La antipolítica de nuestra política
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Sebastián
Burr Cerda
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Después de los diversos escándalos de las “asesorías”
y las manipulaciones defensivas y ofensivas de lado y lado en que se desenvuelve
la realidad nacional, la ciudadanía no puede dejar de sorprenderse
por la mala calidad de la política nacional.
Lo que ocurre es que nuestros “lideres” se dedican a “fraguar”
la política, y no a la ciencia de lo político, diferencia
que muchos de ellos, seguramente, ni siquiera distinguen bien. Y esto
porque el centro de sus preocupaciones es conseguir y mantener las más
altas cuotas de poder posible mediante la mayor exposición mediática
alcanzable. Y no la de estudiar y resolver integradamente los problemas
inherentes al desarrollo de los ciudadanos y a un perfeccionamiento análogo
de las respectivas instituciones. Esto habla mal de la clase política,
pues anteponen sus intereses personales sobre el bien de la comunidad.
Pero como a su vez los ciudadanos no poseen formación política,
tampoco saben distinguir la paja del trigo y no sancionan electoralmente
el permanente utilitarismo del cual somos objeto. Ese déficit cívico
es comprensible, pues nadie que no participe en primera persona del acontecer
político, ya sea de un modo directo o indirecto, puede adquirir
formación socioeconómica y política mínima
y entender algo de sus principios y dinamismos. En síntesis el
problema también está en el sistema representativo que nos
rige, pues no más del 3% o 4% de los ciudadanos, participan activamente
de sus diversas circunstancias, aprenden de ellas y se forman opiniones
válidas.
Para enfrentar los inconmensurables desafíos de la globalización
y mejorar la distribución del ingreso, debemos modificar el sistema
político representativo e ir a un sistema participativo apuntando
al desarrollo moral; en lo educacional, en lo operativo laboral y en la
solidaridad social. Se requiere desde el lugar y nivel de acción
de cada cual, asumir un rol protagónico frente a toda la realidad,
de manera de conseguir unidad epistemológica (formas de comprender
la realidad) y de propósitos. Sin confundir por cierto, unidad
con uniformidad.
Exigiendo esta vez, que el nuevo sistema centre su acción exclusivamente
en el bien común político; en la subsidiariedad, en el crecimiento
económico y en la solidaridad. Y como único elemento anexo,
el dedicarse por entero a la equidad social. Esto con el propósito
exclusivo de reinsertar, de una vez por todas, a aquellos sectores sociales
sistémicamente marginados y con deficientes niveles de autosuficiencia.
Si Chile prosigue con la actual estructura socioeconómica, los
beneficios que se obtendrán por el mayor intercambio comercial
gracias a los TLC, quedarán concentrados en el mismo puñado
de empresarios de siempre.
La globalización demanda desafíos y cambio institucionales
trascendentales, pues su dinámica del constante cambio y en complejidad
creciente, nos dice que tenemos que ir de la actual educación de
datos descontextualizados a una educación de desarrollo del entendimiento.
De una sociedad salarial infraproductiva, antagónica y de mínimos
artificiales, a un sistema de remuneraciones variables en función
de la productividad de cada cual y en proporción también
a los resultados globales de la empresa y de la macroeconomía.
De otro modo, la actual discusión sobre las desigualdades socioeconómicas
proseguirán por el resto del siglo, si es que no se nos cruza en
el camino, un caudillo político que termine por robar el frágil
capital político que aún posee la derecha y la izquierda.
©
2001 Sebastían Burr Cerda Se autoriza su reproducción
citando la fuente y el autor.
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