, analogando
proporcionalmente los conceptos y construyendo o descubriendo sus respectivos
planos operativos. Difícil, pero posible, pues cada cosa y sus
respectivas diferencias siempre tienen un nicho de unidad donde encajar
y del cual emana su propio principio operativo.
Recojo el planteamiento metodológico de C. Massini, porque lo
considero plenamente aplicable a la reflexión sobre el mundo del
trabajo, que, como ya se dijo, es esencialmente de carácter práctico:
"En el caso del pensamiento práctico, y en especial de la
filosofía práctica, no es posible limitarse a la utilización
de un método único, sino que es preciso recurrir a una pluralidad
metodólógica. Esto significa que no puede sostenerse que
el método de la ética sea pura y simplemente analítico,
ni sintético, ni dialéctico, ni demostrativo, ni retórico,
sino que es necesario hacer jugar todos esos procedimientos racionales
de un modo estructurado, haciendo uso de cada uno de ellos en la medida
y en el momento adecuados." De esta manera, tanto la inducción
como la deducción y el correcto uso de silogismos, métodos
básicos empleados por Aristóteles, deben intervenir activamente
en la reflexión acerca del mundo laboral. Y también la intuición
y la imaginación necesitan ocupar allí un lugar, pues muchas
veces las intuiciones y las audacias imaginativas producen sorprendentes
resultados, siempre que sean sometidas al rigor de la razón.
En contraste con el planteamiento de Massini, las investigaciones sociales
modernas han caído en el reduccionismo de usar un solo procedimiento
metódico, dejando de lado todo el resto. Y esto ha ocurrido en
grado extremo en el mundo del trabajo, donde toda la acción práctica
ha quedado reducida a ser remunerada con una valoración fija y
anterior a la acción, que no considera la subjetividad humana y
elimina de un plumazo el ámbito el protagonismo y las expectativas.
Así la acción queda vaciada de contenido moral, lo que repercute
en la calidad del trabajo de los individuos. Y el que no trabaja bien,
no vive bien. ¿Alguien podría imaginar entrar a la cancha
a jugar un encuentro de fútbol conociendo de antemano el resultado
final del partido, y que además el crédito total de todo
gol que marcase cualquier jugador fuese asignado en forma exclusiva al
entrenador o al auspiciador del equipo? ¿Qué clase de entrega
o acción podría pedírseles a los jugadores de ese
evento?
Lo que quisiera enfatizar es el carácter libre de la acepción
fundamental del trabajar, del proceso de generar riqueza mediante el esfuerzo
y la creatividad humanas, riqueza susceptible de ser valorada en el mercado
de un modo subjetivo, comparativo y temporal. Evidentemente, todos esos
elementos de la realidad y de los juicios del mercado deben retornar al
sujeto de la acción, en forma abierta y no predeterminada, como
ocurre actualmente en el caso de casi todos los trabajadores. Esa especie
de "optimización" radical y teórica que se ha
pretendido alcanzar en el mundo del trabajo mediante los métodos
actuales es un absoluto fracaso. Y fracasa porque ha tecnificado algo
que es intrínsecamente moral, y además esa tecnificación
se ha cimentado en las visiones neoliberales y socialistas, visiones que
se han autoentrampado en ideologismos, por no decir que han caído
en un abierto materialismo amoral.
Me parece digna de ser también tomada en cuenta en este análisis
una proposición de Israel M. Kirzner, economista de la escuela
austríaca que en cierto modo es un continuador de las ideas de
Mises y Hayek, a las que les agrega nuevos planteos de extraordinaria
lucidez.. Creo que esa proposición tiende de algún modo,
por la vía de los aportes creativos y por lo tanto productivos,
a igualar las categorías de los trabajadores y del capital; al
menos en eso desemboca, por proyección lógica, su regla
básica: “El que lo descubre se lo queda.”
Kirzner insiste en que el empresario innovador tiene como tarea primordial
descubrir en el proceso económico los errores inconscientes que
allí tienen lugar, para detectar las posibilidades de mayor beneficio
que permanecen latentes y ocultas. Y sostiene que esa percepción
tiende a aumentar la coordinación y a equilibrar los precios. Pues
bien, la pretensión de esta propuesta es extender ese “descubrir
los errores inconscientes… para detectar las posibilidades de mayor
beneficio que permanecen latentes y ocultas” al total de los trabajadores,
que también son parte del proceso económico, puesto que
también en sus ámbitos y acciones hay errores que descubrir
y subsanar, en pequeños detalles y en grandes partes del proceso,
que hacen variar la calidad de un proyecto, producto o servicio, al extremo
de convertirlo en un fracaso o en un éxito.
Como todo economista liberal, Kirzner afirma que la economía es
neutral en cuanto a los valores morales. Sin embargo, intenta formular
una "ética económica". Dice que no le corresponde
a la moral juzgar las acciones económicas, porque tales comportamientos
son siempre éticamente correctos. Y que el abordamiento de la ética
del mercado desde el punto de vista de la justicia distributiva implica
una distorsionada comprensión de su dinámica propia. "El
proceso espontáneo a través del cual es creada y distribuida
la torta social es un proceso de descubrimiento", escribe. Y añade
que el producto no resulta automáticamente ni por sí solo
de los insumos. Se requiere además un auténtico descubrimiento
llevado a cabo por los productores, en virtud del cual crean el producto
"ex nihilo" (de la nada). Ni los ingredientes empleados ni
la torta terminada son algo dado de antemano; son una creación,
un descubrimiento. Esa "génesis" del producto da origen
a una ética sui generis, que consiste en asignar la propiedad de
lo producido al que lo ha creado o descubierto (y yo le agrego un pequeño
matiz pero importante: en cuanto proporcional). Por eso lo que se requiere
es una ética de la asignación de lo que cada uno ha descubierto.
Así, a partir del principio que dice: "El que lo encuentra
se lo queda", Kirzner considera que esa regla concuerda con las que
parecen ser las intuiciones morales generales.
Al margen de los errores de que el producto es una "creación
de la nada", y de que la elección económica carece
de intencionalidad humana, y por lo tanto no es valórica, me parece
que el planteo de Kirzner se adapta en buena medida a la tesis de fondo
de esta propuesta. Un proceso económico profundamente humano pasa
por una distribución de los beneficios generados por las empresas
productivas de acuerdo al aporte proporcional de cada uno de sus miembros,
eliminando las estructuras predeterminadas actuales. Sólo cabe
crear los mecanismos económicos precisos de retribución,
de manera que los trabajadores sean reconocidos como cogeneradores directos
o indirectos de riqueza en tanto moral y social (como creadores de una
sinergía en tanto individuo y de trabajo conjunto), en forma constante
y siempre actualizada. De esa manera se logrará un equilibrio justo
y preciso en la distribución de los beneficios entre capital y
trabajo, y además se unificarán bajo un mismo género
trabajo y capital, y también oferta y demanda, en cuanto acción
práctica de los agentes del mercado, que no son otros que los propios
trabajadores, ya sea directa o indirectamente. Y respecto a la vieja pregunta
de Marx sobre cuál es el valor del trabajo, creo que, o bien esa
pregunta no cabe, o bien cabe replicar con otra pregunta: ¿cuál
es el valor del capital? Considerando que para ninguna de las dos tenemos
respuesta, y que el hombre requiere de trabajo y las sociedades requieren
de capital, ambos conceptos —capital y trabajo— deben analogarse
bajo una misma categoría, y los retornos deben distribuirse con
la única justicia que puede integrarlos: la que emana de la proporcionalidad
de la acción de cada uno, de todos y respecto resultados objetivos.
Con una salvedad, que si bien capital es básicamente un ente material,
representa cosas físicas y también posibilidades de desarrollo,
no es un ente moral. En cambio el hombre si lo es, de manera que debe
estar protegido bajo algunos parámetros básicos e indispensable
para que pueda dar todo de sí.
En las conferencias que frecuentemente me toca dar en universidades y
empresas, después que se ha cerrado el debate sobre los alcances
filosóficos y prácticos del tema, surge siempre una pregunta
absolutamente legítima, la misma que planteé al comienzo
de este capítulo: “Está bien, pero ¿cómo
lo hacemos?” Es la invariable pregunta de los empresarios. Mi respuesta
es el modelo operativo que expongo a continuación aunque de un
modo de modelo optativo, pues puede haber otros más eficaces, y
además requiere ser adaptado a cada organización. En todo
caso, aunque por razones legales no lo he aplicado aún en plenitud
en mi empresa, su aplicación parcial ha dado excelentes resultados
a los trabajadores y a la organización, y espero que sus beneficios
aumenten en la medida que el resto de los elementos puedan ser incorporados
legalmente.
MODELO DE INGRESOS VARIABLES, DIFERENCIADOS Y MULTIDI-MENSIONALES (VDM)
PARA TRABAJADORES PRODUCTIVOS Y ADMINISTRATIVOS.
Empezaremos esta exposición con un cambio de terminología.
En lugar de salario o remuneración, usaremos en adelante el término
"ingreso” o “resultado económico", puesto
que todo el sistema apunta a que el trabajador deje de ser "remunerado"
o "asalariado", y contribuya a generar ingresos para sí
mismo tanto como para la empresa, exactamente como lo hace el empresario,
que no percibe remuneraciones sino ingresos o resultados. Pues el hombre
es sujeto de valor y las cosas de precio.
En el ejercicio de calcular las remuneraciones de un trabajador a base
del actual sistema o de la información histórica, se produce
el efecto de un juego de suma cero. Es decir, lo que se añade a
la remuneración del trabajador se resta, necesariamente, de las
utilidades del empresario, y, a la inversa, lo que se añade a las
utilidades del empresario se resta de la remuneración del trabajador.
En pocas palabras, en la simulación con información histórica
no se aumenta, ni puede aumentarse, la cantidad a repartir, pues se trata
de un dato fijo y meramente histórico.
Al estar operando con el modelo variable y de ingresos por resultados,
se abre un espacio potencial, que constituye el gran capital del trabajador
y de todo hombre: lo que el trabajador puede llegar a producir, y se verifica
un efecto que en administración de empresas se conoce como sinergía,
generado por las nuevas motivaciones ofrecidas al trabajador. De manera
que la probabilidad de resultados de la empresa acusa un sesgo positivo.
Esto quiere decir que aumenta la probabilidad de que la empresa obtenga
resultados más favorables, y por consiguiente, aumenta en la misma
proporción la probabilidad de que el trabajador obtenga ingresos
superiores al estándar. Esto se traduce en que el impacto marginal
de la implementación del modelo sobre los ingresos esperados del
trabajador es positivo. Así pues, si bien existe la posibilidad,
en escenario desfavorable, de que disminuyan los ingresos del trabajador
a consecuencia de que los resultados de la empresa empeoren, con la aplicación
del presente modelo el trabajador tiene mayores oportunidades y mejores
probabilidades de ganar más dinero, como también de conocer
las realidades económico-políticas en forma mucho más
personalizada. Además, estaremos en presencia de una igualdad de
categorías entre capital y trabajo, en tanto las fórmulas
de cálculo guarden la proporcionalidad precisa o los mismos referentes.
La base de cálculo inicial de los valores que manejará el
sistema de ingresos DVM serán los datos de precio que aporta en
general el mercado, los standards y el sentido común. Dichos precios
deberán emplearse como referentes para establecer el valor de
cada una de las acciones laborales que concurren a la prestación
de servicios o a la fabricación de cada producto específico,
el costo de los insumos o de partes previamente fabricadas, y el valor
de las acciones de tipo administrativo. Todos los parámetros deben
quedar abiertos, y ser revisados periódicamente, para incorporar
las correcciones que exige la dinámica de los cambios.
Los tiempos de ejecución que por concepto de mano de obra requiere
la elaboración de cada producto deben medirse varias veces y con
distintos operarios, a ritmo de trabajo normal y considerando los tiempos
muertos y los tiempos empleados en asuntos administrativos, y también
las eventualidades improductivas, como cortes de luz, detención
de una máquina o de una línea de producción, mala
calidad de las materias primas, etc., hasta llegar a tiempos promedio
standard. Si sólo se consideran los tiempos de ejecución
absolutos o puros, es decir, los efectivamente trabajados, se caerá
en un irrealismo que distorsionará en parte el sistema.
Esta norma se aplicará en todas aquellas funciones productivas
o administrativas posibles de medir. En este punto reside la clave fundamental
de todo el sistema, pues al basarse en el rendimiento real de cada acción
productiva, y no en el rendimiento deficitario que provocaba el salario
fijo, y al percibir los trabajadores que sus ingresos dependen ahora de
sus propios resultados y también de los resultados de la empresa,
se verán impulsados a aumentar por sí solos su productividad.
Ahora bien, como una parte de los ingresos de los trabajadores se pagarán
en función de la productividad directa, y otra parte en función
de otros parámetros de resultados de la empresa, que veremos más
adelante, la voluntad de trabajo debiera experimentar un giro en 180 grados,
sobre todo en operaciones que para ser productivas requieren una dosis
importante de voluntad. Bajo este sistema, la productividad crecerá
significativamente, tanto como los ingresos de los trabajadores. Esa ha
sido al menos mi experiencia en mi propia empresa, y no existe razón
alguna para que no se dé en forma parecida en otras organizaciones,
supuesta una idónea aplicación del sistema variable y participativo,
incluso en aquellas organizaciones que están determinadas por líneas
de producción que fuerzan a cumplir en tiempos precisos ciertas
funciones productivas.
Las variables a considerar en el sistema son las siguientes:
1. Ingreso piso, o a modo de condición de borde. Este ingreso fluctuará
entre el 20% y el 35 % del promedio histórico de ingresos variables
de cada trabajador, o del promedio que determine el mercado en cada caso.
Se compensará sólo en caso de que el ingreso del trabajador
resulte inferior a ese promedio, pero será deducible de los ingresos
efectivamente ganados y que lo superen, salvo que el déficit se
produzca mas de dos meses seguidos. En otras palabras, este tramo del
ingreso también tiene que ser producido y ganado por el trabajador.
Y si en el balance del período siguiente llegase a suceder lo mismo,
o bien su resultado cayese aún más, y ni siquiera diese
para pagar las diferencias negativas del período anterior, se debe
descontar del ejercicio subsiguiente, si fuese posible. Después
de ese período el descuento no será exigible. Las razones
que justifican este mecanismo son tres: a) el hecho de que el trabajador
está disponible en cuanto tal para la empresa; ese derecho a disponer
de él genera el derecho a un ingreso piso; b) la necesidad del
trabajador de contar con un ingreso mínimo de subsistencia; c)
la necesidad de contrarrestar un sentimiento de incertidumbre extrema
en el trabajador, una vez que está inserto en el sistema VDM, y
así asegurar que su potencialidad de trabajo se desarrolle normalmente.
Además, tanto como se consideran parámetros de acuerdo a
lo que sostiene Kirzner -“el que lo encuentra se lo queda”-,
también habrá que considerar las teorías de valor
que sustenta Max Weber: la “racionalidad valorativa”. Me refiero
por ejemplo a personas que, más que ganar importantes sumas de
dinero, se interesan en formar una familia y en la seguridad económica
de ella. Para esos casos es importante establecer un rango mayor que acoja
esa dimensión de seguridad y estabilidad. Caso a caso.
No obstante ese elemento valorativo, es también absolutamente necesario
que concurran los otros elementos de tipo antropológico que hacen
que las personas activen su voluntad y entendimiento.
Este ingreso “piso” operará tanto con trabajadores
productivos como administrativos. Y se puede establecer entre un 25% y
un 40% para lo que aquí se determina como límite de borde.
Esto en consideración a que habrá dentro de los grupos
laborales personas que le asignen mayor valor a la estabilidad que al
riesgo (por tener familia, o ser sostenedores de sus padres, etc.) que
otros que son solteros o no tienen esas responsabilidades.
Así y todo, no es de ninguna manera recomendable que el porcentaje
de condición de borde sobrepase el 40%.
Ahora bien, los elementos que compondrán la estructura VDM podrán
ser utilizados todos o en parte, en forma optativa y diversamente combinada,
de acuerdo a las circunstancias particulares de cada empresa, cada departamento
y cada trabajador.
2. Indexación a la productividad de los trabajadores productivos.
Se traducirá en ingresos por la vía de los acuerdos o tratos,
individuales o grupales. Este factor determinará entre el 50% y
el 60% del total de la estructura de ingresos de los trabajadores productivos.
3. Indexación a la productividad de los trabajadores administrativos.
En este caso, el factor productividad abarcará entre el 14% y
el 20% de la estructura de ingresos para este tipo de trabajadores. Dicha
cifra emanará de una fórmula que contemplará el
margen en relación con la cantidad de trabajadores y tratos pagados,
o bien en relación directa con los tratos pagados a los trabajadores
productivos. En este caso, el monto del porcentaje dependerá de
la función que cumpla el trabajador y de su jerarquía en
el respectivo departamento. Ejemplo: un administrativo de planificación
de la producción estará más afecto al parámetro
productividad que lo que lo estará un jefe de marketing. A su vez,
el administrativo de marketing estará más indexado al factor
ventas que al factor productividad. En todo caso, ambos deberán
estar conectados a los dos parámetros.
4. Indexación a Ventas para trabajadores productivos y administrativos.
Una parte de los ingresos quedará indexada al volumen de ventas
de cada período, y abarcará entre un 8% y un 10% de la estructura
de ingresos de los trabajadores productivos, y entre un 20% y un 40% de
la de los administrativos. En este último caso, el porcentaje
dependerá de la función que cumplan los trabajadores en
el orden de prioridades del departamento en que se desempeñen,
como ya se indicó.
5. Indexación al Margen para trabajadores productivos y administrativos.
Otra parte será indexada al margen, y cubrirá entre un
12% y un 16% de la estructura de ingresos de los productivos, y entre
un 20% y un 50% de la de los administrativos. En este último caso,
el porcentaje dependerá igualmente de la función que cumplan
en el orden de prioridades del departamento en que se desempeñen.
6. Indexación a los niveles de empleo para trabajadores productivos
y administrativos. Este factor afectará entre el 8% y el 12% de
la estructura remuneracional del trabajador. Se aplicará a modo
de sensibilización sobre la suma de los resultados obtenidos. El
propósito es conectar al trabajador con las fluctuaciones del empleo,
para que así tome conciencia actualizadamente de su propio valor
en el mercado. Y también, de algún modo, con el desarrollo
de la macroeconomía, e indirectamente con la acción política
del gobierno de turno. Cuando menciono el modo indirecto, tanto respecto
a la acción política como respecto a la participación
en la empresa, me refiero a cuando el sujeto de la acción hace
propia la acción política de la autoridad y el bien común
y/o las decisiones de la autoridad de la empresa y sus resultados.
Los parámetros a utilizar se indican a continuación, y dependerán
de cada empresa, de dónde desempeña sus actividades y en
qué mercados coloca su producción o presta sus servicios.
6.1 Sectorial. Niveles de empleo del rubro al que pertenece determinada
empresa. Por ejemplo, en el sector construcción.
6.2 Regional o nacional. Niveles de empleo en la región en la que
determinada empresa está establecida, o bien el nivel de empleo
nacional, si la comercialización de sus productos abarca todo el
territorio nacional.
6.3 Internacional. Niveles de empleo en el país o los países
en los que determinada empresa coloca su producción. Ejemplo:
un productor de vinos que entrega su producción en Japón
y en los EE.UU. puede utilizar el índice de empleo de esos países.
(tendencia hacia la globalización)
7. Evaluación personalizada. Este factor, aplicable a todos los
trabajadores, tanto productivos como administrativos, lo manejará
y aplicará la dirección de la empresa, o cualquier otro(s)
trabajador (es) que la autoridad de la empresa designe. No puede influir
negativa o positivamente en más allá del 4% al 6% de la
estructura de ingresos. Tiene por objeto medir actitudes más que
rendimientos, de acuerdo a parámetros previamente acordados entre
los miembros de la organización.
Como se puede apreciar, es perfectamente posible establecer una estructura
de ingresos que se adapte a las necesidades y características de
cada empresa. Cada organización puede manejar hasta 8 factores,
que en conjunto concurrirán a la multidimensionalidad del ingreso-resultado.
Eso permitirá a los trabajadores adquirir una mucho mayor conciencia
de todas las variables que interactúan en la realidad operativa
de la empresa, de la economía de mercado, e incluso de ciertos
aspectos políticos. De esa manera, trabajando integradamente,
se autodeterminarán, se reducirá la tasa de errores operativos
y la frecuente pugna de intereses que se da en la actividad laboral: vendedores
que venden sin preocuparse de los márgenes o de las disponibilidades
productivas; jefes de producción a quienes les importa poco el
nivel de las ventas, que no siempre están preocupados de los costos,
y que también suelen estar en permanente pugna con el departamento
de ventas; trabajadores productivos que aún estando a trato, sólo
les interesa producir para cobrar, sin reparar en la calidad y en el ahorro
de materiales, con lo que se desentienden de los márgenes de la
empresa y de los intereses de los clientes. Y así sucesivamente:
trabajadores que sólo ven lo que pertenece a su propio ámbito
de interés -sus remuneraciones-, pero no ven el mercado ni los
clientes, no ven la necesidad de que el capital obtenga un retorno para
que a su vez ellos accedan a mejores ingresos.
Para que los trabajadores hagan realmente propias todas las dimensiones
intelectivas y valorativas del acto de trabajar, las empresariales y económicas,
y de alguna manera las políticas, es ineludible poner en marcha
un mecanismo participativo e interactivo entre ellos y la empresa. Si
eso se logra eficazmente, la proyección del mundo del trabajo hacia
el orden político y el bien común se llevará a cabo
natural y espontáneamente, y se convertirá además
en un dinamismo constante de ida y vuelta, de interacción recíproca,
en términos humanos y epistemológicos, entre lo laboral,
lo económico y lo político.
INDEMNIZACION POR AÑOS DE SERVICIO (seguro de cesantía,
capacitación y retiro).
Ahora bien, respecto al debatido y tan confuso tema de la indemnización
por años de servicio, creo que también requiere una reformulación
que le dé un auténtico sentido. Lo primero para eso es definir
exactamente el propósito que persigue, es decir, su concepto esencial.
De la manera como hoy se maneja este mecanismo, parece más el financiamiento
de un año sabático que otra cosa. Y muchas veces el trabajador
se hace despedir para obtener ese monto, que a la postre termina invirtiendo
en consumo, no en respaldo para subsistir él y su familia mientras
encuentra otro trabajo, ni menos en reactualizarse profesionalmente para
así poder tener nuevas opciones laborales. Por otra parte, el solo
hecho que de que la indemnización esté indexada a las remuneraciones
regulares induce al empresario a no aumentar dichas remuneraciones, incluso
aunque pueda hacerlo. Provoca así el mismo efecto disuasivo, en
cuanto a aumentar los salarios, que la imposibilidad legal de reducirlos
en los períodos de contracción económica de la empresa
o del país. Además, el derecho a la indemnización,
siendo ambiguo y eventual, hace la mayoría de las veces que el
empresario no lo considere en sus costos, y por lo tanto no aprovisione
fondos para ese gasto. Así, cuando llega el momento de tener que
despedir, busca subterfugios para hacerlo sin pagar. Y en las empresas
medianas y pequeñas suele darse el caso de que el trabajador, cuando
ha acumulado once años de servicios o poco menos, trabaja mal,
pues si lo despiden se irá con un premio. Por último, el
empresario se ve impedido de reemplazar al personal ineficiente que ha
cumplido una cierta cantidad de años de servicios, por el enorme
costo que implica cada despido, mas aún en épocas de crisis
económica.
Considerando las razones antedichas, la indemnización debe replantearse
por completo, constituyéndose en un seguro de cesantía,
capacitación y retiro, que no limite la libertad de ninguna de
las partes. Este seguro debería tener un financiamiento tripartito,
al que concurrieran en partes proporcionales el empresario, el trabajador
y el estado, con un monto mensual porcentual al ingreso imponible de cada
trabajador. Debe constituir un costo real para todos los empresarios,
y cubrir o permitir los siguientes eventos: 1) Que el trabajador pueda
ser despedido sin las causales establecidas actualmente por la ley, cuando
el empresario lo considere conveniente o necesario para los intereses
de la empresa; 2) Que el trabajador pueda optar tranquilamente a un mejor
trabajo sin quedar “enganchado” en la expectativa actual de
la indemnización por años de servicio; 3) Que el trabajador
pueda sostener económicamente a su familia durante un período
mínimo de 4 meses, siempre y cuando acredite un tiempo de permanencia
mínima en la empresa, o de actividad laboral. Mas allá de
ese período mínimo, dependerá de los recursos acumulados
en el fondo; y 4) Que el trabajador pueda reactualizarse profesionalmente
durante su cesantía, cosa absolutamente necesaria y casi natural
en una economía global y en constante cambio.
Ahora bien, este fondo no debe quedar en manos de ninguna de las tres
partes, sino de una administradora regulada por ley.
El trabajador retirará todo el fondo acumulado cuando sea despedido
por el empresario e ingrese además en algún instituto de
capacitación acreditado, cosa que deberá certificar debidamente.
Si no ingresa en ningún instituto, percibirá sólo
la parte acumulada por él mismo y por el empresario. Si se retira
voluntariamente y se capacita, percibirá su parte personal y la
parte del estado, no la del empresario. Y si se retira por su cuenta
y no se capacita, recibirá sólo su parte personal. Por último,
si llega al final de su vida laboral en la misma empresa, percibirá
el fondo acumulado personalmente y el aportado por el empleador. En caso
de no ser utilizados los montos acumulados por el aporte del empresario
y el aporte del estado, y el trabajador abandone la empresa voluntariamente,
las partes empresarial y estatal del fondo retornarán a sus respectivos
orígenes.
La fórmula de que el estado financie una parte de este seguro de
cesantía y capacitación obedece a dos razones: 1) Que si
un trabajador queda cesante, hay ahí cierta responsabilidad del
estado, pues es él quien tradicionalmente se ha autoimpuesto la
educación del ciudadano común, y queda claro que si se produce
el evento del despido es porque en alguna medida esa educación
ha sido deficiente; 2) Que la capacitación laboral es una instancia
de bien común.
Un punto por analizar es si este fondo tendría un tope al alcanzar
un volumen que permitiera al trabajador afrontar o cumplir todos los
anteriores objetivos. Y otro es determinar cómo se forma dicho
fondo mientras el trabajador inicia su vida laboral.
Este modelo pretende flexibilizar el mundo del trabajo y variabilizar
este ámbito de la economía, a fin de que se minimicen las
medidas de ajuste que de tanto en tanto suele aplicar la autoridad económica
cuando las distorsiones se le acumulan por la falta de flexibilidad que
impera en esta importante área. Todo el sistema de precios es
fluctuante y libre, salvo éste. Tanto el mundo laboral como las
empresas tienen que entrar en la economía globalizada, e ir adaptándose
a los cambios a tiempo real, y no como actualmente ocurre, que los cambios
se hacen cuando ya las deficiencias se hacen tan evidentes que no queda
otro camino que aplicar políticas de shock, o bien reformar aspectos
que siempre e inevitablemente, por la diversidad de intereses de las
partes, generan dificultades políticas cuando los cambios se pretenden
implementar. Y como igual hay que producir los cambios, se termina “consensuando”
algo que acoja los intereses diversificados. Los resultados de este tipo
de decisiones son siempre leyes que no funcionan, o bien unos híbridos
francamente ininteligibles, y hasta contradictorios.
El modelo acoge también la completa dinámica humana del
entendimiento y la voluntad, en cuanto activos, y apunta a configurar
mediante la praxis un ciudadano con carácter propio, y en primera
persona. La competitividad de los países dependerá en el
futuro de qué cantidad de ciudadanos estén funcionando laboralmente
en forma activa y en primera persona. La felicidad de los individuos dependerá
también de cuán bien e integradamente trabajen, consigo
mismos, con el grupo, con los resultados de la empresa, y viviendo activamente
el orden político.
Necesitamos alcanzar índices productivos abiertamente superiores
a los actuales, pero la ecuación debe permitir que los ingresos
reales (aunque sean alcanzados en períodos distintos a la mensualidad)
se eleven al menos en un 30% en promedio respecto a los actuales, hasta
que alcancen una cota de valor precisa entre el mercado, los rendimientos
individuales y lo que esos ingresos representan con relación al
capital de la organización, capital que debe ser valorizado por
organismos competentes y externos a ella. Jamás debemos perder
de vista la competitividad de la empresa, los rendimientos, la valorización
permanente de los activos y el mercado. Es más, todo aumento de
activos inmediatamente debe cambiar el orden y la proporcionalidad de
los factores.
Como es fácil deducir, este sistema variable, por su alto grado
de flexibilidad, permite readaptarse constantemente a las condiciones
del mercado y a los impactos que provocan las crisis. Los ajustes, desaceleraciones
económicas y recesiones, tanto del país como de las empresas
en sus crisis particulares, serán absorbidos en el preciso instante
en que se inician, al menos en el ámbito laboral, con lo cual además
se evitarán los despidos, que son la primera medida de reducción
del gasto a la que echan mano las organizaciones, y cuya consecuencia,
como ya se indicó, es la descapitalización humana de la
empresa y el sufrimiento moral y económico del trabajador. Desde
el punto de vista de preservar los empleos, el sistema me parece sumamente
idóneo en general para todo ente productivo de riqueza, pero sobre
todo para las medianas y pequeñas empresas, que son las que presentan
una más alta relación capital/trabajadores, y que dan empleo
al 80% de nuestra fuerza laboral.
Definir un sistema remuneracional por resultados, tanto para los ámbitos
productivos como administrativos, no ha sido fácil, pero si consideramos
toda la tecnología de sistemas computacionales que Occidente ha
logrado desarrollar, creo que en adelante su implementación será
relativamente sencilla. La clave del diseño será no perder
de vista la igualdad de categorías del capital y del trabajo, eliminando
el máximo de arbitrariedad que sea posible. Por eso no se puede
dejar de tener como árbitros el mercado y una eficiente standarización
de los tiempos que demora cada acción productiva o administrativa.
La idea matriz no es pagar a las personas, sino los resultados que obtengan
en su trabajo, y repartir proporcionalmente los beneficios que se extraigan.
Pero ¿cómo hacerlo para reformular toda la dinámica
de la empresa y de los trabajadores en un sistema medible, justo, proporcional
y de acuerdo al mercado, y que al mismo tiempo sea aceptado por los trabajadores,
dado el radical cambio cultural que esto implica? Lo primero que hay que
decir al respecto es que tanto la legislación laboral actual como
los reglamentos internos de las empresas deben acoger las modificaciones
que se requieran, y adaptarse a esta forma humanista del trabajo, a fin
de resguardar la justicia y proporcionalidad del trabajo y del capital
trabajando hermanadamente.
También es necesario que el sistema se implemente ciento por ciento
y simultáneamente tanto en el ámbito productivo como en
el administrativo, o al menos completamente en uno de ellos. Ponerlo en
marcha en forma parcial puede provocar frustraciones y no generar la
sinergía propia del grupo. Tampoco resulta razonable llevarlo
en paralelo, puesto que el resultado solo será verdadero cuando
el sistema esté implementado prácticamente, no teóricamente.
No obstante ese requerimiento, la etapa de transición se debe abordar
en forma muy prudente, de manera que los cuocientes de incertidumbre decrezcan
en la medida en que el sistema se vaya consolidando y se puedan encontrar
los elementos correctivos que el sistema requiera. Como todas las cosas
verdaderas de la vida, es evidente que se requiere comprensión
y buena voluntad, pues si este sistema se implementa tratando de sacar
mayores ventajas dentro de la lógica del antagonismo que rige nuestra
actual legislación, de seguro fracasará.
Me parece conveniente agregar ahora algunos comentarios a la exposición
básica del modelo propuesto, y analizarlo más en detalle.
Para esto me remitiré principalmente a la experiencia llevada a
cabo en mi propia empresa. En el caso particular de Titán, cuando
pasamos del salario fijo al variable, después de haber estructurado
un mecanismo en el que el precio de cada trabajo u operación que
demandaba cada parte o pieza de cada producto se acordaba previamente
con el trabajador mediante un trato, pasando después a convertirse
en valores standard, se produjo la gran sorpresa: en promedio, los nuevos
rendimientos fueron aproximadamente tres veces superiores a los antiguos.
¿Qué había pasado? Simplemente que, como ya se ha
relatado, los rendimientos habituales estaban manipulados consciente o
inconscientemente por los propios operarios, en forma individual y colectiva,
a través de las evasiones e ineficiencias inadvertibles que permite
el régimen de salario fijo. Quedó así demostrado
que su potencial de rendimiento era muy superior, y que asociadas esas
potencialidades a las del empresario los incrementos son significativamente
superiores.
Considerando todas las estadísticas y análisis que he desarrollado
en el ámbito de los rendimientos laborales, puede decirse que el
rendimiento laboral en el sector privado que no opera con sistemas variables
y participativos fluctúa entre un 45% y un 55% de la capacidad
máxima de los individuos, sin siquiera considerar que frente a
una menor activación los coeficientes de capacidad total del individuo
se retraen en vez de expandirse. En el sector público, en cambio,
los rendimientos laborales fluctúan entre un 25% y un 35%. Ahora
bien, si a eso le agregamos el dato de que Chile es uno de los cinco países
del mundo con más horas de permanencia de sus trabajadores en el
lugar de trabajo, las consecuencias económicas que podría
tener el inyectarles una verdadera, espontánea y natural voluntad
de trabajo, serían quizás espectaculares, como se puede
observar en el siguiente cuadro.
La sola modificación de los actuales standards productivos mediante
un sistema de activación real de la voluntad y del entendimiento
en el trabajo permitiría financiar un significativo mayor ingreso
para el trabajador, y alcanzar una mucho mayor rentabilidad para las empresas
y una mejoría de su posición competitiva en el mercado.
Es decir, un precio mejor de los productos para el consumidor final.
Pero volvamos a la aplicación del sistema en mi empresa. Acordamos
con los trabajadores tiempos reales de ejecución para cada tarea
productiva, se puso precio a cada tarea de acuerdo a los valores-tiempos
de mercado, y a partir de esos tiempos y valores establecimos listados
de precios siempre susceptibles de ser revisados de acuerdo a las variaciones
del mercado y a la conveniencia de las partes, en los cuales además
quedaron convenidas todas las condiciones bajo las cuales cada tarea debía
ejecutarse. Dichos acuerdos se establecían en forma individual,
o con un grupo de operarios. Por último, al extender órdenes
de trabajo concretas, se agregaban a los acuerdos la estipulación
de la cantidad de unidades que había que fabricar, el tiempo de
ejecución y el nivel de calidad requerido. En ciertos casos, se
transfería a los trabajadores parte de las condiciones de premios
o multas establecidas con los clientes.
La constatación de los nuevos rendimientos validó categóricamente
en el plano de los hechos la tesis inicial de que la "entrega"
de los trabajadores era extraordinariamente deficitaria, y además
que sus ingresos podían ser sustancialmente superiores por la
vía de pagar de acuerdo a los resultados reales. Adicionalmente
a esa mayor rentabilidad, ésta se vio incrementada por una disponibilidad
física tres veces mayor de toda la infraestructura fabril, gracias
a la reducción de los tiempos de fabricación y los nuevos
niveles de productividad.
Estos criterios fueron aplicados a cada microtarea, tanto cuando su objetivo
era fabricar un producto completo como cuando se trataba de producir
una parte del mismo. En cuanto a las microtareas asignadas a grupos de
trabajadores, dejamos que la distribución interna del monto total
convenido fuese acordada por los propios miembros de cada grupo, exigiendo
eso sí que dicho acuerdo fuera comunicado a la empresa, para poder
efectuar los pagos individuales y cautelar que no se produjesen obvios
abusos de unos en desmedro de otros.
Cabe hacer aquí un alcance importante: bajo este sistema, el trabajador
que opera por resultados individuales verifica una relación directamente
proporcional entre su rendimiento-ingreso y el de los demás operarios.
En el caso de los grupos de trabajo, en cambio, esa relación pasa
por el rendimiento del grupo, de manera que no es posible determinar con
exactitud, desde fuera, el aporte de cada uno de sus miembros. Ahora bien,
los que mejor conocen el "peso específico" de cada cual
son los propios miembros del grupo, y en consecuencia, a ellos les compete
ponerse de acuerdo al respecto y corregir las evasiones o deficiencias
que se presenten. De hecho, ese acuerdo se ha logrado hasta ahora en grado
satisfactorio. Es interesante esta experiencia, puesto que ha sido efectuada
en una empresa metalmecánica de servicios a la industria y al
comercio; por lo tanto, su gama de productos es muy variada y cambiante;
siempre se están fabricando productos nuevos, de modo que la colaboración
del trabajador es indispensable.
El nuevo sistema significó una reestructuración total del
proceso productivo. La fabricación de cada producto fue programada
a través de una malla computacional codificada, que incluía
todos los factores del respectivo proceso, cada uno de ellos subcodificado,
de modo que pudiera convertirse en componente modular asociado a otras
mallas. Este sistema fue la base de otro sistema interconectado que pasó
a administrar los convenios de trabajo por parte, pieza o producto completo,
individual o grupalmente. Dispusimos así de una base de componentes
modulares aplicables a todas las nuevas mallas, según los requerimientos
de nuestros clientes o los internos de la empresa.
Incentivamos fuertemente contratos a largo plazo con nuestros clientes,
y generamos órdenes de trabajo internas para la fabricación
de stocks de partes y piezas de productos de salida habitual, a fin de
equilibrar los flujos de trabajo con las órdenes que demandaban
mayor urgencia en su entrega. Un trabajador o grupo podía tener
asignados varios convenios de trabajo simultáneamente. Actualmente,
al entrar en el sistema una orden de trabajo con sus productos codificados
en sus respectivas mallas de costo, se conecta automáticamente
con un software que posee tres ambientes: requerimiento global de materiales
específicos (para la emisión automática de las respectivas
órdenes de compra a los proveedores); requerimientos de mano de
obra por especialidades y confección de los respectivos convenios
con los trabajadores productivos, a una velocidad de hasta 100 convenios
por hora; control de presupuestos, que registra y controla los gastos
en materiales y mano de obra, avisando cuando dichos gastos sobrepasan
los presupuestos iniciales. Cualquier sobrepasamiento de los presupuestos
iniciales sólo puede ser aprobado por personal autorizado. Este
sistema se basa, o bien en producciones por órdenes de trabajo
específicas, o bien en el concepto de planificación de la
producción por lotes determinados. Los beneficios son: control
absoluto del costo, y un costo de inventario bajísimo, tanto en
productos como en insumos.
En síntesis, los únicos datos que tiene que agregar el supervisor
al sistema que administra los convenios productivos con los trabajadores
son los referidos a la cantidad, plazo de entrega, y otras condiciones
menores. Una vez que se entra en períodos de liquidación
de los convenios, los supervisores hacen una lectura del avance, que puede
ser total o parcial, e informan al sistema computacional, a fin de que
sean calculados los montos a entregar a cada trabajador, ya sea en la
quincena o a fin de mes.
Si bien el mecanismo de ingresos VDM para los trabajadores administrativos
es operativamente distinto al de los productivos, los conceptos y los
propósitos son exactamente los mismos. En ambos casos se trata
de involucrarlos económica, valórica y emocionalmente en
los resultados de cada una y todas las áreas, tanto internas de
la organización como externas a ella, que inciden en el resultado
global de la empresa.
Ingreso variable significa que resultará siempre distinto en
cada período (por la diversa composición de los factores
en juego); diferenciado significa que su estructura se configurará
de acuerdo a la situación laboral de cada trabajador; multidimensional
significa que las estructuras de ingreso estarán compuestas de
modo tal que reflejarán la totalidad de la gestión individual
o grupal del trabajador, la gestión global de la empresa y su interacción
con los factores externos que gravitan sobre ella.
La integración de esa información al mundo del trabajador
pretende hacerlo participar en todos los aspectos de la realidad económica,
pero la incidencia de los factores exógenos en la estructura de
su ingreso será la menos relevante. El propósito fundamental
es que período a período vea reflejado en su ingreso el
comportamiento de cada uno de esos parámetros, y eso le permita
discernir cada vez mejor los factores positivos y negativos que influyen
en su propio resultado asociado al de la empresa, y viceversa, y dónde
están las verdaderas causas de los problemas, o bien las áreas
y rubros que producen mayor rentabilidad. Es la única manera de
que los trabajadores puedan contribuir a solucionar las situaciones negativas
y tomen conciencia de cuando y en qué medida la solución
depende de ellos mismos, de la empresa, del sector al cual pertenece la
organización, del país como un todo económico, o
por último de factores internacionales. Bajo este esquema yo defino
la verdadera participación laboral.
Ese solo despejamiento y reordenamiento provocará un saneamiento
general de los ambientes mentales dentro de la organización, y
una percepción acertada de todos los elementos que conforman en
forma proporcional la realidad de cada uno de los trabajadores. Así
dejarán de culpar erróneamente a los empresarios por los
malos momentos que no son consecuencia directa de la gestión empresarial,
dejarán de reclamar y exigir lo que la empresa no está
en condiciones de proporcionarles, y junto con los empresarios focalizarán
exactamente de dónde provienen los problemas y cuáles son
los caminos a seguir para revertir situaciones adversas.
Para implementar un sistema de este tipo es primordial diseñar
un sistema contable cuya información sea absolutamente confiable
y coherente, tanto para el dueño del capital como para los trabajadores,
de modo que se logre una unificación de criterios entre ambas partes.
Deberá quedar completamente claro qué es rentabilidad o
margen, qué es costo, y acordar cuándo se constituye realmente
una venta. ¿Es cuando se recibe la orden de compra, cuando se
entrega al cliente lo que ha adquirido y éste lo recibe conforme,
o cuando el cliente efectivamente paga lo comprado? También hay
que determinar cada cuanto tiempo se cerrarán los períodos
contables para la medición de resultados, e incluso de qué
manera se harán las nuevas inversiones y como se amortizarán,
como incidirán en los resultados y cómo afectarán
la estructura de precios de los diversos trabajos que se tengan acordados
dentro de la empresa, y también, como ya se dijo, la estructura
de ingresos que cada trabajador tendrá respecto al todo.
Al exponer el modelo desarrollado en Titán, intento hacer ver las
ventajas de todo orden —laborales, empresariales, económicas,
políticas y humanas— que implica este sistema, en la medida
de su plena aplicación. Pero no tengo la pretensión de señalarlo
como "la" manera de llevar a cabo este propósito, puesto
que cada empresa verá cómo acomoda las variables en el mecanismo
que sea más idóneo para su funcionamiento. El modelo de
Titán, como todo modelo, ofrece ventajas, pero también puede
presentar inadvertidas desventajas. Sin embargo, hay que insistir en que
el desarrollo de cualquier sistema debe mantener como objetivo básico
el involucrar la menor cantidad de instancias de subjetividad o arbitrariedad
empresariales posibles, y que en los casos en que alguna variable deba
ser asignada desde fuera de la empresa, la determinación de su
valor debe efectuarse a través de negociaciones entre la organización
y los trabajadores, si es que el mercado no puede proporcionar de algún
modo indicadores válidos al respecto. Así y todo, se debe
siempre mantener el principio de igualdad de géneros, tanto en
lo humano como en lo económico.
LA PROPIEDAD Y EL TRABAJO
Además de ser la actividad mediante la cual el hombre habita
y transforma el mundo, el trabajo debe tener para él un significado
mayor: hacer del mundo algo suyo. Aquí es donde aparece conectado
al trabajar el tan discutido sentido de propiedad.
El sentido de propiedad está inscrito en la naturaleza misma del
hombre, cosa que éste verifica ya en sus primeros destellos de
conciencia, al identificar su propio yo y luego al diferenciarlo del resto
de los cuerpos; como se dice en psicología, al diferenciar el “yo”
del “tú” y del “ello”. En ese instante
es cuando el hombre hace consciente de algún modo su propia pertenencia:
“Yo soy yo, y me pertenezco.” Ese es el primer acto de la
“tragedia y grandeza humanas”, donde se sube el telón
a las constataciones existenciales básicas de todo hombre —entendimiento,
identidad, propiedad, libertad y voluntad—, que entran a operar
de inmediato en nuestra conciencia y que permanecen ahí durante
toda nuestra vida. Esa constatación de ser propietario de sí
mismo encuentra una proyección natural en la apropiación
del mundo físico. De esta manera, la propiedad material, a través
del trabajo habitual, debe asumir la misma categoría de propiedad
que el hombre tiene ontológicamente de su propio ser y de todas
sus potencialidades. El proceso de conseguir propiedad debe ser al mismo
tiempo un medio para su desarrollo integral: biológico, intrínseco
y trascendente. Porque eso es el hombre: un ser material, razonante y
trascendente, que vive todas esas dimensiones a través de un entendimiento
abierto. Así se extiende y comunica con el mundo, proyectando la
categoría de “su ser propio” a la propiedad material
física. Tenemos aquí el concepto de propiedad en toda su
magnitud..
Es imposible que el hombre se autodetermine si no toma contacto con la
dinámica total de la realidad, con todas sus dimensiones y expectativas,
perfecciones e imperfecciones. Pero el hombre va adquiriendo ese dominio
de sí mismo mediante su trabajo en el mundo. Es una suerte de doble
dimensión, un dinamismo circular. Ese mayor dominio genera algo
así como un efecto-espejo que se retroalimenta, que le permite
crecer como individuo y modificar la realidad, lo que a su vez acrecienta
su capacidad de acción y de dominio. En consecuencia, para que
el hombre extienda su dominio sobre el mundo, es necesario que haga suya
una proporción del mundo mediante su trabajo.
El hombre se puede definir así, en un sentido más amplio,
como un ser que existe en el mundo como propietario. Pero la propiedad
sólo es legítima cuando su origen inmediato o remoto es
el trabajo del hombre, que la conquista para sí. De esta manera,
el trabajo es el medio a través del cual la corporeidad y el entendimiento
humanos se expresan en el mundo para hacer el mundo suyo.
Nivelar las categorías de capital, empresario y trabajo, es apuntar
en la dirección señalada por Laborem Exercens en cuanto
a lograr una creciente identidad entre esos factores productivos, que
deben distinguirse, pero no separarse. El sistema de ingreso por resultados
individuales y totales, medido según parámetros objetivos,
debe ser complementado con la creciente integración del factor
trabajo a la propiedad y a la capitalización de la empresa. Según
Laborem Exercens, hay que procurar que “toda persona, basándose
en su propio trabajo, tenga pleno título a considerarse al mismo
tiempo “copropietario” de esa especie de gran taller de trabajo
en el que se compromete con todos. Un camino para conseguir esa meta podría
ser el de asociar, en cuanto sea posible, el trabajo a la propiedad del
capital, y dar vida a una rica gama de cuerpos intermedios, con finalidades
económicas, sociales, culturales...”. (Lab. Ex., III 14,
p. 58).
Para establecer alguna mecánica viable en lo que se refiere a la
participación de los trabajadores en la propiedad, deberíamos
en primer lugar abstraer el capital, asignándole un valor equivalente
al trabajo de las personas, y en segundo lugar asignar al trabajo un
valor análogo al del capital. Esa suerte de analogación
o convertibilidad permitirá defender y evaluar tanto el capital
y su legítimo retorno, como el trabajo de las personas que componen
la organización. Esa equivalencia entre trabajadores expresados
en “valores monetarios absolutos” a modo de capital, y el
capital expresado en unidades de trabajadores como valores monetarios
también absolutos, permitirá establecer un sistema fluido
y coherente de medición de las participaciones que cabrá
asignar en proporción sobre la nueva propiedad que se genere a
partir de la aplicación del nuevo sistema. Estoy hablando de la
propiedad de la riqueza adicional, que no se genera con los sistemas actuales,
y de hacer participar en la propiedad de esa riqueza agregada tanto a
la masa de trabajadores como al empresario, en forma simultánea
y proporcional al aporte de cada una de las partes, toda vez que se haya
completado el retorno mínimo convencional esperado para la inversión
o capital. Esta es la fórmula que mejor puede conciliar los objetivos
económicos de la empresa con el desarrollo humano de sus trabajadores,
la más efectiva para disminuir la pobreza y para ampliar las bases
de participación laboral en las organizaciones, aunque esa participación
en la propiedad signifique algo casi nominal, comparada con inversiones
millonarias de capital. Pero al menos lograremos que se dé así,
cumplimiento a otra de las dimensiones humanas: el derecho a acceder proporcionalmente
a la propiedad mediante su propio trabajo, y que todo hombre posee por
naturaleza. Como ya se ha dicho, esa “distribución”
de la propiedad mediante el trabajo provendrá de la generación
de una mayor riqueza, y no de redistribuir la que emana del trabajar bajo
los mecanismos o leyes laborales actuales.
Es demasiada la capacidad laboral que se desperdicia, son demasiadas las
reservas de entendimiento y de voluntad que no se utilizan en la empresa
actual. Basta para ello medir el rendimiento real de un asalariado y
medir el rendimiento de esa misma persona como trabajador independiente,
y uno podrá constatar lo que recién he sostenido, las enormes
diferencias de cómo en el último caso se entiende la realidad,
y cómo se acrecienta la voluntad de trabajo. El inicio del próximo
siglo debe dar comienzo al proceso que se requiere para que esa capacidad
emerja, y para que sobre ella fundemos de una vez por todas el gran proyecto
de participación laboral.
UNA NUEVA PERSPECTIVA EDUCACIONAL PARA EL TRABAJO
Otro ámbito igualmente determinante de nuestro futuro, y estrechamente
vinculado con el mundo del trabajo, es la educación.
El desarrollo del entendimiento activo y la formación ética
de las nuevas generaciones deben constituirse en objetivos prioritarios
de nuestra enseñanza. Ambos objetivos se encuentran inexplicablemente
postergados en los programas y métodos educacionales. Es necesario
restituirles el rol protagónico que les corresponde por derecho
propio, y eso implica hacer de la reflexión filosófica el
centro nuclear de la futura educación. No estoy hablando de enseñar
la filosofía como una “materia”, de entregar una información
“escolar”, un mero inventario de datos sobre la trayectoria
histórica del pensamiento filosófico y sobre los distintos
pensadores. Hablo de inducir la autorreflexión, de proporcionar
a los alumnos los elementos de juicio que les permitan descubrir por sí
mismos los componentes y articulaciones fundamentales de la realidad
y del ser humano, y emplearlos para situar en su verdadero lugar los múltiples
elementos que configuran la compleja trama de lo real, y darles una coherencia
unitaria de sentido, basada en el orden natural. Sólo así
podrán desarrollar activamente su entendimiento, ingresar en una
auténtica praxis moral, y capacitarse para enfrentar y resolver
en el futuro los desafíos y exigencias que les planteará
su inserción en el mundo, con toda la vasta problemática
laboral, económica, social, política, cultural y humana
que ese mismo mundo desplegará ante ellos.
Además, y previa desideologización del tema laboral, se
pueden desarrollar programas de aprendizaje laboral anticipado de los
alumnos en unas pocas horas mensuales, llevados a cabo en las mismas empresas,
a partir de la enseñanza media. Esto con el exclusivo propósito
de que vayan conociendo cómo es la realidad humana, técnica
y económica del trabajo, e incorporen esa experiencia a su formación
teórica. Si el desarrollo del entendimiento y la praxis moral
se activan en el proceso educativo, la empresa y el trabajo contarán
con un contingente humano mejor preparado para asumir las tareas productivas
y económicas. Es un hecho indiscutible que los países más
desarrollados son los que invierten más en educación. Nosotros
no estamos en condiciones de aumentar sustancialmente nuestra inversión
económica en este campo. Pero si damos un giro en calidad y perspectiva
educativa, mediante una entrega de la dimensión ética correspondiente
a cada ramo de la educación, los resultados no tardarán
en quedar a la vista. La educación del futuro debe primeramente
enseñar a entender, y dentro de un contexto práctico plenamente
realista. No más conocimientos diversificados ininteligibles, que
no permiten una comprensión global y unitaria de la realidad física
y humana en cuanto práctica. Enseñar a entender es enseñar
a ordenar la realidad por géneros, especies y diferencias; enseñar
a separar y reordenar análogamente las esencias de las cosas. Comprende,
además de buscar respuestas, formularse todas las preguntas inherentes
a las causas de todas las cosas. Sólo creando en ellos un hábito
de autorreflexión serio y fundamentado, nuestro país tendrá
personas con carácter, capaces de explicar el complejo universo
del hombre y su propia relación con el total de las manifestaciones
de la vida y del orden natural. De paso el profesorado adquirirá
un rol mucho más preponderante, pues enseñar la realidad
última conlleva el más alto sentido valórico. Y la
comprensión integrada del mundo, generará en los alumnos
una capacidad innata de “transformar el mundo”, lo que simultáneamente
dignificará la tarea del profesor al mas alto nivel.
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