Etica publica y moral provada

Jorge Peña Vial

El hombre aislado y la sociedad sustantiva son abstracciones: lo que realmente existe es un conjunto solidario de personas integradas en ámbitos comunitarios de diverso nivel. Las reglas de la justicia, en expresión de Walser, se deben aplicar de manera diversa según el ámbito de que se trata. Será el tránsito arbitrario de una esfera a otra lo que resulta perturbador y muchas veces origen de corrupción. Por ello es necesario distinguir el ámbito público del privado, ya sea porque conseguir ventajas públicas en razón de conexiones privadas es inmoral, como también lo es aprovecharse de un puesto público para conseguir beneficios particulares. Pero si bien esta distinción es necesaria, la compleja imbricación de lo individual y social lleva a pensar que es ajena al dinamismo de la ética y contraria a la realidad. Tampoco conviene caer en confusiones entre ambos ámbitos que llevarían al relativismo o al moralismo. Aquí es válido el ideal metódico según la cual conviene distinguir sin separar, unir sin confundir.
Ya son numerosas las consecuencias que lleva consigo la ruptura entre la moral personal y la ética pública. Entonces la corrupción deja de ser casual o accidental como ha mostrado Alejandro Llano. En absoluto se trata de sugerir una especie de moralismo o reducción de la política a la ética, pero sí de evitar tanto una concepción individualista de la ética como exclusivamente técnica de la política. Dada la mutua interconexión de las virtudes entre sí, no es posible establecer fronteras bien delimitadas entre las virtudes que se despliegan en el ámbito privado de las que parecen encontrar su ámbito propio en el dominio público. Además no raras veces la corrupción pública -la económica, a la que reductivamente se limita toda la ética pública- ha surgido de la necesidad de atender a los cuantiosos gastos que demandaban los vicios privados. Arraigada está en la opinión pública la convicción de que no es políticamente fiable aquel que no es capaz de llevar una vida personal digna. El vicio de mentir no se distiende en dos niveles, el privado y el público, sino que consiste en un hábito unitario que se ejerce allí donde salta la oportunidad de obtener un beneficio personal o colectivo. Quien abusa sexualmente de los más débiles en la oscuridad no se abstendrá de atropellar económicamente a quienes están bajo su dominio en el quehacer profesional o político. El que es un dogmático en su vida intelectual suele ser un fanático o sectario en la actuación pública. El dinamismo y la unidad de la conducta ética hace imposible distinguir entre las virtudes que se adquieren y ejercitan de modo privado y las que se ejercitan de modo público. No se sabe bien donde establecer la frontera, y si cabe establecerla. Es que las virtudes no pueden adquirirse en solitario ni tampoco cabe desarrollarlas en una estricta privacidad. Resulta imposible establecer compartimentos estancos en nuestro comportamiento. La copa de vino bebida en la oscuridad clandestina acaba dejando un rastro, y no sólo en el aliento. La diaria lectura de obras literarias valiosas termina por manifestarse en cualquier diálogo por trivial que éste sea.
Los mejores clásicos del pensamiento democrático, especialmente Tocqueville, establecen la estrecha conexión que existe entre la pervivencia del auténtico régimen democrático y la calidad ética de los miembros de las comunidades que la componen. Asimismo, no hay acción educativa posible ni propuesta de ideales magnánimos, si no se da en quienes los enseñan coherencia y unidad de vida.

 

© 2001 Sebastían Burr Cerda Se autoriza su reproducción citando la fuente y el autor.