Pull Up! Pull Up!, Presidente Lagos! PULL UP! ¿De Regreso al Tercer Mundo?
Las razones del fracaso del socialismo y del liberalismo para solucionar los problemas que afectan a los chilenos. El relativismo conceptual y operativo mantiene al país en tal estado de confusión, que casi nadie sabe qué pasa, y menos qué hacer.

Diario El Mercurio, Dom. 31/12/2000
Sebastián Burr Cerda

"PULL up!" es lo último que casi siempre se escucha en la caja negra de un gran avión de pasajeros antes de estrellarse. No quisiera eso para el país. Pero al hacer el balance de fin de año y observar las señales de pérdida de altura, el permanente cambio de rumbo por la manipulación política, y el juego de ser o no ser en materias tan cruciales como la laboral, la tributaria, el cierre de la transición y la seguridad ciudadana, es imposible no estar más que preocupado, como pasajero del mismo vuelo. El relativismo conceptual y operativo mantiene al país en tal estado de confusión, que casi nadie sabe qué pasa, y menos qué hacer.

El presidente Lagos quiere hacer progresar al país en todo sentido, pero lo cierto es que al cabo de 10 meses su intento se está desvaneciendo dramáticamente. Aunque muchos de los actuales problemas tienen su origen en el gobierno del ex presidente Aylwin y en la pasividad del gobierno del ex Presidente Frei, al fin de cuentas es la misma Concertación la responsable del estado actual de cosas (retroceso competitivo, cesantía, corrupción ética, etc.). Pero si el actual presidente hubiese sido el candidato de la Alianza por Chile, ¿estaría obteniendo mejores resultados? Mucho mejores no. Pues bajo nuestra estructura sociopolítica, en la que cohabitan dos sistemas "gravitacionales" contrapuestos, de seguro estaría siendo acosado políticamente por todos los frentes. Entonces la pregunta siguiente es: ¿qué elemento pernicioso subyace en nuestra cultura cívica, que resulta tan traumático, si no imposible, lograr acuerdos comunes? ¿Qué pasa en nuestra sociedad, que induce diagnósticos y soluciones tan disímiles frente a una misma realidad, que se supone vivimos en común? En respuesta, hay que intentar una línea de análisis distinta a las habituales, y con vistas al futuro.

A grandes rasgos, mientras en Chile la misma realidad sea comprendida (o incomprendida) mediante dos formas de entendimiento substancialmente distintas, es imposible que los dos bandos políticos que dividen al país alcancen acuerdos que permitan la unidad y el desarrollo de todos los habitantes por igual. Para romper ese inmovilizante dualismo, la forma de entender - al menos en la población laboralmente activa- debe darse de un modo mucho más profundo e integrado, y mucho más homogéneo con el de aquellos segmentos que muestran mayor desarrollo socioeconómico.

De los cinco millones de pobres a los seis millones de analfabetos funcionales

Según una encuesta internacional encargada por la Universidad de Chile, el 51,5% de nuestros compatriotas adultos son analfabetos funcionales. Esto quiere decir que no entienden el material básico de lectura para desenvolverse en las actividades cotidianas: sociales y laborales. Otro estudio similar, dado a conocer en julio del 2000 por la Organización para el Desarrollo y Cooperación Económica, confirma esta verdadera catástrofe, diciendo que el 80% de los chilenos de entre 16 y 65 años no posee el nivel mínimo para funcionar en la nueva sociedad del conocimiento, y que sólo el 2% alcanza un nivel aceptable para vivir y desarrollarse en el mundo de hoy. De los cinco millones de pobres del año 89, hemos pasado a más de seis millones de analfabetos funcionales el año 2000. Y se sabe que de la pobreza reflexiva emana la pobreza funcional, y que de esta última surge la pobreza económica. Pero pareciera que este desastre mayor de la inteligencia a nadie le preocupa mucho.

Es evidente que las políticas de la Concertación en los ámbitos educacionales y laborales son un gran fracaso. "Nuestros profesionales no salen conectados a la realidad", "ni nuestro sistema educacional tiene como referente el mercado laboral externo", nos dice el informe de la U. de Chile. Por otra parte, la gente de trabajo está impedida de asumir mecanismos participativos y de integración que le permitan desarrollar, en la teoría y en la práctica, su entendimiento y su voluntad. Estas facultades - las únicas que nos diferencian del resto de los seres vivos- son determinantes en el hombre, pues sólo con ellas se puede enfrentar todo tipo de realidades. Nuestra actual cultura, colectivista y de la tercera persona, no produce gente emprendedora. Porque una cosa es "desempeñar un puesto" con un sueldo asegurado por ley y no sujeto a resultados, y otra muy distinta es trabajar en forma libre e independiente, con ingresos que sólo emanan del buen resultado de la gestión diaria.

El grueso de nuestra población laboral no puede lograr su desarrollo individual, socioeconómico y político, porque justamente la institución trabajo, la única esencialmente práctica, y que integra a tiempo real aspectos tan disímiles como los humanos, sociales y profesionales, los avances tecnológicos, los procesos económicos y comerciales, y también los políticos, no ha sido estructurada de manera tal que verdaderamente incite y consolide un crecimiento moral integrado, tanto el de quienes cumplen las funciones más humildes como el de los que afrontan las más complejas. Para revertir esta situación, las personas deben insertarse en una praxis laboral ética y multidimensionalmente participativa. El entender, el trabajar y la democracia serán verdaderas en tanto su praxis sea activa y vivida en primera persona. Estas tres instancias conforman una trilogía cuya interacción recíproca es esencial para el perfeccionamiento humano y de la sociedad. Hay que llevar de una vez por todas la cosa pública al lugar donde se trabaja. Llevar la capilaridad a la democracia y el desarrollo socioeconómico, ése es el desafío. Tal como cada célula del cuerpo no abandona su lugar para acudir al borde de las arterias que la oxigenan y alimentan, sino que las arterias se transforman en capilares hasta llegar a cada célula, así debe ocurrir con la participación sociopolítica y económica. La oportunidad de participar debe encontrarla el individuo en la empresa, que es el principal escenario económico en el que participa diariamente.

Planes de reactivación no darán resultado

Los sectores salariales medios y bajos necesitan ingresar en igualdad de categorías con los grupos más desarrollados al mundo de las intenciones y decisiones. Sólo un modelo enfermo puede permitir que los sectores mayoritarios del país vivan y practiquen la realidad diaria y corriente de un modo pasivo y en tercera persona. Así el entendimiento "entiende" sólo imaginadamente, y la voluntad, en vez de actuar según su naturaleza, se inhibe o da palos de ciego, induciendo a las personas a una cadena de equívocos y frustraciones, mientras otra parte de la sociedad vive esa misma realidad de un modo activo, en primera persona, y logra un desarrollo estratégico y socioeconómico creciente y constante. Cuando se vive la realidad de modo pasivo y en tercera persona, el individuo no puede entrar en los ámbitos de la intención y de las decisiones en cuanto propias. Y al desaparecer esas instancias, se bloquean los procesos de la constatación y de la autodeterminación, únicas formas serias de desarrollo humano. En ese escenario de indeterminación pasiva se cierra también el acceso a los estadios de la anticipación y de la creatividad, que son condición de ingreso a los ámbitos superiores de la trascendencia humana. Ahora bien, como Chile desde hace décadas ha estado nefastamente influenciado por la tesis socialista de la lucha de clases y la cultura liberal del materialismo individualista, todo el resentimiento humano y social de esos segmentos se descarga contra los grupos que poseen todo aquello de lo cual esas personas carecen, y a la inversa, los segmentos altos descalifican a priori, social y políticamente, a los sectores marginados. Así, unos y otros favorecen casi ciegamente a aquellas tiendas políticas que, o exacerban el cúmulo de sus frustraciones, o defienden sus posiciones de mayor desarrollo. En síntesis, la mayoría de la población activa de nuestro país no tiene, institucional y sistémicamente, casi ninguna posibilidad de desarrollar por sí misma sus potencias humanas.

Las autoridades deben cambiar el paradigma de análisis respecto al futuro del país, y no insistir más en suponer que el abatimiento nacional es efecto de ciertos impasses políticos o de índole económico-coyuntural, cuando el asunto definitivamente sobrepasa esos planos, porque es estructural. A este país se le acabó la inercia de los 90, y en ese mismo período el mundo además cambió. No se van a resolver problemas como la cesantía, la competitividad, etc., con el mismo formato laboral y las recetas de antaño que pretende reeditar el actual proyecto de reformas laborales. El advenimiento de la nueva economía trae consigo un cambio paradigmático completo, ni siquiera comparable con la lógica y velocidad de los cambios de hace 10 ó 15 años. En ese entonces, por ejemplo, una inversión de un millón de dólares podía generar 40 ó 50 empleos; hoy el mismo millón, a valor presente, apenas genera entre dos y cuatro puestos de trabajo. Un cambio tecnológico importante, como hoy lo es el correo electrónico, se masificaba entonces en 20 a 25 años; hoy lo hace en tres o cuatro. Por eso los planes de reactivación puestos en escena por los presidentes Frei y Lagos no han dado ni darán resultado alguno. La nueva economía exige un tipo de trabajador - productivo y administrativo- plenamente incorporado a la globalización y al autoaprendizaje, y centrado en la búsqueda de resultados más que en cumplir horarios y justificar salarios. Hay que transitar rápido de la actual economía distributiva a una de alta productividad, permitiendo a las empresas activar la participación laboral, las remuneraciones variables y los planes de "stock options". Nuestras autoridades deben comprender que, así como las ventas y los mercados fluctúan, así los salarios deben caer y subir a la par, para mantener el empleo y mejorar la productividad. Y si el gobierno no aplica sagradamente la norma de que el valor de los ingresos no puede estar sobre la productividad, la cesantía no decrecerá substancialmente. Tenemos que asumir que los estándares productivos y de flexibilidad vienen dictados desde fuera. ¿Quién es Chile para seguir utilizando el trabajo como elemento distributivo o de "justicia social" en un escenario de competencia mundial? Ese esquema no da para más. Tenemos que tener cierto dejo de humildad, y dejar de confundir lo que uno quisiera con lo que las cosas son. Hay que aceptar que nuestra inserción en un mundo en constante cambio requiere un sistema político, laboral y económico análogo a esa mecánica, y bajo un paraguas de desarrollo y protección social financiado en forma inteligente y ágil.

Otro modelo de integración humana

Las exigencias y velocidades de reacción han dado un giro radical en la era global y en la actual sociedad de entendimiento. Estamos en un momento crucial. Las tecnologías están cambiando a diario las formas de producir. Estamos pasando del trabajo estable al trabajo temporal y a distancia, de remuneraciones fijas a variables. Los costos están bajo constantes presiones a la baja debido a la creciente sustitución de la mano de obra por tecnologías CAD CAM, asociadas a robótica flexible, sensores láser, visión artificial, y a la comunicación global de archivos técnicos vía Internet. La nueva ingeniería de materiales y plasticidad controlada, la biotecnología en la industria de la medicina y alimentos, y la apertura del código genético están generando cambios para los cuales el país no se está preparando. Día a día - y el mercado interno lo intuye- la mayoría de nuestras estructuras socio-políticas, económicas y jurídicas están quedando obsoletas, y el espacio político para actuar se achica cada vez más. El Presidente Lagos pudo constatar en su reciente viaje a Silicon Valley cómo se ha logrado el desarrollo de todas las empresas y personas que ahí conviven: libertad de emprender, economía sana, libertad contractual entre empresa y personas, flexibilidad de horarios y trabajo a distancia, variabilidad de remuneraciones y "stock options", justicia eficiente, educación integrada, y un mercado que premia el esfuerzo, contundente y rápidamente.

Hay que intentar un modelo de integración humana mediante el ejercicio activo de la libertad, especialmente en el ámbito laboral, y con conexiones desde la educación y hacia el ámbito político. Para eso los gobernantes tienen que asumir como verdaderos los siguientes principios:

a) El verdadero entendimiento no puede ser traspasado por terceros, puesto que es un acto eminentemente individual y metafísico, y sólo se da en una vivencia práctica de primera persona;

b) El entender no se produce espontáneamente por el mero hecho de ver incrementado el ingreso económico o por incentivos extrínsecos a la persona, pues su carácter metafísico exige una vivencia integrada, libre y permanente, tanto en la dimensión individual como en la social.

Nuestro sistema político debe comprender que la creciente descomposición ética del país es el desenlace de haber desconectado el orden político y sus instituciones intermedias del desarrollo moral y reflexivo de las personas en su vida real. La causa que más contribuye a provocar este divorcio entre hombre real y praxis moral activa es justamente nuestra actual sociedad salarial, instituida por el liberalismo y el socialismo hace ya más de cien años.

Esa enajenación de la realidad hace del trabajar una cosa materializada y tediosa, ajena al rodaje del país, y está lejos de constituirse en un medio de desarrollo humano y profesional. Si a esa crucial falla le sumamos el error del liberalismo en cuanto a la marginación de los asalariados de la dimensión oferta del mercado libre, y su nula participación proporcional en el crecimiento de la propiedad que contribuyen a incrementar mediante su trabajo diario ("stock options"-EE.UU.), es perfectamente entendible la permanente indiferencia o rechazo de éstos a la moral de la economía libre y a la propiedad privada y pública. Pero el socialismo no lo ha hecho mucho mejor, pues con su erróneo proteccionismo y afán colectivista agravó más aún ese "estar fuera" del grueso de la población asalariada, produciendo en ella mentalidades pasivas y en tercera persona, devastadoras para el crecimiento moral de todo ser humano. No es extraño entonces que el IMD haya informado en 1999 que el trabajador chileno es uno de los 10 más improductivos del mundo competitivo.

Un modelo socioeconómico y político eficiente e integrado

En lo propiamente político, el choque sistemático entre oposición y gobierno es intoxicante. La mayoría de los partidos son zonas de lucha por los intereses particulares de sus miembros. Y salvo pequeñas excepciones, están quebrados partidaria y filosóficamente, y no saben qué proponer. Y como la política de algo tiene que preocuparse, se dedican a gerentear el Estado y a generar expectativas que no se cumplen. Esta faena de segundo orden no tiene como fin el bien humano completo, ni menos la articulación ética del todo y de cada uno de los cuerpos intermedios que conforman el orden político. Es una deserción ética, y eso es lo que ha llevado a la gente a separarse de la política, porque la política ha perdido grandeza al separarse de la moral. El informe del PNUD presentado a nuestra Cámara de Diputados en abril-2000 nos dice que el 47% de la población no adhiere al actual sistema democrático.

Todo esto no se resolverá mientras el liberalismo no entienda el concepto de bien común y su extensión hacia el ámbito del desarrollo moral del individuo corriente, a través del trabajo diario. Y mientras el socialismo no comprenda a su vez que ese mismo progreso moral comienza cuando el ser humano desarrolla y ejerce su capacidad teórica y práctica de entendimiento y voluntad en y mediante la experiencia personal, activa y en primera persona, y no de modo colectivo. Ninguna de las dos ideologías considera en sus planteamientos políticos al hombre real, debidamente integrado. De ahí su relativista y deslucido ejercicio político, que no sale de las meras contingencias. Y como esa trascendental falla les impide fundar sus filosofías políticas en la realidad del hombre, fundan sus "principios" de acción en todo aquello que se supone materialmente útil para la gente. Así se han invertido los verdaderos valores de la sociedad: el bien común ha sido reemplazado por el interés común, y el bien humano personal por el interés particular. En Chile, el bien común es una completa falacia. Y la nefasta e inhumana cultura de la "tercera persona" es una castración mental engendrada por un proteccionismo que limita sin permitir vías de escape. Vastos sectores de la población han visto degradado su impulso prosecutorio, y suplantado por su condición inhibitoria e inmovilizante. Al mundo del trabajo hay que instalarlo en el protagonismo, en la dinámica de ser sujeto y objeto de su propia acción, para que pueda ir resolviendo por sí mismo sus problemas intelectivos y económicos.

Ni el liberalismo ni el socialismo han podido superar su materialismo fundamental. Sus principios doctrinales, basados en el análisis materialista del hombre y de la evolución social, hacen que sus propuestas políticas sean exclusivamente utilitarias, lo que los limita seriamente para idear políticas novedosas y dejar al país instalado en el nuevo mundo de la inteligencia, la creatividad, y sobre todo de la anticipación.

Occidente posee una enorme riqueza filosófica y tecnológica, que permitiría perfectamente acceder a un modelo socioeconómico y político eficiente e integrado, que anteponga a ese materialismo los principios que emanan de la antropología filosófica y natural del hombre, del trabajo práctico y de la política original.

La sabiduría política consiste en dirigir una sociedad, de acuerdo a sus circunstancias reales, directamente a la consecución del bien humano completo. La índole original de la política hace que su fin sea el bien común del hombre, y el de construir las estructuras intermedias que permitan a todos por igual el desarrollo moral y el ejercicio práctico de la libertad.

© 2001 Sebastían Burr Cerda Se autoriza su reproducción citando la fuente y el autor.