Siglo XXI: Democracia Laboral

Diario El Mercurio, Sab. 27/11/1999

El 6 de noviembre "El Mercurio" publicó un artículo de opinión del doctor Edgardo Condeza: "Chile, ¿una Semidemocracia?", en el que su autor propone otorgar a nuestra ciudadanía una amplia participación en las grandes decisiones relativas al manejo del país. Afirma que el progreso de una nación depende del grado de libertad de los ciudadanos para definir su destino, y que la esencia de la democracia y la participación radica en cada individuo. Denuncia luego que en Chile las decisiones de carácter nacional e institucional son cupulares, pues no consideran los derechos de opinión de todos los ciudadanos, lo que produce un distanciamiento entre el Estado y el individuo. Y concluye: "Es necesaria una participación de los chilenos a través de una democracia directa, mediante periódicas consultas populares sobre toda clase de asuntos relativos a la marcha del país".

Concuerdo con Condeza en la necesidad de generar una amplia participación ciudadana, pero pienso que su propuesta peca de idealismo e incluso de irrealidad, pues no considera formas prácticas y previas de participación que permitan al grueso de la población desarrollar una sólida y permanente capacidad de discernimiento y sentido común, a fin de decidir acertadamente en las instancias que se le propongan. El problema de su propuesta es el de todas las utopías: señala un objetivo incuestionable y superior, pero cae en el simplismo, pues se salta los pasos prácticos intermedios que harían viable esa macroparticipación ciudadana. Nadie puede pronunciarse bien sobre el todo si ni siquiera tiene una participación real y abierta en la parte. Como a la gente no se le puede pedir que se informe a fondo sobre todos los macrotemas del país, al menos debiéramos aspirar a que en su vida diaria desarrolle en el mayor grado posible su capacidad de discernimiento. Pero un amplio discernimiento político sólo se adquiere personalizando lo que allí ocurre, es decir, conectándolo con los propios intereses. Sólo así el individuo puede autodeterminarse políticamente.

Discernir es una cualidad del entendimiento, y el entendimiento es la facultad más alta del hombre. Pero es una facultad potencial, que requiere espacios reales y constantes para expandirse. Su mayor desarrollo se alcanza cuando el sujeto, en cuanto individuo, entra en contacto activo y en primera persona con su propia y diaria realidad, y percibe la conexión de esa realidad con otros ámbitos, incluidos los ámbitos políticos. Así, cuando descubre mediante su experiencia personal los componentes y dinamismos operativos y valóricos que configuran dicha realidad, el sujeto se abre al mundo, y comprende integradamente toda su enorme trama de certezas. Ese es el momento en que su capacidad de discernimiento se activa por sí misma y comienza a descubrir conexiones que antes le estaban veladas. ¿Pero cuál es el medio concreto y el modo práctico en que el individuo puede objetivamente lograr, en términos activos y en primera persona, un autodesarrollo humano integral? La principal institución del mundo moderno, que directa o indirectamente nos reúne a todos en la sociedad, es sin duda el trabajo diario; por lo tanto, es ahí donde debe comenzar el proceso de autodeterminación personal y de praxis política. ¿Pero qué reformas requiere hoy la institución del trabajo para acoger todos los dinamismos humanos y desde todas las ópticas: individual, social, política, y por cierto la económica? Desde luego, erradicar las estructuras no participativas y enajenantes en que actualmente se desenvuelve, y que instalan al grueso de los trabajadores asalariados en una categoría cognoscitiva y operativa que bloquea o hace difusa su percepción de los componentes que configuran el orden político.

Todos los planos de la realidad nacional están afectados por lo que ocurre en ese ámbito, y desarrollarse allí implica desarrollarse en los otros. Pues la institución del trabajo es por esencia simultáneamente teórica y práctica. Sólo en la medida en que el individuo logre una adecuada y multidimensional participación laboral estará apto para intervenir en términos también prácticos y teóricos en las decisiones de carácter nacional, es decir, políticas. Más allá del utopismo platónico de Condeza, en este nuevo mundo global en que ya estamos instalados es absolutamente urgente desterrar al trabajador "en tercera persona", creado por el socialismo colectivista y la condescendencia liberal. Cualquier ciudadano que no vive, aunque sea indirectamente, una praxis de decisiones y de intencionalidad propias en el ámbito más expuesto a los desafíos de la realidad - el trabajo- , no puede desarrollar en propiedad una estructura mental teórico-práctica que le permita comprender los planos superiores del desarrollo del país.

Los mecanismos participativos, cuya puesta en escena el futuro demandará tarde o temprano, generarán en los trabajadores una nueva óptica y un nuevo status humano, abiertos a las expectativas y a las instancias de anticipación. Sólo así surgirá espontáneamente en ellos el sentido de bien común, condición esencial de una buena participación política. La "primera persona" debe ser generada por el propio sujeto, mediante un permanente proceso de autodeterminación, sustentado en sus propias acciones. Pero eso requiere que el Estado configure una nueva legislación laboral, de verdad participativa en lo económico y lo social, igualando las categorías del capital y el trabajo, hasta ahora brutal y estérilmente antagónicas. El principio rector de esta propuesta es que el capital es trabajo acumulado, el trabajo es capital en potencia, y que por tanto el hombre, como generador de ambos, debe ser el verdadero sujeto y objeto de esa síntesis.

Sólo a partir de una multidimensional participación laboral, exenta de las erróneas categorías operativo-valóricas actualmente existentes, podrá lograrse una auténtica participación de la ciudadanía en el orden político. Una participación asentada en el bien común, en una unitaria comprensión ciudadana de lo que ese bien común demanda, y en una permanente renovación, como lo exige este mundo en veloz y constante cambio.

© 2001 Sebastían Burr Cerda Se autoriza su reproducción citando la fuente y el autor.