Mística Práctica en el Trabajo
Revista Desafío
Sebastián Burr Cerda.

El trabajo, para ser bien realizado, requiere de mística. Sorprendentemente, la globalización también la está exigiendo, dada su dinámica de constante cambio, abierta a todo tipo de innovaciones y por lo tanto impredecible. La mística laboral no es otra cosa que trabajar en plenitud. Eso implica que el trabajador actúe en primera persona, para que conjuntamente con obtener un desarrollo profesional y material se active también su inteligencia práctica, coexistiendo funcionalmente intercomunicado además con los restantes miembros de la organización, como también con las dinámicas macroeconómicas y sociopolíticas externas a la empresa. Actuar simultáneamente en ese triple escenario es indispensable para activar el entendimiento y poder abordar acertadamente cualquier nueva circunstancia. Trabajar bien es un asunto que rebasa por lejos el tema remuneracional o el de la calidad organizacional. Corresponde al ámbito espiritual del hombre, cae bajo la esfera de la intencionalidad y de las acciones prácticas pronta y eficientemente ejecutadas. La intencionalidad es absolutamente clave en toda operatoria humana; dota de contenido y valor personal a las acciones, genera el protagonismo, la anticipación, la responsabilidad, y es moderadora per se de la inteligencia aplicada a la acción. Debe comprometer a la persona multidimencionalmente, dando al trabajador, cualquiera sea su nivel de desempeño, un rol protagónico, que lo perfeccione moral, profesional, social y económicamente.


Hay que abolir la actual sociedad salarial, pues ya cumplió su ciclo, y nada más puede aportar al trabajador ni al país. Necesitamos pensar y poner en marcha un nuevo sistema, centrado en la in-tencionalidad, en el constante entendimiento, en el desarrollo integral del hombre de trabajo, en la asociatividad cooperativa de todos los actores de la empresa, como lo propone el Premio Nobel 1995, J.F.Nash, en su "teoría de los juegos cooperativos". Pero su teoría supone que en el ámbito del juego exista un "cooperador" dispuesto a establecer un paradigma de equilibrio, en la acción y en la infor-mación compartida análogamente por todos. Aquí es donde falla nuestro sistema laboral: ni el empre-sario ni los trabajadores pueden asumir el rol de cooperador, pues nuestra legislación positivista es esencialmente antagónica; establece dos bandos que se coercionan y restan unos a otros. En otras pa-labras, coexisten bajo un síndrome "suma cero". Lo que beneficia a uno perjudica al otro y viceversa. Lo que se requiere para generar una mística laboral es simplemente instalar las condiciones reales de esa mística: dar valor al trabajo humano, hacer que su producto perfeccione la calidad moral, profesional y material de la persona, fusionar seguridad con libertad, hacer que el accionar empresario-trabajadores pase de suma cero a suma positiva, es decir, que cuando la empresa crezca, todos crezcan, y ese crecimiento además de ser proporcional en lo económico se desarrolle en todas y cada una de las dimensiones que significa el trabajar abierto a la libertad.


Dice la Encíclica Laborem Exercens: "La finalidad del trabajo, de cualquier trabajo, es siempre el hombre mismo". "Este gigantesco y poderoso instrumento - el conjunto de los medios de producción, que son considerados, en un cierto sentido, como sinónimo de 'capital' - ha nacido del trabajo, y lleva consigo las señales del trabajo humano". Por eso, "de ningún modo se puede contraponer el trabajo al capital ni el capital al trabajo, ni menos aún los hombres concretos que están detrás de estos conceptos, los unos a los otros". Y agrega: "Justo, intrínsecamente verdadero y moralmente legítimo, es aquel sistema de trabajo que en su raíz supera la antinomia entre trabajo y capital, tratando de estructurarse según el principio de la sustancial y efectiva prioridad del trabajo, de la subjetividad del trabajo humano y de su participación eficiente en todo el proceso de producción; y esto independientemente de la naturaleza de las prestaciones realizadas por el trabajador".


La reformulación laboral debe así analogar hombre, trabajo y capital bajo un mismo género, aceptando que capital es trabajo acumulado, trabajo es capital en potencia, y que el hombre, por ser el generador de ambos, es el verdadero objeto y sujeto del mercado y de la economía. Para eso se requie-re: 1) Abrir en las empresas los espacios necesarios para que el entendimiento y la voluntad de trabajo puedan activarse por sí solos y permanentemente, y no a base de incentivos extrínsecos y afunciona-les. 2) Sustituir los salarios fijos y los incentivos colectivos por un sistema de ingresos variables, indi-vidualmente diferenciados y multidimensionales, en función de los rendimientos individuales, de los resultados objetivos de la empresa y de los resultados exógenos de la economía, por ejemplo, indexan-do parte de los ingresos a la tasa de empleo. 3) Para igualar en una sola la categoría operativa y cog-noscitiva empresario-trabajador, dicha reforma debe considerar además la participación proporcional de los trabajadores en la mayor capitalización que logre la empresa a partir de la aplicación de un sistema como el propuesto. Con ese acceso proporcional a la propiedad culminaría la unificación de géneros - capital, trabajo y hombre (pero todos los hombres)- , y gran parte de los problemas económicos y sociopolíticos que en Chile no hemos sabido resolver encontrarían una luz para salir de su entrampamiento.

© 2001 Sebastían Burr Cerda Se autoriza su reproducción citando la fuente y el autor.