El abismo de la depresión y la responsabilidad política

Sebastián Burr Cerda

La depresión, más allá de desequilibrios bioquímicos del organismo, es para muchos una angustia sin causas exactas que la expliquen. Una desesperación existencial a punto de explotar. Tan invalidante, que a veces distorsiona la realidad e impide tomar decisiones. Lo que hace difícil la vida laboral, afectiva, familiar y social. No hay nada más lejano a la felicidad que una depresión profunda.
El siquiatra R. Florenzano (07/02) dice que Santiago es una de las capitales con los peores índices de salud mental: 14% de su población sufre de ansiedad, 14,2% padece dependencia del alcohol y de las drogas, 16% carga con trastornos del ánimo o afectivos. Otro estudio (Vicente y Rioseco) confirma lo mismo, pero en niveles del 24%. El Dr. Valdivieso (Psiquiatría UC) dice; "Estamos peor que nunca de la cabeza... El hombre y la mujer están agobiados por tremendas autoexigencias...” “por la imagen... el estatus y la seguridad futura…” “Todos andan en busca del equilibrio emocional perdido y de darle significado y sentido trascendente a sus vidas.”
El Colegio de Sicólogos y otros estudios señalan que el 60% de los jóvenes del sector oriente de Santiago padecen trastornos del estado de ánimo. Que la primera causa de muerte en muchachos entre 15 a 19 años es la autoeliminación, y que esa patología dramática y extrema ha penetrado ya el segmento de niños menores de 10 años. La tasa de suicidios, entre el año 92 y el 2002, se ha disparado un 116%. Que la drogadicción como recurso de evasión crece un 13% anual. Todo esto ha provocado un aumento del 40% en las licencias mentales en los últimos diez años. Sin embargo, el hecho de que en el mismo período las patologías más severas y hereditarias hayan permanecido estables, permite concluir que estamos enfrentando un tremendo desajuste sociológico, y por lo tanto de ineficiencia política.
Hay algunos que sostienen que el desarrollo es el agente causal de la depresión y otras patologías mentales. En realidad es al revés: el desarrollo es justamente lo que facilita la felicidad humana, en cuanto sea bien conducido por la autoridad política y la persona. El agente causal de una salud mental en constante deterioro, más allá de los equívocos de la propia persona, es la errónea conducción que se hace del desarrollo, que provoca consecuencias negativas en la autoestima y en la vida afectiva y familiar. No se ha sabido construir una institucionalidad socioeconómica adaptada al cambio constante y que permita progresar sin traumas. No se ha logrado evitar que la mitad de nuestra entrega diaria sea un esfuerzo inútil y desgastante, y que nuestras expectativas se vean sobrepasadas por la frustración, producto de una institucionalidad desconectada de las necesidades epistemológicas de los ciudadanos. Tenemos una educación insustancial y un sistema laboral patológico; un aparato judicial poco eficiente, lento y en semicrisis; un sistema político extremadamente manipulador y un Estado omnipresente que se lleva cerca del 60% de los ingresos vía impuestos directos e indirectos. Esto sin considerar la inseguridad ciudadana y otros efectos perversos de una cultura que valora los bienes más que a la persona. Es imprescindible que el sistema político refuerce la familia, por su aporte formativo, comunitario y afectivo. Que rediseñe valórica y operativamente las dos instituciones esencialmente humanas: educación y trabajo, de manera que se constituyan en un ámbito de desarrollo moral, profesional y económico, y por lo tanto de estabilidad psicológica. Esas instituciones son casi el único medio de expansión de las facultades superiores del hombre, de las cuales depende su felicidad. La cesantía es psicológicamente una de las condiciones más destructivas para el ser humano y la familia, y poco se avanza para contrarrestarla. Cuando se estudia y se trabaja bien, se vive bien.
¿Pero que es la felicidad?
Hay que tener presente que en la vida natural no es posible un estado de satisfacción pleno y permanente. Puesto que la felicidad es una dimensión moral que se construye día a día mediante la discriminación del bien y del mal, a través de las acciones prácticas en tanto conducidas o aceptadas por uno mismo. Esta cuestión de carácter epistemológico debe complementarse con una intención y elección ética del objeto y el medio escogido. Para ello es indispensable cultivar el autoconocimiento, el desarrollo del entendimiento y de la inteligencia práctica. En gran medida, la felicidad del hombre es la felicidad de su entendimiento y la satisfacción de su inteligencia práctica. Pues con esas herramientas de carácter moral resuelve casi todos los aspectos de la vida y de paso se construye una sólida autoestima. El “reclamo” psicológico no racionalizado de los ciudadanos, no es por lo que les pasa, sino por lo que no les pasa en su plano interior, pues perciben que sus vidas se dilapidan, y entonces sufren. Tanto como cada persona tiene la obligación de conocerse a sí misma, sanear las distorsiones psíquicas heredadas y detectar las desfiguraciones de nuestra cultura, tiene el deber también, de exigir al sistema político que cumpla con su rol ético y subsidiario. Haciéndole ver que no puede pretender una salud mental sin generar previamente una estructura sociopolítica de integración y perfeccionamiento humano, haciendo de la educación y del trabajo entidades análogas a la naturaleza moral y síquica del hombre. Cuando la educación y el trabajo fallan, fallan también la familia y la sociedad. La psiquiatría moderna así lo ha comprendido, y está intentando resolver la patología de la depresión con un enfoque “biópsico-social”. Pues entiende que los factores bioquímicos, síquicos, sociopolíticos y culturales inciden simultáneamente todos en esa patología.



 

© 2001 Sebastían Burr Cerda Se autoriza su reproducción citando la fuente y el autor.