Una Sociedad Docente,
Tarea de Todos


Sebastián Burr Cerda

En artículos anteriores me he centrado en los temas flexibilidad laboral y filosofía del trabajo, pero mi conclusión es que educación y trabajo deben constituir la base de una sociedad docente futura. Y paso siguiente integrarse ética y operativamente con instituciones tales como; familia, gobierno, justicia y salud.

La educación, siendo una conjunción técnico / humanista y un medio de acceso a la felicidad, se ha convertido, -como decía Unamuno- en un campo de lucha ideológica entre Hunos y los “Hotros”. Si bien se ha triplicado la inversión y aumentado la cobertura, en una cosa coinciden ambas “huestes”; que nuestra educación difícilmente puede ser peor; sólo 0,2% de los alumnos alcanza estándar internacional y que mayoritariamente “produce” analfabetos funcionales (80% de la población no alcanza un nivel de lectura mínimo para actuar en el mundo de hoy. U. de Chile, OECD y TIMSS) El currículo educacional tampoco coincide en prácticamente nada con las necesidades del mundo competitivo actual. (IMD, 2002) Lo que explica la enorme deserción escolar y la gigantesca cesantía juvenil. No podemos seguir despilfarrando 15 billones de dólares cada 5 años con esos resultados. ¿Será éste el producto del desorden e influencia marxista en las escuelas de pedagogía de los años 60 y 70? Por que pareciera evidente que se nos ha olvidado educar.

Considerando el déficit de arrastre y las colosales exigencias del mundo actual, la problemática de la educación sobrepasa al mismo Mineduc. Será imposible construir un país socioeconómicamente cohesionado si no levantamos una “sociedad docente”, estableciendo una participación activa de la comunidad, aumentando el presupuesto y sobre todo dando un giro radical a la calidad pedagógica. Chile es todavía uno de los 10 paí-ses que menos gasta en educación entre los 44 más competitivos del mundo, y es uno de los tres peor evaluados internacionalmente. El país de-be conferir grandeza a su plan educativo instalándolo en el plano moral y después curricular. Inspirar al estudiantado y hacer desaparecer la frustración en los profesores, que, más allá de sus exiguos salarios, su inadecuada preparación y la precaria infraestructura con que cuentan, proviene del sinsentido de la entrega que hacen, frustrando a los alumnos que no logran captar los principios con los cuales opera la realidad.

Toda materia y por especifica que sea, debe ser entregada bajo un contexto entusiasmante de unidad y diferenciación. De esa manera el profesor verá facilitada su tarea, pues el principio de autoridad emerge de la coherencia y del valor de lo que se enseña. La educación debe ser diseñada sobre una sólida relación entre profesor y estudiante, y constituirse en escuela del sentido de vida bajo una trama de totalidad y a partir de la más amplia diversidad. Ser escuela de los por qué, en concordancia con la realidad, con las diversas etapas del desarrollo y las capacidades individuales. Su entrega teórica debe extraerse de contenidos prácticos, y ambas dimensiones ser asumidas por la intencionalidad concreta del alumno. Debemos lograr que el estudiantado abandone su posición de indiferencia; “yo y el mundo”, y asuma una actitud activa y en primera persona respecto de lo que aprenden. En otras palabras se hagan parte del proyecto, “estar, hacer y ser el mundo”. Si no, lo enseñado se hace tangencial y aburrido, no es permeado por la emocionalidad y las funciones asociativas del entendimiento no se activan.

Si bien toda educación debe tender a desarrollar las facultades superiores, (entendimiento, inteligencia práctica y voluntad), las materias específicas deben conformar un proyecto que apunte a la universalidad y por lo tanto a la creatividad. Que al igual que los valores, es algo que no se aprende, se intuye y aplica instantáneamente sin el proceso de la razón. Pues la creatividad es un asunto metafísico, no técnico. Su amplitud se relaciona con un sin fin de dimensiones abstractas que operan incluso, fuera de los respectivos paradigmas.

Dado que las funciones mentales superiores (principios universales, lógica, memoria, lenguaje, etc.) se estructuran durante los primeros cin-co años de vida, habría que extender la educación hasta niños de cuatro años. Y entregarles una pedagogía lúdica-universal, que les permita acoger, distinguir y relacionar los diversos “mundos” y sus estructuras (matemático, físico, humanista-ético, etc.) Estimular en ellos la capaci-dad de diferenciación por géneros, especies y diferencias, pues las realidades tienen distinto rango. Enseñar a entender, esencial y contextualmente, bajo fundamentos lógicos (principios de identidad, no-contradicción y causalidad) y líneas de tiempo. Enseñar a buscar, descomponer y reensamblar la información. Así adquirir conocimientos específicos se transformará en una tarea deseada y entretenida. Toda esa interacción es por lo demás, la que desarrolla y activa la sinapsis neuronal.

La actual sociedad de la información requiere máxima comprensión y expansivos modos de expresión. Y como no es posible que el cerebro al-macene toda la información, pues cambia constantemente, es necesario dar un giro radical a nuestra educación: del conocer al entender y que expanda la identidad o el ser de la persona, mediante el hacer. Una sociedad docente que amplíe su mirada, mediante prácticas estudiantiles en organismos públicos, empresas productivas, y en el ámbito de las artes. Hay que involucrar a la mayor cantidad de instituciones y dotar al siste-ma de una mayor relación con el mundo real y que a los alumnos les tocará enfrentar. Bajo esa omnicomprensiva y acogedora modalidad, el alumno se transforma en un ser “comprensivo y de encuentro”, con lo cual los principios de tolerancia y solidaridad adquieren sentido práctico. En el futuro, la calidad y riesgo de los países serán medidos, más que por sus riquezas naturales, por el nivel de entendimiento y creatividad de su población, y por cómo esas dinámicas son proyectadas en términos prácticos por las diversas instituciones que conforman el orden político. Un proyecto educacional así y que a los estudiantes les permita influir en la vida, requiere cursos de no más de 23 a 25 alumnos.

Debemos privilegiar la libertad de enseñanza, pues en manos de los gobiernos de turno está demostrado que no avanza. Dotarla de autonomía, entregando a cada municipio un menú curricular, sus respectivos recursos y un listado de profesionales de la educación, para que administren libremente sus programas y contrataciones. Es imprescindible abolir la inamovilidad de directores y profesores La elección de directores y jefes del Daem debe hacerse por concurso público, según la excelencia académica, la capacidad de integrar conocimientos y la eficiencia administrativa. Terminar con las promociones automáticas sin aprobación de exámenes, pues constituye una forma de engaño.

La educación debe posicionarse entre el pasado y el futuro, entre lo permanente y el cambio, entre la tradición y la innovación. Su eficiencia depende mucho más de un buen ensamble curricular que de la cantidad de fondos disponibles. Basta comparar los gigantescos recursos que destina EE.UU, y sus mediocres resultados en enseñanza básica y media, con los recursos y rendimientos de países como Singapur y Japón. Así y todo, el presupuesto educacional chileno -a mayores grados de eficiencia- debe ser incrementado en al menos dos puntos más del PIB si se quiere alcanzar cierto estándar internacional. Establecer una estructura remuneracional para directores y profesores considerando ingreso por asistencia, eficiencia administrativa, currículo profesional y alumnos efectivamente promocionados. Una ajustabilidad remuneracional (no exponencial) automática, según fluctuaciones del PIB regional y/o nacional, resultados SIMCE y OECD. Personalizar la educación en los padres, estableciendo copago proporcionales por alumno, subvencionando la excelencia académica y la desnivelación socioeconómica, Dotar a los municipios de sistemas capaces de evaluar personalizada y periódicamente el estado emocional de cada alumno, su grado de comprensión universal y conocimientos específicos. Y entonces adecuar programas de asistencia social, nivelación curricular y entrega de becas. Esta suerte de “SIMCE chico” permanente velará por el desarrollo de nuestra educación, manejando curvas y estadísticas por alumnos y profesores.

Con mucha razón se dice; “La falta de equidad en nuestra educación se debe a las diferencias formativas del hogar, sobre todo a sus diferencias de estímulos intelectuales”. “Nuestra naturaleza imitativa tiende a copiar los patrones afectivos más cercanos (padres), y esos patrones son difíciles de modificar en la vida adulta”. “Se requiere una base nutricional en la que igualmente incide el nivel socioeconómico de los padres” etc. Pretender que nuestro sistema educacional resuelva el déficit formativo y económico de los padres es técnicamente imposible, y no corresponde. Hay que ir a la raíz del problema: el ámbito laboral. Instancia que también muestra graves déficit motivacionales e iguales falencias en cuanto medio pedagógico y distribuidor de riqueza. Debemos generar empresas que operen bajo mecanismos remuneracionales objetiva y multidimencionalmente participativos, considerando que el aprendizaje sin incertidumbre no produce conocimiento, y que el trabajo bajo salario fijo y condiciones cien por ciento aseguradas impide alcanzar estándares productivos elevados. En otras palabras, abolir la sociedad salarial, y hacer que esas dinámicas mejoren el campo de oportunidades de los jefes de hogar, para que hagan propia la evolución tecnológica, socioeconómica y política del país. Al expandir su percepción de los elementos configuradores y valóricos de la realidad, los transmitirán a sus hijos. Hay que hacer del acto de trabajar, simultáneamente, un acto pedagógico, profesional y distribuidor de bienestar, en relación directa al esfuerzo individual, al resultado general de la organización y a la evolución macroeconómica del país.

El conocimiento es práctico, no teórico, pues emana del hacer. Si bien la naturaleza humana tiende espontáneamente a la verdad, toda verdad se confirma en el sujeto sólo en cuanto verdad práctica. Es decir, el entendimiento asume las cosas como realmente verdaderas cuando las experimenta personalizada, intencional y activamente. Este es el proceso nuclear que deben poner en marcha la educación y la práctica laboral paterna del futuro. Se acabaron los tiempos en que la persona asume las cosas por que son sólo experimentadas, impuestas o dichas por otros, debe ejercitarlas en “carne propia”. Hay que transformar el proceso educativo y laboral en una suerte de arte ético y técnico, que no pretenda sólo dar instrucción y remuneración, sino sobre todo fundar y actualizar el "ethos" humano. Una educación para la tolerancia, para la solidaridad y la libertad no es posible sin antes despertar en el alumno un decidido entusiasmo por la unidad y un amor incondicional por la verdad y a buscarla en común con otros.

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