Justicia Política. Paz, Tranquilidad y Trabajo para 15 Millones |
"Pinochet
debe ser juzgado sobre todo políticamente, pero juntamente con él
todos los responsables políticos directos del descalabro de 1973".
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Diario
El Mercurio, Dom. 10/12/2000 |
Sebastián
Burr Cerda. |
La política es responsable de generar paz, trabajo
y prosperidad a la sociedad, y de regular los comportamientos intersubjetivos.
La justicia, en cambio, es su medio práctico de aplicación de la ley,
con el cual se pretende dar a todos y a cada uno lo suyo. Pero en el caso
de una pulverización institucional como la de 1973, el orden político
era el responsable último de resolver el conflicto que sus mismos actores
habían provocado, y que tenía sumido al país en la mayor crisis de su
historia, más aún habiendo sido vulnerado "N" veces el Poder Judicial,
como lo dijo la propia Corte Suprema en aquella época.
El Parlamento y la Corte Suprema declararon que el gobierno del Presidente
Salvador Allende había caído en la ilegalidad y quebrantado la constitución.
El mandatario, a su vez, se manifestó en total desacuerdo con dicho pronunciamiento.
Ese impasse puso recíprocamente en jaque a ambos bloques de poder, dejó
técnicamente acéfalo el Poder Ejecutivo, y evidenció la incapacidad de
nuestro sistema político para dirimir la crucial disyuntiva. Esa crisis
extrema se vio inflamada por gravísimas decisiones políticas del propio
partido de Allende, cuando declaró públicamente en dos congresos consecutivos
su opción de hacerse del poder total mediante las armas. Y esa intención
contó con el apoyo del gobierno y el ejército cubanos.
La inconstitucionalidad, la intromisión extranjera y la abierta incapacidad
política del país hicieron que el poder recayera automáticamente en la
institución que de hecho lo tenía, y específicamente en su comandante
en jefe, legítimamente nombrado por el Presidente Allende, y a quien nuestra
institucionalidad desde siempre le ha confiado la defensa del orden constitucional
y además la custodia de las armas. Siendo las FF.AA. el último dique de
contención antes de la desintegración total del Estado, tenían de facto
la facultad de decidir la forma de utilizarlas, a fin de restablecer la
paz interna del país, por sobre cualquier otro fin. Y a partir de ahí
restablecer las bases constitucionales y el imperio de la ley.
Lograr rápidamente ese propósito requería un paso previo: desbaratar los
grupos armados irregulares y todo su aparato logístico, que el mismo Allende
y toda la izquierda se jactaban de tener orgánicamente activos a lo largo
de todo el país. Así se evitó una guerra civil de proporciones, y una
considerable cantidad de muertes, hecho este último del cual nuestro continente
estuvo plagado de ejemplos en ese mismo período.
¿Pero cómo probar lo que se evitó? Napoleón decía que "los argumentos
del vencido siempre serán mejores que los del vencedor". Porque los mayores
costos están en el bando perdedor, y lo que se evitó no lo puede demostrar
la facción triunfante. Todo enjuiciamiento posterior carga con ese desgraciado
síndrome, aunque también está la obra misma del nuevo gobierno durante
su ejercicio. Este conjunto de elementos es el que cualquier juicio retroactivo
debe tener presente, sopesando además el anacronismo que implica poner
en marcha un proceso a casi 30 años de los acontecimientos.
En busca de la verdad
Someter al Jefe de Estado que tuvo que asumir la reorganización institucional,
social y económica del país, a un juicio civil o penal, por los hechos
que emanaron de su mandato, cuando el país aún estaba en guerra y no abordaba
todavía su recomposición jurídica, resulta por decir lo menos judicialmente
lamentable. Hayan ocurrido como hayan ocurrido los hechos, Pinochet debe
ser juzgado sobre todo políticamente, pero juntamente con él todos los
responsables políticos directos del descalabro de 1973. Si queremos la
verdad, empecemos por esclarecer las verdaderas causas que dieron origen
a la intervención militar. Y hasta es posible hacer ese juicio en los
mismos tribunales ordinarios - toda vez que el Senado ya ha eludido su
responsabilidad histórica- , conformando una sala política con prohombres
respetables que no se hayan visto involucrados activamente en la contingencia
de la época, y así detener de una vez por todas esta gangrena que está
carcomiendo al país y que puede terminar afectando a otros poderes del
Estado.
Procede un juicio político toda vez que un juicio ordinario o sus etapas
procesales causan abierta conmoción social, o afectan seriamente el normal
desenvolvimiento político y socioeconómico de un país. La mejor prueba
de ello es que toda vez que ha habido un paso procesal importante en este
caso, el mismo Presidente de la República y la mayoría de sus ministros
nos han dicho públicamente, una y otra vez, que las instituciones están
funcionando y que la población debe mantenerse tranquila (!!!). Su carácter
eminentemente político se constata también al ver cómo el "simple" auto
de procesamiento del general Pinochet ha provocado fuertes declaraciones
del Arzobispo de Santiago y de otras prominentes personalidades nacionales
e internacionales. Esto es tan obvio, que la magnitud del caso ha terminado
por afectar al mismo juez Guzmán, quien manifiesta determinadas intenciones
y lleva a cabo acciones completamente distintas, induciendo a confusión
al país y a la defensa. Utiliza un requerimiento indagatorio no contestado
por Pinochet mientras era prisionero de la jurisdicción inglesa y aún
mantenía su inmunidad, y mezcla esa irregularidad con ciertos desacatos,
apresuramientos inducidos por el temor, y más aún, un insólito respaldo
por escrito a una de las partes querellantes, hechos que simplemente dejan
atónita a la opinión pública.
El juez Guzmán sabía que este caso exigía una extraordinaria y especial
prudencia, y jamás debió haber basado el encausamiento en el sofisma de
que los detenidos desaparecidos hace 27 años aún están vivos (!!!), pasando
así por encima de la ley de amnistía. El más elemental principio de no
contradicción dice que nada puede ser y no ser al mismo tiempo. Y las
leyes de amnistía siempre han pretendido asegurar la paz de todos, incluso
por encima de la justicia para algunos, cualquiera haya sido su bando
de lucha. La prudencia moral debería haber inducido al juez Guzmán a declararse
en conciencia incompetente en este caso, porque juzgar a Pinochet implica
de algún modo juzgar una serie de sucesos políticos causales y de gran
relevancia histórica nacional e internacional: la situación con el Perú
en aquella época, el colapso económico nacional, la ofensiva marxista
en Latinoamérica(OLAS), la Guerra Fría y las acciones subterráneas de
la CIA, la KGB, etc.
Objetivos superiores
La paz interna y el bien común de un país son valores abiertamente superiores
a la necesidad de hacer justicia a algunos, cuando ambos objetivos no
se han podido compatibilizar al cabo de 10 años, no obstante el respeto
que por derecho natural se debe a toda vida humana y el dolor irremediable
de cada uno de los deudos. La historia casi no registra casos en que la
parte triunfante en una revolución sea ejemplar en la aplicación de la
justicia, y esto porque los vencedores difícilmente pueden ser juez y
parte en los hechos que ponen en peligro la integridad nacional y hasta
sus propias vidas. Por eso se dictan leyes políticas, leyes de amnistía.
Con ellas se intenta privilegiar la pacificación ciudadana total sobre
la justicia particular, más aún cuando es muy difícil o casi imposible
aplicar el derecho al contexto pormenorizado de cada caso.
Dejar esta tarea histórica en manos de los tribunales ordinarios implica
el riesgo de no terminar con el proceso ni siquiera en los próximos 10
años, y tampoco con la transición. La justicia chilena debería haberse
inclinado por la paz, y no haberse dejado presionar por las interesadas
interpretaciones de la ley de amnistía que se hicieron entre los años
90 y 94, y sobre todo por las intervenciones de un ex Presidente que tuvo
además una trascendental participación en la actuación de las FF.AA. el
11 de septiembre de 1973, a raíz de haber fracasado como interlocutor
entre el Ejecutivo y su partido en esa época, y haber participado en la
redacción de la inhabilitación del Presidente Allende por la Cámara de
Diputados.
Si estos argumentos no son suficientes para resolver este interminable
impasse político, debería pensarse seriamente en convocar a un plebiscito
nacional, pues nuestro sistema político nuevamente está fracasando, los
chilenos estamos todos extenuados con este clima perverso, y los tribunales
ordinarios corren el riesgo de convertirse en su propia víctima política.
El bien común es el valor supremo de toda sociedad humana.
©
2001 Sebastían Burr Cerda Se autoriza su reproducción
citando la fuente y el autor.
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