Información y Sabiduría

Jorge Peña Vial

“¿Dónde se encuentra la sabiduría que hemos perdido con el conocimiento? ¿Dónde está el conocimiento que se nos ha perdido con la información?” se preguntaba el poeta T.S.Eliot. Conviene distinguir información, saber y sabiduría. Sufrimos un bombardeo informativo que nos llueve cotidianamente desde todas partes. Basta conectarse a Internet y a bases de datos para acceder a una prodigiosa información.. Este acopio y disponibilidad, esta saturación informativa, trae consigo no sólo ventajas sino también perplejidades, desconcierto y un nuevo tipo de ignorancia. No se sabe distinguir la información relevante ni se dispone de herramientas intelectuales para una evaluación de la información. No es extraño que el gran obstáculo con el que se han estrellado los expertos en Inteligencia Artificial sea precisamente éste: ¿cómo distinguir lo trivial de lo importante? Recuerdo un estudio norteamericano que intentaba averiguar cuántas noticias retenía el telespectador que unos minutos antes había visto el telediario. Eran escasísimas. La investigación concluía que sólo se retiene aquella información para los que existen marcos conceptuales previos y aquellas en las que se está vitalmente implicado. Nuestra relación con el mundo exterior no sólo pasa por los medios de comunicación, sino fundamentalmente por nuestro sistema de ideas que reciben, filtran y escogen esos datos. Ese sistema de ideas en la que inscribimos esa información es el fruto de la formación intelectual y de los conocimientos que hemos estudiado y vitalmente asumido. En los asuntos en lo cuales carecemos de esa estructura mental la información es solo ruido.
Pero tampoco el acopio de conocimientos, el mucho saber y la abundante instrucción -cuanto más por el nivel de especialización que exige- nos otorga sabiduría. A pesar del incremento prodigioso del saber y de la información, cada vez más comprobamos esa carencia de sabiduría. Y no sin cierto temor vemos cómo una ciencia sin sabiduría, anda errante, sin norte, sin brújula, y con grave peligro de convertirse en autodestructiva y desencadenar efectos perversos en cadena. La formación científica, inevitable y necesariamente, es de tipo analítico y tiende a proporcionar una visión unilateral de la realidad. Como si la realidad pudiera ser troceada en distintos ámbitos segregados y no comunicados entre sí (física, biológica, psíquica, económica, espiritual, social), cuando a cada paso comprobamos cómo estas diversas dimensiones constituyen un todo interdependiente e interrelacionado, y los problemas con que nos enfrentamos son cada vez más multidisciplinarios, transversales y globales. Puede que el economista aplique medidas acertadas para reducir la inflación pero, por la formación que ha recibido, se torna ciego antes los efectos de tipo humano, moral y político que tales medidas pueden acarrear. Hayek lo dijo: “Nadie puede ser un gran economista si es sólo economista (...) un economista que sólo es economista, pasa a ser perjudicial y puede constituir un verdadero peligro”. Junto a ello, el constante crecimiento de saberes parece edificar una gigantesca torre de Babel donde susurran lenguajes discordantes. No llegamos a integrar nuestros conocimientos en orden a conducir nuestra vida. La metafísica y la teología, por mucho que algunos se empeñen en declararlas muertas, tienen esa vocación de totalidad y están llamadas a desempeñar esa función arquitectónica e integradora. El poder que el hombre actualmente dispone sobre los resortes originarios de la vida nos impelen a transitar por sendas de sabiduría.

 

© 2001 Sebastían Burr Cerda Se autoriza su reproducción citando la fuente y el autor.