Mr. President, Habemus. Democracias sin Demócratas
Casi nadie repara en que, siendo el ejercicio de la inteligencia un acto esencialmente individual, se vive la democracia bajo un modelo colectivista, es decir, de un modo pasivo y en tercera persona.

Diario El Mercurio, Dom. 21/01/2001
Sebastián Burr Cerda

Ayer sábado debió haber concluido el proceso de elección del cuadragésimo tercer Presidente de los EE.UU., con la asunción del mando por George Bush. La elección de Bush se confirmó sólo cuando la Corte Suprema, mediante una inédita resolución de forma y no de fondo, dejó fuera de carrera a su oponente. Esta votación ha sido una de las cinco más controvertidas de la historia de los EE.UU. Sólo 36 días después del acto eleccionario mismo, los norteamericanos pudieron saber quién regirá su destino político hasta el 2005. George Bush Jr. es el segundo hijo de presidente que asume el cargo de jefe de Estado en esa nación. Accede a la Casa Blanca gracias a la mayoría de los votos electorales, no obstante que Al Gore obtuvo 500 mil votos populares más que el candidato republicano. Al contrario de lo que han venido sosteniendo los medios de prensa, la traumática elección de Bush no es un caso inédito en la historia política de ese país.

Originalmente, el pueblo estadounidense no votaba por presidente y vicepresidente en bloque, sino que se competía también dentro de cada lista. Resultaba presidente el que obtenía más votos, y vicepresidente el que lograba la segunda votación. Era entonces perfectamente posible que se diese la cohabitación política. En la elección de 1800, disputada por Adams (federalista), que iba a la reelección, y Thomas Jefferson y Aarón Burr, nominados por el partido republicano, el resultado fue: 65 votos para Adams, y en empate, con 73 votos cada uno, Jefferson y Burr. La decisión fue delegada a la Cámara de Representantes, en la cual cada estado tenía un voto electoral. En la primera votación - se requerían nueve votos electorales para vencer- , Jefferson obtuvo ocho y Burr seis; hubo dos votos en blanco. El mismo resultado se dio 35 veces, lo que mantuvo al país en ascuas durante semanas. Finalmente, en la tentativa número 36, Jefferson obtuvo el voto electoral adicional que le permitió asumir como el tercer presidente de los EE.UU. Burr tuvo que conformarse con la vicepresidencia, y asumió además por derecho propio la presidencia del Senado. Esta fue la primera vez que la presidencia del gobierno se ejerció desde Washington. Tanto Jefferson como Burr fueron firmantes del Acta de Constitución de los EE.UU.La crisis eleccionaria del año 1800 originó la duodécima enmienda de su constitución, que determinó que el colegio electoral debía votar en listas separadas por presidente y vicepresidente.

También corrupción

Un segundo embrollo tuvo lugar en 1824, entre el general Jackson y John Quincy Adams. La decisión final recayó también en la Cámara de Representantes, que mediante oscuras maniobras eligió finalmente a Adams, no obstante que Jackson había ganado en el voto popular y también en el electoral. Este acto de corrupción permitió una fácil victoria de Jackson en 1828.

Una tercera crisis ocurrió en 1876, período en el que aún se vivían las secuelas de la guerra civil. El gobernador de Nueva York, Samuel Tilden, obtuvo la mayoría del voto popular, y de una forma más o menos controvertida también la del voto electoral. Pero los estados sureños, aún bajo la ocupación militar, permitieron que los colegios electorales de Florida, Louisiana y Carolina del Sur descalificaran el resultado de la elección popular, y armaron una mayoría ficticia para el candidato republicano, Rutherford Hayes, de Ohio. Al igual que en la reciente elección, los dos parti-dos enviaron al estado de Florida sus mejores abogados y políticos, a luchar por los intereses de sus candidatos. Como los republicanos controlaban el Senado y los demócratas la Cámara de Representantes, se delegó la decisión de resolver en una comisión que no respetó los resultados originales. Y por siete a ocho la comisión otorgó los votos en disputa a Hayes. Esa viciada elección tensionó al país al extremo, pues sólo tres días antes del establecido para la asunción del nuevo presidente, Hayes fue ratificado por el colegio electoral por un solo voto electoral de diferencia. Tanto en los casos de 1824 y 1876 como en esta última elección, los ganadores en el voto popular no accedieron a la presidencia de los EE.UU.

El ciudadano pasivo

El carácter pretendidamente representativo - y escasamente participativo- del sistema democrático moderno de Occidente ha generado instituciones burocráticas que impiden una participación política activa de la ciudadanía. Esta desconexión flagrante y permanente de las personas comunes y corrientes del devenir de los asuntos públicos impide su aprendizaje sociopolítico, y por ende genera una grave discapacidad democrática. Hay países que, entendiendo que esta contradicción podía traerles grandes problemas, diseñaron sistemas electorales indirectos, para así poder filtrar de algún modo las decisiones erradas de una ciudadanía que permanece fuera de toda praxis política en términos prácticos y directos. No obstante, los "liberals" norteamericanos preparan su artillería a fin de cambiar el sistema indirecto de elecciones por el del voto popular directo, sin pensar que el actual procedimiento bipartidista, de convenciones y de elección indirecta, defiende mínima y simultáneamente la democracia, y ciertos grados de libertad de los estados, grupos y personas, pues protege a los estados menos poblados del avasallamiento que podrían infligirles los de mucho mayor población.

No se le puede pedir a una democracia no participativa ni un ápice más de lo que sus limitaciones efectivamente pueden dar. Si bien la democracia norteamericana, a través de Jefferson - su padre político- , tomó los fundamentos y principios de la Revolución Francesa (era embajador en Francia mientras ésta se fraguaba), también supo evitar el rigor de las consecuencias que emanan del sistema del voto popular directo sustentado en el principio de la voluntad general ideado por Rousseau. Es evidente el contrasentido que implica el sistema democrático fundado en la voluntad general: la participación del ciudadano común es tan despersonalizada e indirecta, que su aprendizaje político se reduce a casi cero. Contradictoriamente, el sistema de elección es tan directo y personalizado, que exige niveles de praxis cívica muy elevados para que las decisiones sean siempre fundamentadas y acertadas. Un sistema político no participativo, como el que hoy nos rige, impide la autodeterminación social y política de los ciudadanos. Y si a eso le agregamos la baja calidad de la educación cívica que usualmente entrega el Estado, el resultado global no puede ser peor. El actual sistema es incapaz de construir un puente entre la vida real de la gente y el devenir político. La verdadera democracia demanda una participación dinámica de cada uno y todos los ciudadanos, pero sobre todo de aquellos que, siendo laboralmente activos, deberían interactuar reflexiva y permanentemente con dicho ámbito, para mejorar la calidad de sus propias decisiones, en el plano privado y político. Esa asociatividad entre persona, sociedad y orden político no puede estar dividida en compartimentos estancos, pues es la única manera de entender y ejercer la democracia, y por ende la libertad. Y el ejercicio práctico y pleno de la libertad es el medio más eficaz para el más alto desarrollo moral de la persona humana.

Un sistema político colectivista

Si a nuestros precarios niveles de formación cívica agregamos la despiadada competencia que contamina nuestros actos eleccionarios, la deformación democrática termina siendo total, pues el grueso de los ciudadanos no están capacitados para exigir al sistema político y a sus actores estudiar y analizar propuestas serias e integradas, sino al revés: mientras más banales y superficiales las propuestas, mayor es su éxito. Recientes estudios de marketing político revelan que el promedio de intelecto político de los chilenos se sitúa entre los 10 y 12 años de edad, lo que no incita a ningún político a estudiar seriamente los temas públicos. Estamos entonces en presencia de un absurdo tan arraigado y hermético que casi nadie repara en que, siendo el ejercicio de la inteligencia un acto esencialmente individual, vivimos la democracia bajo un modelo netamente colectivista, es decir, de un modo pasivo y en tercera persona. Es curioso cómo el actual sistema niega por una parte a la mayoría de la gente el aprendizaje activo de los principios y claves que configuran la democracia, y por otra los somete frontalmente a pronunciarse sobre programas políticos en los que ni siquiera pueden identificar sus grados de consistencia o de incoherencia.

Las democracias que se sustentan en los principios de la voluntad general y del voto popular directo, y que creen ser participativas porque los ciudadanos votamos unas dos o tres veces en un período de seis años, están en un profundo error. Y sospecho que sus conductores saben lo engañoso del juego, pero igual abusan de la ignorancia general, porque les permite acceder fácilmente al poder mediante simples eslogans y las más variadas ofertas benefactoras. Lo que hoy tenemos en Chile no es democracia; es ideología democrática, aparticipativa y sin mayor significado moral ni social para las personas.

Son muchos los casos en que la democracia convertida en ideología ha pavimentado el camino al totalitarismo, como ocurrió con Robespierre y Hitler. Y también ha permitido injusticias terribles, como fue el caso de Churchill, cuando por negarse a aceptar el modelo de un estado benefactor para Inglaterra le fue negada su reelección como primer ministro, inmediatamente después de haber conducido a ese país a la victoria en la segunda guerra mundial cuando los ingleses ya casi lo tenían todo perdido. El caso del experimento promarxista chileno también lo demuestra: con sólo un 33% de los votos, el socialismo estuvo a punto de transformar por la vía violenta toda la estructura sociopolítica y económica de nuestro país, y provocó consecuencias de las que el país aún no puede recuperarse.

El trabajo y la participación

Convertir la democracia en un fin, y no en un sano y bien estructurado medio de perfeccionamiento humano y convivencia social, sujeto a principios morales que emanen de las leyes naturales del hombre, ha conducido a muchas democracias modernas a legislar en pro del homicidio, como es el caso del aborto y la eutanasia. Gobiernos como el de Francia, Holanda e Inglaterra se han hecho cómplices y han financiado estos verdaderos genocidios, con el cinismo adicional de cargar los "gastos" al sistema social que financian los contribuyentes.

Respecto de los auténticos principios democráticos y de las deformaciones que genera el principio de la voluntad general, hay documentos pontificios esclarecedores: las encíclicas de León XIII Inmortale Dei y Diuturnum Illud, que rechazan las "democracias" de tipo colectivista, y el mensaje de Pío XII Benignitas et humanitas, que intenta restablecer la plena legitimidad y conveniencia de la democracia bajo las condiciones de ejercicio práctico y pleno de todos y cada uno de los ciudadanos. También tenemos la carta de Juan Pablo II dirigida a los políticos el 5 de noviembre del 2000 con ocasión del nombramiento de Tomás Moro como patrono de los políticos.

A la democracia moderna de la voluntad general y de la tercera persona le ha sido imposible bajar a la gente y constituirse en un medio efectivo de desarrollo moral, individual y social. Es hora entonces de que la gente suba a la democracia, principalmente todos los ciudadanos laboralmente activos, por humilde o elevada que sea su función. El ciudadano común y corriente debe ser antes que nada sujeto, objeto y medida de la democracia, ejerciéndola a través de todos los cuerpos intermedios que conforman el ordenamiento político. Y una de las instituciones más propias y amplias para ello es la del trabajo, pues es la única que posee idóneamente el carácter práctico necesario, y que recrea permanentemente y a tiempo real la realidad humana, profesional, política, tecnológica y económica. El entender, el trabajar y la democracia serán verdaderos en tanto su praxis sea activa y vivida en primera persona, pues estos tres cuerpos conforman una trilogía cuya interacción recíproca es esencial para el perfeccionamiento humano y el de la sociedad.

Volviendo al sistema norteamericano de elección indirecta, se puede agregar que ha funcionado razonablemente bien durante 200 años, obteniendo resultados políticos y económicos mejores que los de aquellos países que aplican el sistema de voto popular directo. Y no obstante que el país del norte, por sus fuertes anclajes en los principios materialistas del calvinismo y del liberalismo, pareciera no ser capaz de superar su estatus básico de sociedad de consumo, al menos ha podido superar la pobreza material y social de la mayoría de sus habitantes, incluyendo el de todas las migraciones que llegaron a sus fronteras durante el siglo XX.

© 2001 Sebastían Burr Cerda Se autoriza su reproducción citando la fuente y el autor.