o¡Aylwin,
Otra Vez!
Las
Recetas del ex Presidente
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Diario
El Mercurio, Dom. 19/08/2001 |
Sebastián
Burr Cerda
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¿QUÉ ocurriría si se publicase que el gobierno ha conseguido
aprobar unareforma laboral que aumenta en un 130% la indemnización por
años de servicio, con una ley que sube en un 15% el IVA, otra que determina
un impuesto a la inversión como si estos fueran retiros, que congela todo
crecimiento industrial dentro de las comunas del gran Santiago? Y que
para fundamentar estas medidas "económicas" el Presidente dijera que Chile
tiene una deuda social que saldar.
Obviamente, el "piensa positivo" pasaría a negativo, porque el crecimiento
nacional caería drásticamente, la cesantía se dispararía en al menos ocho
puntos más y la pobreza aumentaría, con sus consecuencias en la familia:
delincuencia, drogadicción etc. Lo anterior, dicho a modo de ficción,
es exactamente lo que hizo don Patricio Aylwin durante su gobierno.
Todas las medidas tomadas bajo su mandato que explican la actual situación
de cesantía, se vienen a la mente después que el actual presidente de
la DC, hace pocos días, llamó a un Acuerdo Nacional por el empleo. Señaló
el sr. Aylwin: "Que el desempleo afecta a cientos de chilenos que sufren
privaciones, inseguridad, temor y pobreza; y genera honda preocupación
e inseguridad de quienes disponen de trabajo u ocupación. Estamos viviendo
un mal momento después de haber crecido en algunas etapas entre el 7%
y el 10%, estamos creciendo en los últimos dos años 3 o 4%".
¿Creerá don Patricio que tasas cercanas al pleno empleo se consiguen por
sí solas? A inicios de los 90 hubo alto crecimiento, porque había en Chile
una natural y espontánea unidad nacional en pos del empleo y la inversión.
Fueron sus medidas económico-laborales las que minaron la unidad y fuerza
que la economía traía consigo, y sus efectos retardados afloraron en el
gobierno de su sucesor don Eduardo Frei Ruiz-Tagle, frente a una irrelevante
gripe asiática.
De manera que aparecer hoy pretendiendo liderar una cruzada nacional en
pos del empleo es un contrasentido y hasta una burla. ¿En qué quedó su
aborrecimiento del consumo, en que jamás pisaría un mall, y la crueldad
del mercado, sin tener nada alternativo y mejor que ofrecer a los chilenos?
Indignan las inconsistencias y volteretas de los políticos. El ciudadano
se siente por enésima vez manipulado política e intelectivamente, y el
país utilizado una y otra vez por personas que apuntan más a aumentar
su poder político que a sentarse a estudiar rigurosamente las causas de
nuestra secular pobreza y desequilibrios distributivos. Todo esto dicho
tomando en consideración su articulo "Un imperativo ético ineludible"
del 31/XII/2000 publicado en este mismo diario.
Detrás de la pobreza material siempre hay precariedad de la voluntad,
la que a su vez deviene de cierta insolvencia intelectivo-espiritual.
Es nuestro desintegrado sistema sociopolítico el que inconscientemente
ha impulsado todo este déficit socioeconómico y moral. Probablemente debido
a un equivocado paradigma cultural y a la baja formación de nuestro cuerpo
de parlamentarios y clase política en general. Este sistema plagado de
inconsistencias y falta de rigor filosófico, está convertido en un entramado
repleto de oposiciones contra sí mismo. Y lo más triste, es que los políticos
parecen suponer que resolver esos asuntos no está dentro de sus competencias.
El señor Aylwin, si bien es probable que sepa de derecho laboral, de economía
al parecer sabe menos y de trabajo en cuanto tal, menos aún. ¿Considerará
don Patricio los conceptos de praxis y poiesis, verdaderos constituyentes
técnicos y morales del concepto trabajo? ¿Qué opina del vínculo que existe
entre excesiva seguridad y productividad? ¿O protagonismo laboral, felicidad
humana y desarrollo moral? A juzgar cómo ha manejado el tema durante su
vida política es evidente que no los ha considerado. El empleo al parecer
lo estimó durante su vida de dirigente como una cosa política y social
más que económica y de expansión intelectivo-individual y de favorables
consecuencias en el ámbito social.
Una visión reduccionista de este tema lo indujo a cometer muchos errores,
entre otros no prever ni menos anticiparse al advenimiento de la globalización
y a la configuración de un mundo del trabajo suficientemente preparado
para una economía en constante cambio. Fue durante el gobierno del señor
Aylwin que esta nueva economía se hizo presente. Y en vez de aprovechar
las defensas que el país había acumulado ( 3,6% de desempleo y 8 a 10%
de crecimiento anual) y reproyectarlo, acondicionándolo para el inevitable
ingreso del país al nuevo escenario globalizado y de constante entendimiento,
simplemente se farreó nuestras fortalezas con sus medidas regresivas y
a la postre demagógicas, y que de paso nos impiden aun salir de la recesión.
El ex presidente Frei a su vez, no tan sólo no supo revertir la situación
si no que la ahondó cuando aumentó el salario mínimo cerca de un 40%.
Ahí está el 35% de cesantía juvenil.
Abolir la sociedad salarial
Es imperdonable que las recetas de Aylwin comiencen a constituir los clásicos
lugares comunes. Y los cerca de dos y medio millones de personas afectadas
por la cesantía prosigan sufriendo moral, familiar, social y económicamente.
Que la indigencia no haya sufrido alteración alguna después de 10 años,
y que la distribución del ingreso siga desmejorando. Es cierto que en
el país se aprecia en estos días una leve reactivación, pero será económica
no laboral; las tasas de cesantía no van a decrecer en lo sustancial.
El tipo de trabajador que esta nueva economía requiere es de una forma
que la Concertación ha demostrado no saber en qué consiste. La gravedad
de la crisis del empleo es de una objetividad tal, que prácticamente todos
los institutos de estudios incluyendo los de centro-izquierda han definido
como estructural.
La actual sociedad salarial cumplió su ciclo, y no tiene nada más que
ofrecer al trabajador en el nuevo contexto global. Es tiempo que nuestra
institución trabajo cambie su paradigma técnico-positivista, y de la acción
en tercera persona, vaya a una valórica y de desarrollo moral en primera
persona, de manera que la gente obtenga en el trabajo mayores niveles
de desarrollo humano, profesional, económico y sociopolítico. Sólo así
desarrollará su entendimiento en pos de una apertura al constante aprendizaje.
Hay que abolir la sociedad salarial. Dado ese paso, y considerando que
el desarrollo intelectivo/moral es eminentemente individual, se requiere
que el sistema político adecue la institución trabajo en función de la
libertad y felicidad superior del hombre y no siga entendiendo ese ámbito
de modo material, amparando una supuesta protección al trabajador cuando
está demostrado que es todo lo contrario.
Otra lacra
Un estudio comparativo de la capacidad de lectura hecho por la Organización
Económica para el Desarrollo (OECD), reveló que el 80% de los chilenos
no tiene una comprensión de lectura suficiente para entender textos, gráficos
y simbología de uso corriente en la economía actual; que los egresados
de educación media tienen una comprensión de lectura inferior a la de
los alumnos de 8 básico de Europa y Asia del Este, y que el 13 % de nuestros
gerentes de empresa también padece de esa discapacidad. Otro informe,
IMD/2000, ubica a nuestros trabajadores como uno de los 15 menos productivos
dentro de los 46 países más desarrollados, no obstante que lideramos el
"ranking" de más horas de permanencia en el trabajo.
Para revertir esas deficiencias e insertarnos en serio en la globalización,
hay que dar un giro a los sistemas motivacionales de los trabajadores.
Eliminar el esquema de antagonismo, de prima salarial pasivo e impersonal,
de incentivos utilitarios y colectivistas, y sustituirlo por un sistema
de ingresos personalizados, que apunte a desarrollar el ámbito moral y
operativo del trabajador, ofreciéndole oportunidades económicas variables,
cualquiera sea el nivel en que se desempeñe. Y todo esto reflejado en
una fórmula de mercado polinómica, que combine ingresos base, rendimientos
personales, del área en que el trabajador se desempeña y los resultados
de la empresa y del holding. Y si esos mismos resultados se los indexa
con, por ejemplo, las tasas de empleo habremos conseguido una ecuación
integrada entre hombre, trabajo, resultados micro y macro económicos.
Y si todo eso, además, se perfecciona con una participación accionaria
de los trabajadores, proporcional a sus ingresos objetivos en la medida
en que la empresa crezca patrimonialmente sobre la media de mercado, el
tema laboral entraría en un nuevo paradigma de unidad de entendimiento,
de voluntad real de trabajo, de desarrollo profesional, moral y económico
de los trabajadores, y con toda seguridad de crecimiento del capital también.
Y todos, trabajadores, sociedad, capital, mundo ideal, mundo real y valores,
funcionando dentro de un contexto de unidad e integración.
La economía global demanda unidad de entendimiento entre capital y trabajo;
eso servirá también para que juntos sorteemos los difíciles desafíos humanos,
ecológicos, económicos, tecnológicos y sociopolíticos que están por venir.
La competencia de las Pymes
Y si don Patricio Aylwin quiere aportar algo a resolver los problemas
de las Pymes, lo primero es erradicar las distorsiones que la globalización
está presentando. Estamos invadidos de productos asiáticos. China, con
120 veces más trabajadores que Chile, no ha suscrito los acuerdos de la
OIT que Chile si ha firmado, tiene menos de un 15% de las obligaciones
laborales, de descanso y previsionales que la legislación chilena impone
a la pequeña industria nacional, todo lo cual ha abierto una brecha entre
sus costos laborales y los nuestros de 12 a 20 veces en su favor. O Chile
se sale de la OIT o China ingresa en ella.
Bajo las actuales condiciones, las 560 mil Pymes generadoras del 80% de
nuestro empleo no tienen nada que hacer, salvo aumentar su descapitalización.
Estas empresas, con un promedio de ocho trabajadores, están regidas por
otra condición económica desfavorable que les impide reducir salarios,
ni aun en casos de crisis extrema. Así, cuando cayeron un 40 o 50% sus
ventas y niveles de precios, sólo les quedó despedir trabajadores, descapitalizándose
aún más. Ahí está su endeudamiento con el sistema bancario y previsional
que asciende a más de medio billón de dólares. Lograr la reactivación
significa aceptar que cuando las ventas o los términos de intercambio
caen, los salarios también deben caer, para así mantener el empleo. De
otro modo, o eluden obligaciones o revientan.
Si no se adopta la norma de que el valor de los salarios no puede estar
por sobre la productividad, la cesantía no decaerá. Los estándares productivos
y de flexibilidad vienen dictados desde fuera. ¿Quién es Chile para seguir
utilizando a las Pymes como elemento distributivo o de justicia social
en un escenario de competitividad mundial? Nuestros gobernantes deben
tener un dejo de humildad, y no confundir lo que quisieran con lo que
las cosas son. Una economía estructuralmente sana es sinónimo de empleos
de calidad y no de absorción laboral sin capacidades actualizadas y básicas,
como ocurre con buena parte del mercado laboral chileno.
Las tecnologías administrativas y productivas son cada día más integradas,
complejas y automatizadas. Producen el doble que hace cinco años, y con
un 40% menos de personal. La mejor prueba de ello es que, mientras la
economía creció un 5,6% en los dos últimos trimestres del 99 y los dos
primeros del 2000, el empleo cayó en un 23 a 27%. Chile debe abrirse a
la libertad laboral responsable y equilibrada; si no lo hace, está condenado
a volver al tercer mundo por sus escasas fortalezas tecnológica, financiera
y de infraestructura.
Los costos de esa reestructuración deben ser asumidos por el Estado vendiendo
empresas, y los empresarios, haciendo por un período acotado o de una
sola vez, la inversión proporcional y necesaria que permita modernizar
la estructura laboral. Este país, pese a ser el mejor de Sudamérica, está
a minutos de entrar en la obsolescencia si se le compara con los 20 países
mejor evaluados por el IMD. Hay que terminar además con la falaz lucha
entre igualdad y libertad. Está probado que la libertad seriamente orientada
conduce a muy altos niveles de prosperidad e igualdad. Y está probado
también que, a fuerza de conceder seguridad e igualdad a toda la gente,
sucumbe sin remedio la libertad para todos ellos.
©
2001 Sebastían Burr Cerda Se autoriza su reproducción
citando la fuente y el autor.
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