La idolatría de la juventud
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Jorge
Peña Vial
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Siempre tuve aversión a esa demagogia hueca que eleva panegíricos
a la juventud por el simple hecho de serlo. “¡Vosotros, los
jóvenes!... está la esperanza”. Esos cortesanos de
la juventud no parecen darse cuenta que ese provisional estado no es una
perfección en sí mismo sino una promesa. Y el valor de una
promesa consiste no solamente en ser hecha, sino sobre todo en ser mantenida.
Hay que armarlos para el combate ofreciéndoles ideales de aquello
que pueden llegar a ser si son valerosos y fieles, mas que extasiarse
por su mera ventaja cronológica. En cambio siempre estaré
agradecido de los profesores que me exigieron, que no transigieron con
mis errores y mis defectos, que no pactaron con mi mediocridad, sino que
me plantearon ideales magnánimos y exigentes, y en virtud de ello
sacaron lo mejor de mi mismo y actualizaron lo que dormía en cómoda
potencialidad.
Esta idolatría de la juventud puede conducir a que se sienta el
envejecimiento como una injuria inmerecida del destino. Vemos como se
pretende estirar la juventud y se la remeda más allá de
los límites del buen sentido y del buen gusto. Todos los medios
artificiales para aparecer joven son empleados, y así se puede
observar desde patéticas abuelas usando minifalda en las calles
o bikini en la playas, hasta la burda imitación de modales y vocabulario
de la nueva ola. Con ello sólo consiguen subrayar las huellas de
la edad en vez de borrarla. No se trata de reprobar los cuidados de la
belleza que responde a una exigencia innata de la naturaleza femenina
e implica una disciplina no exenta de mérito, sino la importancia
desmesurada, sino exclusiva, que se le atribuye.
Quizá el único medio de permanecer joven al envejecer es
renunciar a parecerlo. De otro modo, cuando no existen otros horizontes
más profundos, puede tener lugar la neurosis del envejecimiento
y empiezan a proliferar los adolescentes inmaduros. Al no conceder valor
más que a la primavera se falsea el ritmo de la vida y de las cuatro
estaciones. Con agudeza escribía Thibon -con metáforas algo
recargadas- que lo que esperan los jóvenes de los mayores son “el
sabor de los frutos maduros y la transparencia de las hojas, y no la máscara
de una primavera ficticia sobre el rostro de un otoño estéril”.
Fue Joubert el que dijo que es feliz quien realiza en la madurez lo que
soñó en la juventud. Quizá esta abusiva exaltación
de la juventud y este febril intento de adherirse a ella cuando irremediablemente
se escapa, se deba a que la mayoría de los hombres no ha realizado
en la edad madura las esperanzas de sus primeros años. Se trata
de evitar lo que los psicoanalistas llaman “fijación en el
pasado” y saber acoger los preciosos dones de la madurez y de la
vejez, que no está en conservarse sino en dar todo lo que somos.
La publicidad y los modos de decir han tomado conciencia de esto y se
dirigen “a los jóvenes de todas las edades”, ampliando
la juventud de modo que los acoja a todos. Se habla de grados en la juventud
(“los menos jóvenes”), o se conquista cierta intemporalidad,
“siempre jóvenes”; en todo caso, al parecer, nadie
debe quedar excluida de ella.
Creo que estamos hechos y llamados a una plenitud de vida que posiblemente
recoja lo mejor de todas las edades de la persona: la sencillez de la
infancia, el entusiasmo y vigor de la juventud, el realismo de la madurez,
y la serenidad y sabiduría de la vejez.
©
2001 Sebastían Burr Cerda Se autoriza su reproducción
citando la fuente y el autor.
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