El progresismo, otra falacia de la izquierda

Diario electrónico "Temas y noticias", Viernes 29/07/2005
Sebastián Burr Cerda

Hay que recordar que el Progresismo es una corriente política de carácter internacional y cuyas raíces penetran en el marxismo. Hoy se le han sumado ciertos sectores liberales, agnósticos, empresariales, de la sociología religiosa y otros afines a la ecología profunda. Su gran oferta política es una vez más la igualdad, concepto que nuevamente dejan abierto, y nada dicen del porque, el para que y el como pretenden dicha igualdad. Recordemos que la igualdad ha sido utilizada por la revolución francesa, la española, la marxista en Europa oriental, la revolución de Mao, la cubana y la que quiso imponer S. Allende en nuestro país. Y ningún revolucionario fue capaz de implementarla en términos reales, salvo conculcando la libertad y la expansión humana.
El Progresismo internacional y sus sucedáneos locales, son responsables de la destrucción valórica de Occidente, dentro de lo cual se inserta el Chile socialista actual. Aunque aun no se vea con claridad, la destrucción valórica traerá grandes dolores éticos a sus pueblos y quiebres espirituales a nuestros hijos.
Progresismo deviene de progreso, es uno de los elementos de filosofía política más utilizados por la izquierda nacional e internacional; siempre empleado de un modo genérico, insustancial y vacío. Esto considerando que todos los conceptos generados por la cultura, ya sea directa o indirectamente, siempre remiten a la moral humana y a la ética social, de manera que cuando el Progresismo quiere imponer términos que relativizan las cosas, lo que verdaderamente busca, es eliminar las categorías morales, disputar el poder a la razón y a la ética humana y escalar al poder. Es por tanto una filosofía light y per se manipuladora. Y como Occidente perdió su profundidad filosófica y la idea del progresismo ha sido hábilmente manejada, la izquierda ha logrado construirse una nueva imagen, ha vuelto a cautivar al electorado y a controlar el poder político, dejando atrás la más pavorosa revolución que conoció la humanidad; la Marxista.
Como al sentido de progreso se le asocia con el futuro; con el avance, con la prosperidad, con el éxito, el desarrollo tecnológico y la mejoría constante, las cosas se le han dado fáciles al Progresismo, más aún cuando no ha tenido una oposición política y filosófica real. Y su discurso logra permear el colectivo social toda vez que éste se sigue asentando en la pobreza. Esto, porque siendo la esperanza una de las dimensiones humanas con más fuerza, puede ser manipulada políticamente cuando va asociada a la pobreza intelectiva, pues en ese caso, la esperanza no se instala en la razón sino en el deseo y en la imaginación.
El Progresismo actúa siempre sobre una plataforma de lucha de clases, de la culpabilidad de otros y conlleva implícito una "profecía por venir", y no obstante el optimismo ciudadano se vea frustrado una y otra vez, basta una nueva "profecía por venir", para que las confianzas de la gente pobre se renueven. Por esa misma razón, la pobreza intelectiva tanto teórica como práctica la izquierda jamás la hará desaparecer.
Así, si se cae en la corrupción, se establecen leyes anticorrupción, siendo que el no robar es un precepto tan viejo como la naturaleza humana y está establecido en cuanta ley humana y divina existe. Y cuando se vuelve a robar, basta ofrecer nuevas leyes, pero ésta vez con otro nombre y la ilusión del colectivo vuelve a activarse, y así sucesivamente.
La creencia instalada por el progresismo, en cuanto a que todo lo que propone va en la dirección deseable y bajo un sentido de perfección creciente, se ve fuertemente apoyada por la legitimidad que da el poder político. Y la izquierda sabe que para mantener el poder debe liderar el proceso político, y para liderarlo debe mantener vigente una agenda sociopolítica, independientemente de si es buena o es mala. Basta adornarla con conceptos un tanto rutilantes para que las cosas sean aceptadas por las mayorías pues así sienten que se está progresando. Así astutamente, el Progresismo detrás de cada propuesta entrega una suerte de balance de la historia, optimismo en el futuro y sentido de liderazgo. Ergo, culturización y sentido de gobernabilidad. Todo lo contrario al conservadurismo, que maneja la idea de que las cosas probadamente buenas no deben ser renovadas, lo que la asocia a la idea de vejez del mundo y paralización, independientemente de que la vejez posea la madurez del juicio dada por la experiencia. Pero esa idea, el conservadurismo no sabe como «venderla» políticamente, siendo que la izquierda es de conservadora como el que más; jamás va a terminar con la democracia representativa y menos sustituirla por una democracia participativa que induzca el desarrollo moral y social del ciudadano, tampoco abolirá la sociedad salarial en función del protagonismo del trabajador en cuanto individuo y sujeto en primera persona de la economía, menos el estado benefactor y la lucha de clases, todos medios infalibles de acción política.
El juego semántico del Progresismo, tanto como otros que practica la izquierda, (diversidad, tolerancia, pluralismo, igualdad etc) buscan negar los principios de identidad de las cosas verdaderas, así esos conceptos constituyen los pilares fundamentales del relativismo y es motor del desarrollo político del Progresismo.
Chile necesita un movimiento sociopolítico que sepa defender los principios valóricos del hombre de occidente y contenga este magma ideológico sin orientación y fin alguno, más allá de conservar el poder político y usufructuar indefinidamente de él.


 

© 2001 Sebastían Burr Cerda Se autoriza su reproducción citando la fuente y el autor.