El Agnosticismo; patología de la voluntad

Diario la Segunda, Jueves 04/08/2005
Sebastián Burr Cerda

Pocos saben que vivimos en una cultura permeada por el agnosticismo, y que esa mentalidad es en gran parte responsable del relativismo y de la actual confusión moral, ética y política de nuestra sociedad. Si bien esa doctrina partió un par de siglos atrás, negando la posibilidad del conocimiento de la existencia de Dios, hoy en el colectivo social, produjo un quiebre entre la verdad y la libertad. De ese quiebre emergió el escepticismo, con el dudar de todas las cosas, anulando la función de la razón. E instaló a la voluntad en el voluntarismo, es decir creo una voluntad que prescinde de la razón, que actúa por intuición personal y busca la satisfacción propia antes que otra cosa. El agnosticismo es una expresión de soberbia de la voluntad. Una voluntad que suple su falta de carácter con temperamento y mucha irascibilidad, porque fuerza las cosas sin el apoyo del juicio de la razón.
Si bien ser agnóstico, desde una perspectiva filosófica, no es posible, sí lo es en lo formal o aparente. Es una postura irreal pues carece de fundamentos últimos. Para el agnóstico no cabe preguntarse de donde venimos ni que sentido tiene la vida, la verdad y la libertad. Más bien evita buscar la verdad y asumir posiciones prescindentes en torno a ella, porque está dominado por una voluntad antojadiza. De esa manera, en la vida personal, familiar y política adapta las circunstancias a su forma de con-ducirse, y no guía las circunstancias bajo la lógica de la razón y por ende tampoco de la justicia. Éste síndrome, afecta transver-salmente a nuestra sociedad, aunque preferentemente aqueja a gente de izquierda y liberales ortodoxos; que provienen del ateís-mo, del marxismo, del idealismo o suscriben visiones exclusivamente materialistas de la vida humana y de la integración social.
Agnosticismo proviene de agnosia y agnosia quiere decir no saber nada o no estar seguro de nada de lo que se conoce o se entiende. A partir de ese extravío, el agnosticismo no niegan ni acepta la existencia de un orden moral superior e igual para todos, lo que los deja en el “mejor” de los mundos, pues les permite improvisar una moral propia y subjetiva a la hora de construir razonamientos y acometer acciones. De ahi deviene el relativismo y las contradicciones en la aplicación de políticas públicas y de la ética social, de lo que se deriva buena parte de las actuales distorsiones institucionales, confusión en los jóvenes, destrucción de la familia y el rechazo ciudadano de la política.
Del escepticismo, la cultura moderna, se está trasladando al nihilismo, postura filosófica que se opone a todo tipo de orden moral y sistema de convivencia social y política, sólo profesa la nada. Los nihilistas estiman que Occidente no tiene capacidad para salir adelante por sí solo y en paz. Y que para resolver su futuro y la gigantesca cantidad de problemas que arrastra, debe chocar contra la nada, para que de ahí, eventualmente, puedan emerger nuevas formas de conducta y de convivencia social. En que consistirá ese choque y si Occidente va a resistirlo o no, nadie lo sabe.
El agnosticismo moderno se inventó con la clara intención de no admitir soluciones filosóficas y metafísicas de aquellos problemas humanos, sociales y políticos que no puede resolver la sociología, las leyes y la economía, es decir los denominados sistemas empíricos. Y como lo empírico es sólo aquello físicamente verificable, el agnosticismo cae inevitablemente en el materialismo. Y como lo material es finito, el agnosticismo no posee una dinámica expansiva de ordenar la sociedad y resolver los conflictos humanos. Es decir aquello que guarda relación con el desarrollo moral y afectivo del individuo y el desarrollo ético y político de la persona y de la sociedad.
Para dicha expansión se requiere un desarrollo activo y en primera persona del entendimiento e inteligencia práctica de cada uno y todos los ciudadanos, es decir expandir el ejercicio de la libertad superior a través de las instituciones que conforman el orden político (trabajo y educación), del esfuerzo individual y a través de la vida familiar. Esto porque la facultad superior del entendimiento, por naturaleza, busca siempre la verdad, y la inteligencia práctica, a partir de esa verdad, busca alcanzar siempre un bien o un fin. Pero bajo la perspectiva agnóstica, esa verdad o bien no existen como posibilidad, de manera que se cierra al desarrollo moral incluso en esas instituciones sociopolíticas. De esa imposibilidad en torno a la verdad surge la indefinición humana y social, y aparece el relativismo como el elemento “consensuador”, pero que no es tal. Pues solo favorece a los que tienen el poder económico y político, son sólo ellos los que determinan que es aquello “verdadero y bueno” y no el poder de la razón y del bien en sí mismo. En el agnosticismo termina por regir principalmente la lógica del poder.
Considerando que los hombres (agnósticos y creyentes) estamos obligados a convivir socialmente, debemos encontrar una moral común que devengue en una ética sociopolítica pública y no de poder. Para ello y dejando de lado los intereses de cada cual, lo mejor es partir de aquello que nos une a todos y además en lo más alto; los principios universales que rigen el entendimiento y los fundamentos operativos que rigen a la inteligencia práctica del hombre. (principios de identidad, de causalidad, de no-contradicción, principios operativos a partir de la esencia o sustancia de las cosas etc.) Se plantean dichos principios a modo de unidad, pues a la hora de emitir juicios, acometer acciones, asumir compromisos o implementar políticas públicas, todo ser humano utiliza siempre los principios universales y/o los fundamentos operativos prácticos. Dichos principios son naturales, preexistentes a la razón y connaturales al entendimiento e inteligencia práctica. No requieren comprobación, porque son evidentes en sí mismos y constituyen el fundamento de toda demostración. En otras palabras, todo ser humano, que asume una convicción o determina una acción a llevar adelante, arranca de una forma común y natural de valorar.
Otro principio con el cual opera naturalmente toda persona humana es el de la fe natural. Esto porque siempre que actuamos lo hacemos bajo ciertos principios o presupuestos que nunca confirmamos previamente, (por ejemplo tomar un ascensor y confiar en que no se va a desplomar.) Ahora si esa convicción natural, sea en el caso que sea, uno la llevase hasta su causa primera, se encontrará que el apoyo o sustento inicial de esa o cualquier otra convicción corresponde a un elemento de fe sobrenatural.
Muchos agnósticos sostienen que el entendimiento surge a partir de estímulos físicos en conjunción con impulsos eléctricos y/o reacciones químicas de nuestro organismo. Que no existe la pretendida espiritualidad y que nuestra capacidad intelectiva es eminentemente física, pues formó parte del proceso evolutivo darwiniano. Pero ocurrió un hecho trascendental que explica las cosas de otra manera. Una vez abiertos los 3.120 millones de pares bases del ADN, (año 2002) nos encontramos con que el cien por ciento de las características fisiológicas del ser humano, están inscritas en el ADN y además confirmó que cada uno de nosotros es individuo, único e irrepetible. Ahora aceptando que el entendimiento y la voluntad operan y por lo tanto existen, es absolutamente inexplicable, de acuerdo las teorías darwineanas, que no se haya encontrado ningún gen donde residan dichas facultades. La conclusión respecto de esto, es que siendo nuestras facultades superiores efectivamente inmateriales o espirituales, no pueden estar inscritas en ningún gen, pues si lo estuviesen serían materiales y no abstractivas, y su ilimitada creatividad, capacidad de entendimiento y de analogación simplemente no existirían, pues estarían siempre limitados o inscritas dentro de un gen material y por lo tanto serían finitas. Y la libertad en ese caso, perdería sentido, como también la dignidad humana que se funda en nuestro carácter de seres únicos e irrepetibles.
El agnosticismo es una versión contemporánea de la sofística, pues proclamando los principios de la libertad y de la dignidad humana como su aspiración máxima, no ha podio fundamentarlos ni defenderlos en la vida política práctica, como un valor real e igual para todos. Declararse moralmente “neutral” en la experiencia de la vida, es declararse neutral respecto de la verdad y de la libertad. Y “congelar” la libertad es cerrarse a la creatividad y a la solución de los problemas que nos aquejan como sociedad política.



 

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