Fidelidad Creadora

Jorge Peña Vial

Para Hannah Arendt tanto el perdón como la promesa permiten superar la intrínseca fragilidad de la acción humana. El perdón redime del pasado y la promesa mantiene nuestra identidad subjetiva, sean los que sean los avatares que nos depara el futuro. Muy pocas cosas logran superar la prueba del tiempo. Las ideas que nos entusiasmaron prontamente pierden su brillo y hechizo, y lo que un día nos cautivó como ideal hoy parece ingenuo, cuando no totalmente erróneo. Tenemos experiencia de la inestabilidad de la vida humana, de la fragilidad de nuestras construcciones, de la vulnerabilidad de nuestras disposiciones y el derrumbe de nuestros proyectos. No raramente ello conduce a la frivolidad, a la desilusión, y con el correr de los años las arrugas del escepticismo van dejando su huella y se desconfía de todo ideal. Pero sería equivocar el camino definir la virtud como inquebrantable rectitud y perseverancia inalterable. Eso huele a rigidez inmóvil, a testarudez cerril, aburrida uniformidad y a sistema mecánico. Ninguna cosa humana es valiosa por el mero hecho de prolongarse en el tiempo
Desde el momento en que yo acepto un compromiso sé, de antemano, que la persona y las circunstancias implicadas en él cambiarán. Y ello, en una medida que me resulta del todo imprevisible. Sin embargo dar fe a alguien equivale a situar todos los cambios futuros en la línea de esa promesa, considerar esa promesa como el cauce en cuyo seno discurren todos los posibles cambios y avatares de un futuro incierto. Se trata de orientar todo cambio en el sentido de una renovación de la fidelidad. No hay nada que se dé en el tiempo que no requiera de cuidado, ajuste. Siempre es necesario ir a más. Ninguna de las cosas humanas, ni las casas, ni las telas, ni los placeres se conservan en el abandono. Los techos se hunden, los amores se deshacen. A cada instante se requiere volver a clavar una teja, apretar una junta, desvanecer una falsa interpretación. El movimiento es esencial a la vida y, por consiguiente, a esta forma superior de vida que es la fidelidad. Esta no consiste en negarlo sino en dominarlo. Los cambios dependen ante todo de nosotros, y si hablamos de ideales que mueren, correspondió únicamente a nosotros el mantenerlos con vida. Las personas no cambian involuntariamente y por efecto de una especie de mecánica fatal. Se trata de cultivar lo que Gabriel Marcel llamó “fidelidad creadora”, la que es capaz de inventar y renovar cada día su amor. Es fecunda, ingeniosa y creativa porque es capaz de actualizarse diaria y libremente y sabe luchar contra los sentimientos inconsistentes, la incoherencia en nuestras acciones, la dispersión interior y la esclerosis de los hábitos. La fidelidad es el único modo de triunfar eficazmente sobre el tiempo y ésta fidelidad eficaz puede y debe ser una fidelidad creadora.
La fidelidad verdadera es inventiva e ingeniosa, introduce una dinámica totalmente personal, siempre nueva, siempre asombrosa y asombrada, siempre diferente y caleidoscópica. La fidelidad estriba precisamente en el hecho de que el hombre que ama inventa todos los días su amor, lo imagina y lo actualiza siempre de nuevo. La persona fiel algunas veces habrá de ejercitar heroicamente la esperanza para ver que lo que parece una ruptura, una crisis terminal, quizá sólo sea una prueba, una tentación, que fielmente superada, desembocará en una comunión superior. No es que la fidelidad crea el amor, sino que es el verdadero amor el que crea y exige la fidelidad.

 

© 2001 Sebastían Burr Cerda Se autoriza su reproducción citando la fuente y el autor.