¿Justicia Chilena en caida libre?

Diario electrónico, Jueves 21/07/2005
Sebastián Burr Cerda

Las actitudes y resoluciones judiciales adoptadas por la denominada jueza Express, incluso en beneficio propio, marcan un hito y una severa voz de alarma en cuanto al grado de descomposición moral y profesional a la que puede llegar la Justicia Chilena. No tan solo por el caso de la Jueza Grimberg, que se fraguó en las narices de sus superiores, sino que por las innumerables situaciones que hemos conocido en el pasado reciente y que tienen que ver con denegación de justicia; la no aplicación de leyes de amnistía, de la prescripción, de la cosa juzgada, etc. Ausencias cómplices de jueces frente a fallos importantes, contradicciones jurídicas evidentes, copiar y asumir como propio la argumentación de una de las partes litigantes, presiones internas entre pares, arrogación de atribuciones que no se poseen, constituyéndose algunos jueces en árbitros supremos con facultades discrecionales para resolver todo tipo de conflictos, reprochables actos de conducta personal, aceptación de intromisión de otros poderes del estado etc,. La verdad es que la lista de faltas éticas u omisiones jurídicas es larguísima. De ahí que en cuanto imagen institucional, la justicia sea una de las instituciones más desacreditas frente a la opinión pública.
Y pareciera que al interior de los tribunales no hay mucha conciencia del gravísimo daño social que implica una justicia errática y con tan bajísima credibilidad, toda vez que la aplicación de justicia es una de las funciones más delicadas en el orden social, pues hace posible las relaciones entre los hombres conviviendo en sociedad. Tanto así, que Aristóteles la asocia a la virtud entera y perfecta, por su relación íntima y superior consigo misma, con los hombres y con todo el resto de las cosas. Sócrates decía a Trasímaco en la República, “la injusticia hace nacer odios y luchas entre los hombres, en tanto la justicia produce acuerdo y amistad”. De manera que ésta es también básica para el logro de la paz social.
Y como tampoco se ve al estado preocupado de hacer observar esos preceptos fundamentales y de transparentarla, sino que más bien de utilizarla en beneficio propio, la injusticia es doble y está acarreando un severo descrédito de toda la institucionalidad nacional.
Tres causas pareciera tener este doloroso cuadro, la primera de índole sociocultural y tiene que ver con la creciente destrucción de la trama valórica de la sociedad chilena, que poco a poco ha instalado un crudo relativismo en la mayoría de las instituciones que conforman el orden político; poder ejecutivo, tribunales y sistema parlamentario. El relativismo es letal para una institución como justicia, pues ésta descansa en un orden conceptual complejísimo, ligado al plano humano, social y valórico-moral. El relajo sociocultural que está viviendo el país ha conducido a nuestro poder judicial a entrar también en la lógica de los intereses corporativos y personales que es la lógica que se observa como constante en el resto de los poderes públicos.
La segunda falla es de tipo sistémico, pues la escasa autonomía administrativa, de asignación de presupuesto y escasez del mismo (sus recursos apenas superan el 1% del total del gasto fiscal) hace que tengamos una justicia prisionera de los intereses del poder político. Es curioso que sea el único poder del estado que sea dependiente en estas materias de los otros dos poderes públicos.
La tercera falla tiene que ver con que los miembros del poder judicial se han ido mezclando con el resto de la civilidad de igual a igual, siendo que deben estar exentos de compromisos para mantener absoluta neutralidad. Así se acabo también la superioridad civil de los jueces respecto de los ciudadanos de lo cual también estaban revestidos.
Una justicia que se mueva en torno a la verdad y a la correcta y oportuna aplicación de las leyes es absolutamente necesaria para resguardar los derechos del ciudadano común y de los más pobres. Esto porque esa categoría mayoritaria de ciudadanos, al no tener poder económico o político, solo dependen del buen ejercicio de la justicia para que puedan obtener lo suyo. La justicia debe ser reina y señora de las virtudes.



 

© 2001 Sebastían Burr Cerda Se autoriza su reproducción citando la fuente y el autor.