El
complejo dilema del divorcio
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Diario
El Mercurio, Dom. 27/12/2001 |
Sebastián
Burr Cerda.
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Las instituciones sociopolíticas y el entramado cultural moderno han caído
en una manipulación, materialismo y hedonismo tan manifiestos, que los
transmiten naturalmente a la sociedad. Así, las parejas inconscientemente
se unen en matrimonio por razones también materialistas: atracción física,
personalidad "divertida", posición socioeconómica, etcétera. Ni siquiera
los "orientadores" prematrimoniales señalan seriamente la fragilidad de
esos motivos, ni tampoco los daños que provocan en la pareja y en los
hijos. No es raro entonces que la aventura del matrimonio no sea casi
nunca un proyecto fundado en el verdadero amor, que apunte a la expansión
moral de la pareja, a la comunicación profunda, a la auténtica amistad,
a la incondicionalidad, a la procreación responsable y a un plan de trabajo
para formar un hogar común. Y sin haber un proyecto humano que se sustente
en sí mismo, la desmotivación se termina por apoderar de los cónyuges
y la relación termina por explotar.
Uno, más por viejo que por diablo, aprende por la experiencia que todo
tiene solución menos la muerte, y que un requisito fundamental del amor
duradero es que ambos cónyuges aprendan a descifrar, a afrontar y a desarrollar
en común la vida real. Por eso, gente sabia define el verdadero amor como
una relación de totalidad y eternidad.
Ahora bien, ningún proyecto matrimonial fundado en el amor verdadero puede
aceptar, en el mismo acto de contraer el vínculo, una ley de divorcio,
pues si lo hace entra en una grave e insalvable contradicción. Nadie puede
estar en la totalidad y eternidad del amor y al mismo tiempo en la parcialidad
y temporalidad que genera la expectativa del divorcio, independientemente
de lo que pueda ocurrir después.
Es por tanto inaceptable que el proyecto de ley de divorcio pretenda obligar
a los contrayentes a suscribir la posibilidad del divorcio, y no les permita
asumir libremente un compromiso de por vida. Y también es inaceptable
que la decisión de terminar el vínculo quede entregada unilateralmente
a una de las partes. Todos los contratos requieren de ambas partes para
su disolución, y ninguna norma legal puede abolir esta condición fundamental
de toda relación contractual.
Dado que toda sociedad requiere de instituciones que refuercen su sentido
de cohesión, y que la Concertación ha hecho de la diversidad y pluralidad
democrática sus dos principales iconos, lo razonable, al menos, sería
proponer una doble legislación. Permitir que sean las parejas las que
decidan si suscriben su matrimonio bajo un contrato de responsabilidad
limitada y de sociedad circunstancial, y otro de indisolubilidad para
quienes quieren asumirlo como un proyecto de por vida. Así, con el correr
del tiempo, veremos cuál tipo de sociedad conyugal es la que más equilibrio
aporta a los padres, a los hijos y a la sociedad. Chesterton escribió:
"Nunca pude admitir una utopía que no me dejara la libertad que más estimo:
la de comprometerme".
Chile tiene actualmente un 8% de nulidades matrimoniales. EE.UU. tenía
en 1966 un 24% de divorcios, y en 1986 un 62,5%. Y de manera incuestionable
en esas familias de divorciados se da la misma proporción de pobreza económica,
inadaptación social y desequilibrios emocionales.
En todo caso, ante situaciones que parecen insalvables, creo mucho más
en la conciencia moral que en las leyes positivas, incapaces de discernir
los factores que intrínsecamente configuran o no configuran una verdadera
unión matrimonial, y cuyo positivismo sólo les deja el estrecho margen
de la nulidad fraudulenta. La conciencia moral es en esta materia un tribunal
mucho más objetivo que las precarias salidas que pueda brindar cualquier
ley civil.
Los más serios y responsables estudios demuestran que la familia estable
es la única institución capaz de preparar integralmente a los seres humanos
para comprender la vida y desenvolverse adecuadamente en ella. Todo intento
hecho al margen de este núcleo natural ha resultado fallido. Sólo la familia
es fuente de individualidad, sentido comunitario, unidad, desprendimiento,
lealtad y amistad, valores sin los cuales es imposible el normal funcionamiento
de la sociedad.
Así, el matrimonio indisoluble, más allá de la pareja y los hijos, es
un bien social superior, al igual que el sistema educacional, las empresas
de trabajo y el sistema político.
©
2001 Sebastían Burr Cerda Se autoriza su reproducción
citando la fuente y el autor.
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